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registró todo al rededor, encantado de la hermosura de aquella costa llena de buenos puertos: movido de la curiosidad, saltó á tierra, y vinieron para él unos indios que traian al cuello unas láminas ó planchas que llamaban caracolis, y se parecen al Haussecòl (*) de los oficiales de nuestras tropas. Estas planchas eran de una com. posicion de metales, donde predominaba el oro; despues de estos indios se dejaron ver sus mugeres que llevaban corales y pulseras de perlas, que dieron á los castellanos por nada, en cange de unas frioleras. Se les preguntó donde estaba fijamente el parage donde se daban esas perlas, y señalaron con las manos, dandose à eutender como pudieron, que en la cercanìa de una isla que estaba al occidente. Volvióse à embarcar el Almirante y tiró al poniente: à las seis leguas descubrió una isla bien poblada que llamó Margarita que tiene quince leguas de largo, sobre seis de ancho: entre esta isla y la gran tierra que al fin Colón se persuadiò ser tierra firme, vió otras dos islas mas pequeñas; la una se llamaba Cochéu, que quiere decir tierra de venados, y la otra que no dista del continente sino cuatro leguas, se llamaba Cubagúa donde se han cogido muchas perlas. Se puso el Almirante à la capa enfrente de esta isla y envió la lancha; luego que la vieron los indios, que estaban pescando perlas, huyeron à tierra: siguiólos la lancha y habiéndolos alcanzado, y visto los castellanos unas mugeres que traian varios hilos de perlas muy buenas, las ofreció pedazos de losa 'de Valencia, que admitieron con singular alegria en rescate de una cantidad de ellas. Es cierto que si el Almirante hubiera querido aprovecharse de esta ocasion, hubiera podido solo con este tráfico indemnizar á la nacion española de los grandes gastos que tenia erogados para el descubrimiento del nuevo mundo; pero no le pareció conveniente detenerse mas desde luego por motivos muy justos, y con todo sus enemigos le acusaron à la corte de haber tenido secreto éste hallazgo para aprovecharse él solo de estas riquezas, lo que no se hace creible de un hombre tan desinteresado como Colón, que no podia estar tan ciego de la pasion de enriquecer; persuadido de que tenia por testigos las tripulaciones de tres navios, que divulgarian un descubrimiento como éste: lo cierto es que dió parte à los Reyes católicos de todas las circunstancias de su viage, y de la pesca tan rica de perlas que habia por las costas de la tierra firme, y mas en las cercanías de Cubagúa. Saliò el Almirante de este Cabo que llamó de las Conchas, el dia quince de agosto, y siguiendo su viage, avistando porcion de islas à quienes puso nombres, y son los que se dicen de Sotavento, llevado de la fuerza de las corrientes, diò fondo entre la Beatu y la Española. El Adelantado habiendo sabido por su hermano de su venida y buenos sucesos, le envió una carabéla que lo trajo à San· to Domingo, en cuyo puerto entró por la primera vez á fines de agosto, y fue recibido en la nueva ciudad que habia edificado su

[*] Gola ò insignia de los oficiales de infantería.

hermano con grande honra y aclamaciones estraordinarias de toda la gente. Pero cuando pensaba el Almirante descansar de sus trabajos, halló que algunos aficionados, ó sea inficionados de las pasiones Viejas del padre Bóil, especialmente un criado suyo llamado Francisco Roldán que habia dejado de justicia mayor de la isla, la tenia turbada con su revolucion, motivo porque él y los suyos no se alegraron de su llegada. Bien informado del estado de los rebeldes, no contento del proceso que su hermano el Adelantado habia formado contra ellos, aunque constaba ser verdad lo que producia tocante à la mala intencion y levantamiento de Roldàn, le pareció hacer nueva sumaria para dar cuenta à los Reyes católicos de lo que pasaba. Dentro de pocos dias supo el Almirante que habian llegado à la costa de Xaragúa los tres navios que habia enviado desde Canarias en derechura de la isla Española. Llevados de las corrientes, y de los vientos habian errado por algun tiempo ácia las costas de Jamaica, y al fin recobrado el rumbo, se dejaron ver por la de Xaragúa, cerca de un parage donde Roldán y su tropa vivian á discrecion, sin Dios y sin ley enmedio de los indios: temiendo al principio los rebeldes, que en aquellos navios venian tro. pas para castigailos, y no poco admirados de verlos por aque. llas costas trataron de saber con maña el motivo de su venida, sin dar à conocer el estado de sus cosas. Destacaron unos cuantos de sus principales gefes, que fueron à visitar á bordo de los navios á sus capitanes: preguntaron por el Almirante, fingiendo deseos de verle, y les aseguraron que no les seria fàcil desde allí tomar el puerto de Santo Domingo, por tener encontrados los vientos y las corrientes; pues se habia visto que para ir de la Beata á la capital, que està tan cerea, algunos navios habian gastado casi seis meses de navegacion. Pareció muy juicioso éste consejo á los capitanes, y fué seguido. Desembarcaron los artesanos, que era una gente casi toda sacada de las cárceles, y se fió su conducion por tierra à Juan Antonio Colòn. Apenas vió Roldàn que estos oficiales ponian pie en tierra, que les comenzó à exâgerar lo largo y penoso del camino, y mucho mas los trabajos que iban à padecer en aquella especie de destierro à donde decia los destinaban: les ponderó la dureza y altivèz de los Colónes, añadiendo que les era muy facil exîmirse de todas esas desdichas siguiéndole, porque desde aquel dia estarian á mano para darse buena vida, y disfrutar de las riquezas que abundaban en la provincia que habia escogido. No era menester mucho para ganar semejante gente, y así cuarenta de ellos se pasaron á Roldan, y unos ocho à quienes chocaba esta maldad, se fueron á dar parte de todo à sus capitanes. Con tal noticia se determinó en un consejo de guerra, que Carabaja iria por tierra con una escolta competente, y pondría todos los medios necesarios para retráer á Roldán de su levantamiento. Llegaron por fin los navios à Santo Domingo, conducidos por una carabéla que D. Bartolomé habia enviado en busca de ellos, y los

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habia encontrado, y por tierra llegó igualmente el capitan Alonso Sanchez Carabajál, que certificó la pertinacia de Roldán por mas que se le habia persuadido entráse en su deber. Fuè mucha la pena que recibió el Almirante con esta relacion de Carabajal; y como temia que estas alteraciones llegásen á noticias de los Reyes católicos, que les seria de gran sentimiento, y no dejarian de dar margen à sus émulos para calumniarle, y desautorizar las cosas de Indias que le habian costado tantos sudores; determinó usar cuanta templanza pudiese, y tomò muy prudentes medidas para reducirlos a la obediencia con destreza. Observó que la mayor parte · de los castellanos de la isla tenian gran deseo de tener licencia para volverse à Castilla y para que no pudiesen pretestar que los tenia por fuerza en la isla, mandó pregonár á doce de setiembre en nombre de los Reyes católicos, que daría licencia á cuantos se quisiesen ir à España, prometiéndoles pasage y bastimentos, de lo que recibieron muchos grande gusto, y admitieron la oferta que les cumplió con religiosidad el Almirante. Se supo despues que Roldán venia la vuelta de Santo Domingo con parte de su gente, y que se hallaba en Bonάo, poblacion grande que se habia formado cerca de las minas de San Cristobal distante diez y seis à diez y siete leguas de la capital. Mandó entonces el Almirante á Ballestér, castellano de la Concepcion, que guardáse bien aquella tierra y fortaleza, y que si Roldán viniese por aquella parte, le dijese que le ofrecia de parte del Almirante una amistad general, y en buena forma, y le representáse los perjuicios que causaban à la colonia su revolucion, el deservicio de los Reyes, y cuan mal parecia que un oficial de su rango estuviese á la cabeZa de unos facciosos y bandidos que habian merecido la horca, llevando una vida tan contraria à su honor y à su religion; desviando á los indios de la paga de tributo con que debian contribuir á la corona de Castilla, y que sin embargo de tantos excesos, olvidaba lo pasado si queria volver á la obediencia; y que si quería seguro ó salvo conducto, pues deseaba verse con él, para que con su consejo se apoyase y aprobáse lo que tocaba al servicio de los Reyes, se le enviaria como él lo quis.ese bajo de la palabra de honor de virey, y primer gefe.

CAPITULO 13.

El Almirante pone todo su esfuerzo en sosegar la rebelion de Roldán: concluye un ajuste con los rebeldes: no tiene efecto, Escribe el Almirante á la córte sobre estas alteraciones.

Ballester cumplió su comision con el mismo celo que habia manifestado desde el principio de esta rebelion: fué à Banάo donde halló à Roldán con Escobar y otros dos oficiales suyos, lla

mados Adriano de Moxica, y Pedro de Gamir, y les habló en los términos mas suaves y capaces de persuadirles á que tomasen el camino de la sumision y de la razon; pero no logró otra cosa sino respuestas llenas de arrogancia y de desprecio para con los Colónes, cuya vida y estado decian, pendia de ellos; le encargaron de una carta para el Almirante concebida en los términos mas insolentes, y verbalmente añadieron que no entrarian por ajuste alguno, sino por la mediacion de Alonso Sanchez de Carabajàl. Llego el alcaide Ballestér con la respuesta de Roldàn y de sus compañeros à Santo Domingo, y presentò la carta que estos acordaron escribir, y embarazado el Almirante con el contenido de ella, comenzó por muchos indicios que tenia à sospechar contra la fidelidad de Carabajál; pero como deseaba la paz y no se hallaba en estado de hacer la guerra á aquelios rebeldes, empleó todo su cuidado en pacificar estos disturbios, usando de los medios mas suaves para tapar la boca á sus émulos, y quitarles todo pretesto, como el que alegaban siempre para cubrir sus desórdenes, que usaba en todo de una severidad demasiada. Consintió en valerse de Carabajál en esta coyuntura, persuadido que al fin y al cabo, como oficial de honor y noble no haria nada que perjudicáse à su honra, y que haciéndole tanta confianza, y tan poco merecida, mejor le atraerìa à sus intereses, y que se satisfaría mas bien para desvanecer cualquiera sospecha en contra de su fidelidad El suceso hizo ver lo acertado de esta eleccion, pues Carabajál se portó muy fiel; se le asoció à Miguel Ballestér para que ambos compusiesen el negocio con los rebeldes, y con ellos escribió una carta al Almirante llena de prudencia, la que apoyada con eficaces representaciones de Carabajál, se movió Roldán à irse à ver con el Almirante; pero los de su partido bien hallados con la vida libre y temerosos del resentimiento de los Colónes, se le opusieron diciendo que se podia tratar de ajuste por cartas, y en nombre de toda la tropa y no de otro modo. Dió à entender Roldán cuanto sentía esta obstinacion de los suyos, y escribió una carta muy comedida al Almirante disculpàndose de todo lo acaecido, echando la culpa de todo à su hermano el Adelantado, y declaraba que no habia hecho nada contra el servicio de los Reyes; y que para enterarle de todo, é irle à besar las manos, necesitaba de un salvo conducto. Carabajál se encargó de llevar esta respuesta, y Ballestér se quedó en Banáo, quien tambien escribió à Colón, diciendo que segun estaban las cosas, convenia concederlo todo á los rebeldes, especialmente la licencia de retirarse à Castilla como ellos lo pedian; de lo contrario corría gran riesgo de perderlo todo, pues el partido de los amotinados crecia diariamente por la desercion de los que estaban con él, siendo así que los mas se querian pasar à ellos, y ya ocho de sus soldados habian comenzado à dar este mal ejemplo: que no se perdiese tiempo, porque ya tomaba tal cuerpo la revolucion, que en breve se hallarian los amotinados en estado de emprenderlo todo.

Fue mucha la angustia que causó al Almirante la relacion que le daba Ballester en su carta del estado de las cosas: conocia cuanto le convenia concluir cuanto ántes este negocio, pues los tributos no se pagaban, ó los desfalcaban los rebeldes: los indios estaban muy gustosos, porque vejan á los cristianos ocupados en destruirse unos à otros: no labraban sus tierras, con la esperanza dle reducirlos con la hambre à la dura precision de abandonar su isla; podia temerse aun que aquellos pueblos interesados contra la tiranía de sus dueños viniesen á tomar las armas. Todas estas consideraciones movieron al Almirante para restablecer su autoridad y el buen órden en las Indias, á tomar la resolucion de reducir los rebeldes por la via del rigor. Quiso juntar toda su gente para marchar contra ellos; pero no halló mas que setenta soldados que le quisiesen seguir, negandose los demàs abiertamente con el pretesto de que no querian derramar la sangre de sus camaradas. Entonces hubo de mudar de sistéma Colón, y haciendo de la necesidad virtud, hizo publicar una carta de salvo conducto y perdon general fecha á nueve de noviembre, en que declaraba que todos los que quisiesen volver al servicio de los Reyes dejando las armas en el tèrmino de diez y seis dias, y para los que estaban distantes en el de un mes, quedaban perdonados enteramente, con el seguro que serian tratados con la mayor humanidad y piedad: que se daria pasage á todos los que quisiesen volver á Castilla, y que á mayor abundamiento se les pagarian sus sueldos. Fijóse esta decla racion en la puerta de la fortaleza, y se envió otra carta particular de seguro à Roldán y á todos los de su partido que quisiesen

venir con él.

Entre tanto se vió el Almirante precisado á mandar para España los cinco navios que ya no se podian detener; así porque se morian muchos de los indios esclavos que iban en ellos, como porque las tripulaciones que temian les faltáse víveres por la detencion de tres semanas mas del tiempo concertado del despacho pedian con instancia los dejásen partir; no pudo menos de valerse de esta ocasion para instruir á la córte de todo cuanto pasaba en la isla, escribiendo á los reyes con mucha particularidad lo acaecido tocante á la rebelion de Roldán, y los daños que habia causado à la isla. Pedia al mismo tiempo religiosos para la instruccion de los pueblos, y un letrado de mucha esperiencia y circunstancias, para la administracion de la justicia, porque consider aba que sin ella serian de poca utilidad los predicadores y misioneros. (78) Decia que aunque à los principios los castellanos se habian enfermado por la mudanza de temperamento y el excésivo calor de la tierra y crudeza de las aguas, ya estaban sanos y aclimatados al pais, probàndoles mejor el pan de casabe que el de trigo: que la isla comenzaba á suministrar suficientes víveres de toda especie, de modo

[78] Al fin conociò la necesidad de los letrados; mal nos vá con ellos, y peor sin ellos como con los médicos.

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