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preceden de continuo algunas señales à estos uracánes: la mar se pone en calma; en un instante bajan à bandadas los pájaros de los montes, y se retiran àcia las llamadas y se reconoce salada la lluvia que cae ur poco antes que se declaren estos fuertes chubascos.

CAPITULO 18.

Revolucion de la provincia del Higuèy: causa de esta guerra. Son deshechos los indios, y despues de la paz que se les concede, se reedifica la ciudad de Santo Domingo. Descripcion del último viage de Colón hasta su vuelta à Castilla.

Comenzó á gobernar prudentemente la isla el comendador Ovando como tengo insinuado, y despues del despacho de la flota desgraciada pensó en avivar el trabajo de las minas, y fundar poblaciones para resarcir los daños que se habian originado de las rebeliones de Roldán, y de la mala conducta de su antecesor Bubadilla. No correspondia el trabajo de las minas á sus esperanzas, y viendo que no habia otro remedio, sino volver à poner á los indios bajo el yugo en que estaban ántes, sin embargo de las órdenes precisas de la Reina, quien sobre el punto de la libertad de los indios era inflexible; arbitró un medio que sin contravenir à ellas, dejaba à estos infelices toda la apariencia de la libertad, y efectivamente les reducia à todo el rigor de una verdadera esclavitud. Este fué el de obligar à los indios à trabajar en las minas en lugar de los castellanos segun y como lo hacian antes, con la diferencia que se les pagaria su trabajo; y el pretesto que se tomò para esta violencia, fué que solo asi podian pagar los indios el tributo á que estaban obligados, habiendo muchos que por su flojera y por no dedicarse al trabajo no cuidaban de ponerse en estado de satisfacerlo. A mas de esto dió parte al consejo que era imposible fijar la inconstancia natural de aquellos hombres y hacer cesar otros desórdenes à que se dejaban llevar, si no los ocupaban un trabajo moderado: que esta era la razon principal, que le impelia à valerse de este arbitrio. Se aplaudió mucho en el consejo la conducta de Ovando, y tanto mas que con alguna esperanza que habia dado á los habitantes de conseguir la reduccion de los derechos del Rey al tercio del oro, y al cuarto de las demás mercadurías, se habian aplicado todos con tal ardor al trabajo de la mineria, que en muy poco tiempo se reparo la pérdida que habia causado el último naufragio de la flota.

en

Cuando mas pensaba D. Nicolàs Ovàndo en hacer florecer el comercio en la isla Española, se halló acometido de una guerra cuyos principios no dejaron de causarle grave inquietud. Hé aquí el motivo. Como la Isabela era la única plaza que tenian los castellanos por la costa del norte, y se iba despoblando à cada dia

mas y mas por las razones que hé tocado àntes, comenzó el gobernador general Ovándo à entender en formar poblaciones y al establecimiento de otros pueblos, y un puerto en la misma costa, siendo de suma consecuencia asegurarse de uno cómodo para ‘el abrigo en caso de necesidad; y asì se determinó á formar el de puerto de Plata que aventajaba en mucho al de Santo Domingo, porque de allí pueden cómodamente ir navios y volver á Castilla con mas brevedad y menos dificultad, y asimismo por la mayor proporcion de todo gèuero de refrescos y viveres, por estar distantes solo diez leguas de Vega Real, á donde estaba la villa de Santiago y la Concepcion, á diez y seis leguas, y á diez ò doce de las minas de Cibáo, y podia servir de escála para esas dos ciudades; no faltando à la primera mas que esta comodidad para ser la mas mercantil y rica de toda la isla. A mas de esto convenia asegurarse de tierra de este lado, que todavia permanecia bastantemente poblada, de cuyos habitantes podian valerse para aprovecharse de la vecindad de las minas de Cibáo, que fueron siempre tenidas por las mas ricas de toda la tierra. Movióle tambien á edificar aquella villa, para contener la multitud de indios de la isla por aquella parte, y sobre todo para tener en brida las provincias orientales, cuyos pueblos nunca bien se llegaron á subyugar, y pasaban con razon por los mas guerreros de la isla. Ya el Almirante habia tenido las mismas miras que Ovándo algunos años antes, y no podia este gefe hacer cosa mejor que fijar allí un establecimiento sólido, en vista de un parage de tanta proporcion y de ventajas tan conocidas. No difirió un instante de poblar allí: armó una carabéla en Santo Domingo, y embarco en ella los que destinaba para vecinos de su nueva poblacion. Como no podia darles víveres por mucho tiempo, les encargó que arribasen á la isleta de Santo Domingo, muy fértil y cercana á la provincia de Higuéy, à donde hallarian abundancia de todo; pues los de Santo Domingo sacaban de ella todo género de provisiones. Luego que llegó la carabéla à vista de la Saóna y se acercó la lancha de tierra en que iban unos ocho hombres, fueron recibidos estos con una lluvia de flechas, y de los ocho ninguno escapó, y lo que dió motivo à tal hostilidad, fuè que antes de 1 llegada de D. Nicolas de Ovándo á la Española en virtud de la buena armonía que se guardaban entre sì los de la Saòna y Santo Domingo, llegó á esta isla una carabéla, con el fin de cargar casabe (que es el pan de todas aquellas islas que se saca de la raiz de la Yuca) y como siempre los castellanos usaban llevar consigo sus perros de presa, andando los indios acarreando el casabe y el cacique de allí avivàndoles en este trabajo, tuvo la indiscrecion un castellano de incitar el perro contra el cacique y le dijo: ¡pí. llalo!... ¡tómalo!... por via de burla (creyendo poderle tener, dice Herrera); pero lo cierto es que al instante el perro sin que lo pudiera contener su amo que lo tenia amarrado con una cadena, se abalanzó al cacique y dióle un bocado en las tripas, estirándo

las aquí y allí, de que luego murió el cacique. Ciertos historiadores dicen, que dieron su queja al gobernador general algunos Vasallos de este cacique pidiendo justicia contra una accion tan brutál é indigna, y que no se hizo caso ni se les quiso dar oidos, lo que les enfureciò y les hizo despues de haber disimulado su dolor, empeñar a sus vecinos en defensa de su cacique, muerto de una manera tan bàrbara, y lo peor de todo sin castigo. Apenas se supo el caso en la provincia del Higuéy que toda se puso en armas con ánimo de vengar tal injuria, y à su cabeza se puso su cacique llamado Cotubanáma, y comenzaron à declarar su indignacion con arremeter à los ocho castellanos de la lancha que iba à la Saóna en la forma referida. El comendador Ovando y todos no pensaban que estos isleños pudiesen hallarse en estado de sublevarse, y que quisiesen llevar tan adelante su resentimiento; pero se enga ñaron, y la muerte de los ocho castellanos era ya la declaracion de una guerra, que los bárbaros pretendian llevar hasta lo último. Informado de esta alteracion Ovàndo, envió à Juan de Esquibél, oficial de mérito con cuatrocientos hombres, mandándoles espresamente tentàsen primero todos los medios posibles de la suavidad para atraer aquellos indios á la paz, y que cuando no aprovechase, que les diese guerra con vigor, haciéndoles arrepentir de haberse atrevido á intentar esta venganza. No le fué tan fàcil su→ jetarlos como se habia persuadido, y algunos de sus destacamentos fueron batidos. En virtud de sus órdenes propuso condiciones racionales de paz al cacique Cotubanama, quien con altivéz las de sechó y se continúo la guerra con variedad de sucesos. Si es verdad lo que traen nuestros historiadores, entre las facciones que se hicieron esta es una de las mas singulares, que denota, que no se dejaban de encontrar hombres bien valientes entre aquellos isleños. Dos castellanos de á caballo, el uno llamado Valdenabro, y el otro Pontevedra vieron á un indio y se dijeron el uno al otro: vamos à matar á este indio, y Valdenabro se separó de su camarada corriendo ácia el indio con la lanza levantada, y este se previno, dis parandole un flechazo, errando el tiro, y en el momento le atravezó Valdenabro el cuerpo con la lanza: el indio así herido, sacó la lanza, y asiéndose de la rienda del caballo de su enemigo, se la iba à embazar, cuando el castellano le metió la espada por la barriga hasta el puño; se la sacó el indio como lo habia he cho con la lanza, y aunque la tenia Valdenabro bien cogida en el puño, se la hizo soltar: tomo entonces su puñal y se lo clavó en el cuerpo al indio, quien con la misma facilidad se do arrancò del cuerpo: Pontevedra que viò à Valdenabro desarmado, corrió á socorrerle, y le esperó de pie firme el indio, sin embargo de la mu cha sangre que perdia por las tres grandes heridas que le habia dado Valdenabro, y le dió tres estocadas con lanza, espada y puñal, sucedió lo mismo, de modo que ambos caballeros quedaron desarmados y puestos en fuga por un solo indio de aquellos que no tenian aun por dignos de la ferocidad y cólera de sus perros. Mu

rió de allí à poco el indio, herido de dos lanzas, dos espadas y dos puñales, y se puede decir victorioso con las armas en las manos, pues por un acaecimiento tan singular, de que hay pocos ejemplos en las historias, se vió á los victoriosos asegurar su vida con su fuga, y al vencido perecer con todas las señales de un legítimo y heroico vencedor. Este caso parece bien poco verosimil, y soloautoriza à darle algun crédito el testimonio universal de los historiadores juiciosos de entre aquellas gentes.

Como los demás indios de los aliados no tenian con mu→ cho igual valor al de este indio, no tardó mucho Esquibel en desbaratarlos; y aunque hicieron cara un poco de tiempo, los persiguió buscándolos en los montes, y mataron à cuantos les venian à las manos; de modo que la isla de Saóna, que era del granero de la Española por la abundancia de casabe, quedó desierta, y la provincia del Higuéy que era de bastante poblacion, se vió en tal miseria y destruccion, que se viò precisado Gotubanáma á pedir la paz que habia despreciado antes, y Esquibél se la concedió de buena gana, dejando muy aficionado este cacique á su persona, y tanto que desde entonces se quiso llamar Juan de Esquibel, no porque se hiciese cristiano, sino que era costumbre en aquellas gentes tomar los nombres de aquellos por quienes habian concebido estimacion y afecto. Esquibél como general de aquella empresa, creyò no poderse asegurar mejor en la fidelidad de este cacique, que fabricando en sus estados una ciudadela de madera, donde dejó nueve castellanos con su capitan llamado Martin de Villamán, y se retiró con su gente, que poco despues despidió. Mientras tanto durò esta guerra, pensó el gobernador Ovándo reedificar la ciudad de Santo Domingo, que por la tempestad referida se habia caido y destruido: trató de mudarla á parte donde actualmente está; y aunque le diò ahora un aire de esplendor, correspondiente á la metrópoli del nuevo mundo, no acertò ciertamente á mudarla de sitio. Una sola consideracion le movió à ello, que fué estar los pueblos en que entonces habia: castellanos, en la otra banda del rio, y queriendo atender á la comodidad de algunos particulares, no hizo reflexion de que causaba à la nueva ciudad dos perjuicios, uno que no se podia remediar, y otro que no se podia evitar sino con muchos costos. Tenia mejor asiento sin duda, á la parte en donde D. Bartolomé Colón la puso, porque estaba al levante del rio, y ahora que la edificó al poniente, se halla por esa razon cubierta de los vapores del rio que el Sol echa sobre el pueblo, lo que atrae en un pais tan caliente y húmedo no pequeñas incomodidades, y aun nocivas. á la salud; gozaba ántes de una fuente de agua muy bue→ na, y ahora ya no la tiene sine de pozos y cisternas, cuyas aguas son gruesas y de mala calidad. Los que querian beber agua de aquella fuente se veian precisados à tener esclavos destinados solo para ese fin, y no obstante esperimentában mucha tardanza y aun peligro cuando el rio iba crecido; de modo que estos inconvenientes no dejan de hacer desagradable esta situacion de la ciudad. Di

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ce Mr. Butet en sus memorias, que se ha descubierto despues una fuente de agua muy buena, á un tiro de escopeta àcia el norte de la ciudad, y que allì hacen su aguada todos los navios; pero que los habitantes de aquella capital no se acomodan á proveerse de ella, hallando que està todavia muy retirada, y mas quieren beberla de sus cisternas aunque mala, por no darse un poco de trabajo para conseguirla mas pura y saludable. (99) Era el intento del comendador fabricar una gran alberca, y una fuente magnífica en medio de la ciudad, para recibir las aguas del rio Hayna, que son excelentes, no habiendo mas que traerlas por sus aqueductos de la corta distancia de tres leguas, pero no tuvo tiempo para ejecutar su proyecto. Dice Oviedo que la vió cuando tenia su mayor lustre y que no le faltaba mas que esta útil obra, para que fuése de las mas hermosas ciudades del mundo. Está situada sobre un plan muy igual: por lo largo del rio se estiende de Norte á Sud, teniendo en sus orillas huertas bien cultivadas, que forman una bella vista. Tiene las mas àcia el medio dia, y el rio con sus orillas vistosamente labradas y verdes, la terminan por el oriente. Los dentros de la ciudad corresponden à la belleza de los campos de afuera, porque las calles son anchas, bien cortadas y paralelas, y los vecinos que al principio habian hecho sus casas de madera y paja cada uno segun podia, despues las fueron haciendo de piedra y cal, por haber muchos y buenos materiales para ello. Con el tiempo se encontró una cantera de una especie de mármol, y à imitacion de la que fabricó D. Nicolás de Ovàndo en la calle de la fortaleza sobre el rio; para dar ànimo à otros, fabricaron algunos vecinos mas acomodados sus casas con esta piedra mármol, con mas ó menos curiosidad, y los demás hicieron la suya con una especie de tierra glutinosa, que se endurece al aire y que dura lo mismo que el mejor ladrillo. Baña la mar las murallas que forman un dique competente para resistir á sus bravuras. Atraviesan los navios por lo largo de la ciudad, y como hay una barra á la entrada del rio que apenas tiene quince pies de alto de agua en las mas fuertes maréas, no pueden entrar los navios de guerra, y la rada de afuera es bastante segura, si no es desde mediados de julio hasta mediados de octubre, que corren algun peligro los navios por los uracànes que se levantan por el lado del sud en aquella temporada; mas despues no hay que temer, y no hay ejemplar que haya pelecido algun navio, sino tal vez por la impericia de los pilotos.

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Tambien ademas de la fortaleza, que es obra del comendador Ovando y de su casa que era magnifica, hizo este gobernador edificar un monasterio de San Francisco en la forma que estàn los de España, y un hospital bajo de la advocacion de San Nicolàs, cuyo nombre tenia; y algunos años despues fundaron los religiosos de Santo Domingo y de la Merced, y el tesorero Miguel

[99] Padre Charlevoix citando á Mr. Butet últimas fojas de su primer tomo de la historia de la Española.

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