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cido ó tostado, ó hecho polenta que en el día se llama atóle. Preguntados despues si tenian oro, perlas ó especeria, hacian señas de que habia grande abundancia àcia el Léste, en cierto parage de que no estaban bien enterados, y en una tierra llamada Bochio, que es ahora la isla española que ellos llamaban Babeche: súpose despues que ese paraje que señalaban se llamaba Cubanacán, tenia efectivamente oro, pero en pequeña cantidad. En cuanto à Bochio no era nombre de pais, sino que en su lengua queria decir una tierra, donde habia gran porcion de pueblos y casas. Tanto aseguraban al Almirante que habia de encontrar oro en Bochio, que se empeñó en ir en demanda de aquella tierra. Varios isleños de Cuba se ofrecieron á guiarle, y aceptó de buena gana sus ofertas. Su objeto era el que enseñasen el idioma castellano á algunos de sus indios para informarse mejor de las particularidades de aquellas tierras, pues por falta de inteligencia en la lengua de esas gentes, se suelen perder unas noticias importantísimas, ó caer en errores que podian traer perniciosas consecuencias; y así tomó algunos de ellos para que diesen cuenta de las cosas de la tierra, y mandó que los tratasen muy bien, y los acariciasen. Por causa de los vientos nortes hubo de volver á un puerto de Cuba que llamó del príncipe, de donde muy cerca se veian muchas islas, pe gadas unas á otras, y altisimas, y esta parte llamó el Mar de Nuestra Señora, Salió de este puerto, y despues de haberlas reconocido, surgió en otro puerto grande y seguro que llamó Santa Catalina, por haber llegado en las vísperas de su dia: aquí hizo agua y leña; halló un rio en que podria entrar cómodamente una galera, y su hermosura le movió á andarlo con su baca, y subió mas arriba, La amenidad del agua en la cual se veian hasta las arenas del fondo, y multitud de palmas de varias formas, las mas altas y hermosas que habia hallado, y otros infiuitos árboles gandes y verdes, á donde los pajarillos son tan varios y lindos, y el verde de los campos, hacen á este pais tan hermoso, y que sobrepu→ ja á los demás en amenidad y belleza; todo esto se llevaba la atencion; pero otro acaecimiento le inquietaba, y es que la Pinta mandada por Martin Pinzon se habia desaparecido desde el dia veinte y uno, Avisado este capitan por algunos indios que llevaba en su carabela de que en las islas de Bochio habia mucho oro, codicioso de enriquecerse se apartó del Almirante, sin fuerza de viento, ni otra causa legítima, con el fin de llegar primero y aprovecharse grandemente de la noticia. Recibiola el Almirante en el puerto de Santa Catalina que le consoló un poco, y encontró allí habitantes de la isla de Bochio, que ellos llamaban Huyti. Le confirmaron las noticias de que en su isla habia mucho oro, y sobre todo le aseguraron que habia y encontraria gran porcion en una tierra llamada Sibáo. Este nombre despertó mas las primeras ideas, que tenia concebidas del Cipango de Marcos Pablo de Venecia. Sé apresuró inmediatamente á navegar en su busca: metió á bordo de su navio, que era bien velero, estos mismos isleños, que le habian

una

dado tan agradables avisos, y le habían prometido conducirlo á las minas de Cibáo. Habiendo navegado el Almirante diez y siete leguas àcia el Levante por la costa de Cuba, llegó al Cabo Oriental de ella, y de allí partió para la española, que son diez y ocho leguas de travesia al Leste, las que anduvo en veinte y cuatro horas, y el dia siguiente, dia de San Nicolás, entró en un puerto bueno y grande, de mucho fondo, rodeado de espesas arboledas, que llamó San Nicolás, nombre que hoy tiene todavía. Bien hubiera querido el Almirante quedarse algun tiempo en el puerto referido, para el descanso de su tripulacion, hacer aguada y aprovecharse de esa detencion para descubrir la calidad del país; pero le inquietaba mucho la desercion de Martin Alonso Pinzón que consideraba haberle llevado la delantera, y podia haber llegado á las minas de Cibáo: á mas de eso sus guias le decian que para dar con ellas, era preciso caminar mas adelante ácia el Leste. Pasó pues adelante la vuelta del Norte, y á poco andar, vió isla pequeña, que parecia tener la figura de una tortuga, y de facto le dió ese nombre, y por el mal tiempo que sobrevino, se vió necesitado de buscar un abrigo, y lo halló en un pequeño puerto al Sur de la española que llamó de la Concepcion, y los franceces despues le han llamado Port d' Lécu. Continuando el mal tiempo y la mar estando muy embrabecida, quiso el almirante reconocer lo interior de esta isla Bochio, que era muy grande, y envió para este fin tres castellanos (otros dicen seis) y habiendo andado gran espacio de tierra, volvieron sin hallar gente. Dijeron cosas maravillosas de la tierra que no podia ser mejor, llena de árboles semejantes á los de España. El mismo Colón habia oido cautar un pájaro que le pareció Ruiseñor en la melodia de su canto. Habiendo echado las redes en un rio muy agradable que corria por una llanura la vuelta del puerto, y tambien desde los navios sacaron salmones, lenguados, y otros peces parecidos á los de Castilla, asi no dudaban que aquella isla fuese muy fértil y llena de riquezas: determinó en consecuencia conformarla en el nombre, llamándola Isla Española.

CAPITULO 3.

Como el Almirante prosigue el descubrimiento de la Isla Española.

Mandó el Almirante poner una gran cruz en la entrada del puerto á la parte del Ouést, y en tanto que la gente estaba pescando en la playa, se entraron tres cristiauos por el monte mirando los árboles vieron mucha gente desnuda, que echó á huir con mucha ligereza por los bosques espantada: luego que se acercaron los nuestros, corrieron los marineros tras ellos, metiéndose en las espesuras, y solo pudieron coger á una muger que llevaba colgada

de la nariz una planchita de oro, y la llevaron á Colón, que la regaló muchos cascabeles y sartas de vidrio: mandóla vestir una camisa, y otras diges mugetiles, y despues de haberla acariciado, regalándola muchas cositas, y sin hacerla daño alguno, la envió al punto a su habitacion, acompañada de tres castellanos y tres indics lucayos que entendian su lengua. El dia siguiente envió nueve hombres à tierra, bien armados con un isleño de San Salvador, que servia de intérprete á la habitacion de la muger que estaba cuatro leguas al Sudeste, y dieron con un pueblo de mil casas esparcidas por el valle, cuyos indios así como vieron a los nuestros abandonaron la poblacion, y se fueron á los bosques; pero el indio guia de San Salvador, fué tras ellos, y tanto bien les dijo de los castellanos que volvieron. Despnes llenos de espanto y temblando, ponian la mano sobre la cabeza de los nuestros, como por honra y cortesía, y traian bastimentos. Los castellanos les regalaron muchas cosas. y en retorno los indios les rogaron que se quedasen aquella noche en su pueblo. Al otro dia volvieron los catellanos al puerto, y con ellos acudió mucha gente de la isla, que desde la víspera llevaban en hombros la muger á quien el Almirante habia regalado la camisa y vestido con su marido que iba á darle las gracias. Volvieron los castellanos con la nueva de que la tierra era muy amena, y mas bella de cuantas hasta entonces habian visto en las otras islas: abundaba de comida, y que los naturales de ella eran mucho mas blancos que los demás indios, y muy tratables; no eran de estatura tan grande aquellos isleños, sino membrudos, sin barbas, con las ventanas de las narizes muy abiertas, y las frentes llenas y anchas que los afeaba mucho, y todos le confirmaron à Colón lo que le habian dicho ya de las minas de Cibáo, donde se cogía el oro, pero que estaban mas á Levante. Entendido de todo el Almirante, aunque los tiempos eran muy contrarios, y deseoso de no perder instante, luego que se sosegó algo el temporal se hizo á la vela, dando vuelta por una canál que está entre la Española y la Tortuga, vió otro puerto que quiso exâminar: entró en él, y le pareció tan hermoso que le dió el nombre de Valparaiso, que hoy se llama Puerto de Paz. Alli le vino á hacer la visita el cacique de la tierra acompañado de una comitiva competente, y llevado sobre los hombros de sus vasallos. Poco despues se vió llegar una gran canoa de la isla de la Tortuga con cuarenta hombres. El cacique de aquel puerto de la Española, les mandó con amenaza de retirarse, y al punto obedecieron, no queriendo desde luego partir con ellos las liberalidades de los europeos. En efecto le regalaron bien, y se volvió á su casa muy satisfecho de los castellanos, que consideraban por su benevolencia y liberalidad, verdaderamente como hombres bajados del cielo. De Valparaiso los dos navios de Colón continuaron su viaje, y fueron á surgir á un puerto que se llamo Santo Tomàs, y es el mismo que los franceses han llamado despues la Baye du can de Loise Acús. A su llegada concurrió un gran número de indios de toda

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edad y sexo, y como el Almirante habia dado tan buenas órdenes a su tripulacion, aquellos indios fueron bien tratados, y tatisfechos se retiraron del buen modo de los nuestros, que como algunos castellanos fueron á ver algunos pueblos de las islas, fueron recibidos de los habitantes y avisados de todo con demostraciones de júbilo. No podian persuadirse estos isleños que los españoles fueran hombres ordinarios, ó como los demás: se acercaban á ellos con el mayor respeto, besando el suelo por donde pasaban, y les ofre cian todos sus bienes con la mayor sinceridad.

Guacanagarix (13), Rey del Marien, tenia su habitacion cuatro leguas mas al Léste en el puerto del Cabo Francés, y estaba situada su casa enfrente de donde está en el dia la ciudad del Cabo. Enamorado este príncipe de lo que habia oido decir de los forasteros recien saltados en tierra, envió á saludarle al Almirante, y pedirle que lo fuese á ver á su habitacion, acompañando sus ruegos de varios regalos de mucha entidad. De allí á poco fué avisado el Almirante que el Rey venía, llevando consigo mas de doscientos hombres, y aunque muy mozo, lo llevaban en andas sobre los hombros, y luego que llegó à las naves se notó la gran ve neracion con que lo trataban los suyos; cuando entró debajo del castillo hizo señas que todos se quedasen fuera: asi lo hicieron con mucho respeto, sentándose sobre la cubierta, escepto dos viejos, quienes desde luego eran sus consejeros, los que se sentaron á sus pies: mandó el Almirante que le sirviesen de comer: no hizo mas en comer y en beber que probar un poco de todo, enviando á los suyos lo demás. Estaban todos con notable gravedad, hablaban poco, los dos viejos miraban al cacique á la boca y hablaban con él y por él. Despues de la comida un indio principal le trajo al Almirante una cinta semejante en la hechura à las de Castilla, aunque de labor diferente, con mucha reverencia, la cual tomó en la mano el cacique, y se la regaló con dos piezas de oro labrādo. Creyendo el Almirante que les agradaria una colcha que estaba sobre su cama se la dió, juntamente con una hermosa corona de ambar, que traia al cuello, un par de zapatos encarnados, y un vaso de agua de azar, con lo cual quedó muy contento, y se‐ gun se le entendió le dijo que tenia toda la isla á su disposicion. Siendo ya tarde y queriendo irse el cacique, le honró mucho, y vuelto a entrar en su barca, breve se puso en tierra y se fuè en sus andas con mas de doscientos hombres á su casa.

Deseando el Almirante descubrir la tierra, se hizo á la vela y no pudo salir de aquel pequeño golfo por la mucha calma, sino es con un poco de viento que le llevó al mar de Santo Tomás, hasta la Punta Santa, y se fué á descansar por no haber dormido en dos dias, y una noche despues de haber encomendado al piloto no-desamparase el timon, 'hubiese viento ó no, con cuya disposicion iba

[13] Este nombre le da á D. J. Bautista Muñoz, que es el escritor mas exacto en esta relacion, y por eso lo siga. E. E.

seguro de bagios y de escollos; pero fué mal obedecido, y querien do descansar tambien el piloto, fió el timon á un grumete, muchacho y sin esperiencia: como el mar estaba en calma muerta, y tan quieto como una tasa de leche, la nave con la fuerza de las corrientes, fué à dar a un banco de arena, donde tocó, y al ruido que fue muy grande, gritó el timonel muy recio, y oyéndolo el Almirante, despertó y se levantó al punto bien admirado de hallar a toda su gente dormida, sin que ninguno hubiese sentido que la nave hubiese encallado. Mandó luego al instante descargar el navio, pasar la carga en el bote, y la mayor parte de los marinerot se fueron al bote, y lejos de hacer lo que se les mandaba, bogaron huyendo y dejaron bien embarazado al Almirante, quien viendo que la nave estaba en peligro, mandó cortar luego el mastelero mayor; mas no pudo con esa diligencia ver si pod a sacarla de la arena, y como entraba mucha agua por la quilla que se habia abierto, reconociendo que no habia remedio para poder la libertar, trató de salvarse en el Sereny. El banco donde varó el navio es taba á la entrada de un puerto que está en la mitad del camino desde Santo Tomàs, ó el Acúl al Cabo Francés. Los españoles le pusieron despues el nombre de Puerto Real, v los franceses en el dia le dan el nombre de Raya del Caracol.

Estaba cuando varó la nave del Almirante cerca de una legua de allí la carabela de Vicente Pinzón, quien luego que tuvo aviso de aquella desgracia, vino de bordo, hizo fuerza de vela, y llegó tan á buen tiempo que pudo salvar la gente, que á no estar la mar en calma, hubiera perecido toda. Contemporizó el almirante con la carabela, y envió á avisar al Rey Guacanagarix, lo que le sucedia por querer irle á visitar à su puerto, y que habia perdido el navio en un bajio á legua y media de su pueblo. Enterado este príncipe del suceso, manifestó gran sentimiento y lagri mas de nuestro daño, y al instante envió al navio toda la gente de su pueblo en, muchas y grandes canoas, con lo cual ellos y los nuestros, en poco tiempo descargaron toda la cubierta, y fuè grande la ayuda que dió el Rey. De cuando en cuando enviaba sus parientes llorando á rogarle que no, tomase pesadumbre, que él le daria cuanto tenia. (14) Hizo poner toda la carga junta cerca de su morada, hasta que se desocuparon las casas que queria prevenir para salvarla: puso tambien guardias para que no se tocase á nada, y se perdió únicamente lo que la mar habia enteramente averiado. Miércoles diez y seis de diciembre fué el Rey Guacanagarix á la carabela del Almirante, mostrando gran tristeza y sentimiento, y le consolaba ofreciendole, tado lo que quisiese recibir, y le presentó un poco de oro; y viendo que lo estimaba el Almirante, le dijo que le haria traer de Cibáo cuanto quisiese. Sus vasallos movidos del ejemplo de su soberano, mostraron muy buena voluntad á los cris

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1 [14] Ya verémos como fué correspondida esta sensibilidad heróica. E. E.

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