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La ciencia de la administracion, desconocida de

los antiguos, es una necesidad de las naciones modernas. Puede fijarse la época en que comenzaron á brillar en España sus primeros destellos, desde que subió al trono el ilustre reformador Cárlos III. El reinado venturoso de su predecesor preparó el camino á los grandes adelantos que despues se realizaron; pero puede asegurarse, que hasta los primeros actos de soberanía de aquel monarca, no se comenzaron á propagar los buenos principios de administracion; y merced á los sabios consejos de los célebres Esquilache, Ensenada, Aranda, Campomanes, Florida-Blanca, y otros doctos varones de aquella época restauradora, pudo el hábil y enérgico Carlos consumar las grandes reformas,

que en otro pais hubieran costado una sangrienta revolucion de éxito muy dudoso.

par

Pero la ilustracion no era comun á todas las clases : el saber estaba aun vinculado en pocas personas: no alcanzaba á la medianía, que hoy es la te mas escogida é influyente de las naciones cultas; y hondamente arraigados los abusos con la fuerza poderosa de los hábitos y de la venerable sancion de los siglos, no era dado ni al genio mas emprendedor, ni á la razon mas despreocupada, realizar en pocos años un sistema bien combinado de acertada administracion pública. Así no es de extrañar, que el mismo labio, á cuya poderosa voz se publicaba la sabia instruccion de corregidores, se reformaban los teatros, se declaraba el libre comercio de granos y frutos, se establecian bibliotecas, se difundia la instruccion pública, se oponia un fuerte dique á la amortizacion, se allanahan montañas intransitables, se alzaban magníficos puentes, se edificaban numerosas poblaciones, y en una palabra, se daba vida y prosperidad al reino; pronunciase la prohibicion de extraer nuestros productos naturales y fabriles, sostuviese la tasa de los bastimentos, y sancionase otros errores, que serian indisculpables en cualquier gobierno.

No fué tan feliz para España el siguiente reinado, bajo ningun concepto, y con especialidad bajo el de la administracion interior del estado. Las grandes concesiones del augusto padre de Cárlos IV no tuvieron bajo el cetro de este el progreso que era de desear; pero sin embargo, no retrocedió el gobierno en la carrera de las útiles reformas, ni tampoco permaneció estacionario, acerca de las mejoras materiales que tanto habian menester los pueblos.

Mostrábase sí, en las pocas disposiciones administrativas de este reinado, no aquel plan vasto, uniforme, concertado y perseverante que rigió en los veinte años anteriores, sino la imperfeccion de medidas parciales y aisladas, contrarias al espíritu que ya comenzaba á desarrollarse, é hijas mas bien de exigencias privadas, que de un sistema general y combinado. Así es, que mientras se declaraba el libre precio de los tejidos y manufacturas, mientras se daba á la escena dramática un decoro jamás en España conocido, mientras se generalizaba la ereccion de cementerios rurales, y se protegian las ciencias y las artes, y se fijaban reglas para la conservacion de gloriosos monumentos, para mejorar el ornato de los pueblos, y para conseguir otras

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reformas importantes; se prohibia la extraccion del esparto, se mantenian cada vez con mas dureza los reglamentos restrictivos, se sometia á los dueños de arbolados á las opresoras trabas de la ordenanza de 1748, y se impedia absolutamente la extraccion del aceite, vino, granos, y hasta del pan cocido. Verdad es, que se dió un paso atrevido en favor de la desamortizacion civil y eclesiástica; pero mas bien que una medida económina y administrativa en fomento de la riqueza pública, era una operacion rentística, ruinosa para el estado, y mortal para los establecimientos de beneficencia erigidos por la piedad de nuestros bondadosos proge

nitores.

No es mi objeto ocuparme, al hacer estas ligeras reflexiones, en examinar las causas que influyesen para cortar el vuelo al espíritu emprendedor del anterior reinado, y atajar el progreso de la sublime obra proyectada. Numerosos escritos de eminentes varones de aquella época nos revelan, que ya entonces eran conocidas, si bien no de la generalidad del pueblo, muchas y acertadas doctrinas de administracion. Pero Francia ardia por aquel tiempo en un volcan espantoso, cuya lava abrasadora alcanzaba en su explosion hasta las mas escondidas

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