Imatges de pàgina
PDF
EPUB

cabellos por luto y tristeza; duraban los llantos. y obsequias un mes entero, á cabo del cual, juntos todos los principales del pueblo, alzaban por señor al mayor hijo. En otras partes, como en la provincia del Darien, hacian. lo mismo en los entierros de sus señores, pero envolvian los cuerpos con todas las joyas de oro en unas hamacas hechas de tela de algodon tejida, que se ponian en el aire (como desta isla Española se dijo, puesto que las desta Isla no eran de tela sino de hilos torcidos), y en torno de la hamaca, donde él estaba envuelto, ponian sus armas con que salia á las guerras, y si era hombre ó persona plebeya, poníanle los instrumentos del oficio de que vivia. Poníanle tambien mucha comida, y bebida y cosas de bastimentos; vueltos á casa, los vivos, hacian grandes meneos y cantós proporcionados á los muertos, y tristes, como acá hacemos las honras á los que se nos mueren. En aquellos cantos refieren con lástima los esfuerzos y valentías que habia hecho en las guerras, y buenas obras en la paz, mientras vivia; levantaban por señor al hijo mayor, con todo el poder, dignidad y autoridad que el padre tenía. Estas obsequias, ó cantares lúgubres, ú honras, como los cristianos hacemos los aniversarios, estas gentes por todo un año diz que hacian. Otras gentes de otras provincias desta tierra de que referimos, cuando el señor cercano á la muerte se sentia mandaba juntar todos los suyos, para que en su presencia alzasen por señor á su hijo; despues de muerto llorábanlo terriblemente, y envolvíanlo en sus propias mantas de algodon, y, liándolo con ciertas cuerdas, ponianlo en unas parrillas hechas de madera, y debajo encendian fuego manso y suave, para que poco a poco se le consumiese todo lo que habia en él húmedo y así quedase todo enjuto y seco; durante aqueste artificio, cantaban sus endechas de muertos muy tristes, refiriendo. las miserias desta vida, y cuán vil cosa es el hombre pues al cabo aunque suba en gran prosperidad, y hon

á

ra, y riquezas, viene la muerte que de todo le priva. De allí llevábanlo con los mismos cantos de tristeza y menosprecio del mundo á meter en la sepultura, con todos los esclavos, que allí ahogaban primero, para que fuesen á servillo; quemaban luégo las armas suyas y todas cuantas cosas para su servicio tenía, por no acordarse dél cuando las viesen. Comun fué aquesta costumbre de enjugar los cuerpos de los muertos al fuego, para que se perpetuasen sin del todo corromperse, á muchas gentes por muchas provincias de aquesta tierra. En una provincia della hobo un gran señor llamado Pomogre, muy nombrado los tiempos pasados, cuando los españoles entraron en ella á los principios, lo uno por ser valeroso y esforzado de su persona, y lo otro, y principal, porque de oro era muy rico; éste, sabiendo una, vez que un capitan llamado Vasco Nuñez de Balboa iba en su busca, salióle á recibir con siete hijos, y, recibido con grande alegría en su pueblo y casa, comenzóle á mostrar todo cuanto tenía. Su casa era de tan extraña grandeza, que los cristianos admirados, queriendo medirla, hallaron que tenía de largo 150 pasos, y de ancho más de 80; era de madera muy bien hecha y de paja cubierta. Dentro de una sala que estaba en medio vieron gran número de cuerpos de muertos, secos, colgados de la cumbre, todos con las joyas y atavíos de oro que siendo vivos en las partes de sus cuerpos traer solian; todos eran los reyes antecesores de aquel señor Pomogre. Por manera, que como en otras partes, con bálsamo y especies aromáticas, sin corrupcion se conservaban los cuerpos muertos, así aquellas gentes los conservaban con aquella industria de fuego. Dió de su voluntad este señor á los cristianos 4.000 pesos de oro, que en aquel tiempo, ántes que el Perú se descubriese, que ha causado ser poco cuanto oro hay en el mundo, era mucho. Y es bien decir aquí, aunque fuera de nuestro propósito presente, lo que en presencia del dicho señor hicieron los cristia

nos sobre la partija, los cuales, sobre si luego allí el oro se partirian, ó lo llevarian para despues por partir, comenzaron, con palabras recias y meneos, turbados á reñir; entendiéndolo el hijo mayor de los siete que el señor habia traido consigo, pone los ojos en el capitan y comenzó á decirle: «Maravillado estoy, valiente capitan, del mucho caso que de tan poca cosa haceis, habiendo llegado á punto de os perder como si yo viera que venian enemigos contra enemigos; si deste oro mucha gana teneis, la cual veo que no sólo os fuerza á la destruccion destas nuestras tierras, pero áun á la de vosotros mismos, yo os llevaré á la region de Tubanamá, donde hartareis vuestra codicia de grandes riquezas; pero sabed que para llegar allá habeis de pasar por tierra de fieros caribes que comen carnes humanas, y si vuestra ventura y esfuerzo fuese tal, y trajésedes 1.000 cristianos para que pasásedes á otra gran mar mayor que este nuestro Océano, mi padre y yo os ayudaríamos con todo lo que pudiésemos para poner en efecto lo que deseais», etc. Todo esto escribió un español llamado Tobilla, el cual, segun afirma, hizo diligencia para lo saber. Contentóse muy mucho destas nuevas Vasco Nuñez y sus compañeros, y desde allí comenzó á tratar de buscar la mar del Sur, y así fué el primero que la descubrió el año de 1513, al principio del mes de Junio.

CAPÍTULO CCXLIII.

Tenian todas las gentes destas provincias que vamos contando muchas maneras de bailes y cantares; costumbre muy general en todas las Indias, como tambien la hobo en todas las naciones antiguas, gentiles y judíos, segun arriba largamente queda explicado. Todas las veces que el señor de la provincia ó del pueblo casaba su hija ó hijo, ó enterraba persona que le tocaba, ó queria hacer alguna sementera, ó sacrificar, por grande fiesta mandaba juntar los principales de su tierra, los cuales, sentados en torno de una plaza y sino en lo más ancho de su casa, entraban los atambores, y flautas, y otros instrumentos de que usaban; luégo tras ellos allegábanse muchos hombres y mujeres adornados cada uno con las mejores joyas, y si se vestian de algo, al menos las mujeres, con lo mejor que alcanzaban: poníanse á las gargantas de los piés y en las muñecas de las manos sartales de muchos cascabeles, hechos de oro y otros de hueso. Si andaban todos desnudos, pintábanse de colorado los cuerpos y las caras, y, si alcanzaban plumas, sobre aquellas tintas se emplumaban, de manera que lo que la justicia entre nosotros dá por pena á las hechiceras ó alcahuetas tenian ellos por gala: todos al son de sus instrumentos musicales cantaban unos y respondian otros, como los nuestros suelen hacer en España. Lo que en sus cantares pronunciaban era recontar los hechos, y riquezas, y señoríos, y paz, y gobierno de sus pasados, la vida que tenian ántes que viniesen los cristianos, la ve

nida dellos, y cómo en sus tierras violentamente entraron, cómo les toman las mujeres y los hijos despues de roballos cuanto oro y bienes de sus padres heredaron y con sus propios trabajos allegaron. Otros cantan la velocidad, y violencia, y ferocidad de los caballos; otros la braveza, y crueldad de los perros, que en un credo los desgarran y hacen pedazos, y no ménos el feroz denuedo y esfuerzo de los cristianos, pues, siendo tan pocos, á tantas multitudes de gentes vencen, siguen y matan: finalmente, toda materia que á ellos es triste y amarga la encarecen allí representando sus miserias y calamidades. En algunas partes, tras aquellos entran otros armados, con grandes alaridos, como si rompiesen por alguna batalla, y arrebatan las mujeres que mejores les parecian en el corro, y salidos fuera estaban con ellas el tiempo que querian, sin ser parte los maridos para estorballo estando presentes, aunque fuesen los propios señores, por no quebrantar tan loable costumbre; por manera que, áun hasta en las burlas, las armas daban para pecados no chica osadía. Esto era imágen de las Bacchanalias feísimas que los romanos y otras gentes hicieron, y áun que quizá hoy hacen algunas, como arriba digimos; aunque estos destas naciones con mucha ventaja no fueron tan feos y deshonestos como aquellos, como arriba bien claro parece. Cansados de bailar, y cantar, y de referir y llorar sus duelos, sentábanse á comer en el suelo donde tenian aparejadas sus pobres comidas, por mucho que las quisiesen hacer espléndidas, porque todo cuanto los indios quieran juntar, es todo laceria comparado á nuestros excesivos y desaforados banquetes; eran gallinas, ó venados, ó conejos, ó pescados de mar ó de rios, segun de la una parte ó de la otra están más cerca, y éstos asados ó cocidos, y no haciendo dellos tan esquisitos y superfluos manjares como nosotros hacemos. Y si la comida duraba dos y tres horas nunca ni una sola vez bebian, sino, despues de hartos, venia la bebida, la cual era vino hecho de mahiz que

[ocr errors]
« AnteriorContinua »