Imatges de pàgina
PDF
EPUB

el mas ligero, ya no podia sostener las velas y daba de hocicos en el agua. Entonces determinó ir à la isla Española para trocarlo, haciendose cargo que la prohibicion de poder entrar en la ise la que le habian intimado con no poca tristeza y afrenta suya para escusar encuentros con su succesor, debia ceder à la ne cesidad en que se hallaba; siendo así que á no haber sucedi to esta contingencia, su intencion era cuando navegaba por el golfo ir á reconocer el estrecho, que tenia por cierto iba à dar à la mar del sur àcia Veragua, y el nombre de Dios. Llegó à veinte y nueve de junio a Santo Domingo, y envió sin dilacion á Pedro de Ter reros capitan de uno de los navios, para hacerle saber á D. Nicolàs de Ovando la necesidad que tenia de mudar aquel navio, ó comprar otro; y que así por esto como por la notable ciencia y conocimiento que tenia de aquellos mares preveia un horrendo tem. poral que amenazaba, tuviese à bien que entràsen sus navios en aquel puerto para guarnecerse: no quiso Ovándo (93) condescender á su súplica, ni darle la licencia que le pedia, en virtud de las órdenes que tenía de los Reyes, de no dejarle tomar puerto en la isla, y porque estando allí Bobadilla y muchos otros señores que le haban dado en que sentir al Almirante, le pareció que no convenia que entráse en la ciudad, para obviar de este modo muchos escandalos, y disturvios que se podian. seguir; y como era afecto, le envió á intimar no se propasase un punto de las òrdenes que ambos tenian. No dejó de mortificar mucho al Almi. rante esta respuesta y servirle interiormente de acervo dolor la ingratitud que se usaba con él, negándole la entrada y acogimiento à una tierra dada por él en honra y exaltacion de España cuando tenia tanta necesidad de reparo de su navio y aun de su vida; pero acomodándose al tiempo se fuè á un puerto que llaman Hermoso, ácia el poniente, distante diez y seis leguas de Santo Domingo con ànimo de abrigarse con la tierra, á quien por esta circunstancia puso el nombre de Cabo escondido; mas sabiendo que la flota de los veinte y ocho navios estaba para partir, hizo avisar otra vez al gobernador Ovàndo que por ocho dias no dejáse zarpar la armada, porque habia de haber una grandìsima tormenta, causa por la cual se iba á meter en el primer puerto que hallase, y se fuè à dicho puerto Hermoso ò de Azúa. Se hizo burla y mofa de un aviso (94) tan saludable, y no por eso dejó la flota de salir en principio de julio; todavía estaba á la vista de la punta oriental de la isla, cuando vino una tempestad tan grande acompañada de tan terribles uracànes, que habia muchos años no se habian visto semejantes en aquellas mares: perecieron veinte y un navios de los mejores de la flota, y cargados de oro, sin que hombre alguno es

[93] ¿Qué tal paga el mundo?

no le

[94] Siempre han tratado los bàrbaros españoles á los sàbros como á menguados. Por tal se tuvo á Colòn cuando propuso el descubrimiento del nuevo mundo y despues de descubierto.

capase: allì se undieron los doscientos mil pesos que se remitian á España, y se fué a pique aquel monstruoso grao de oro que se cogió á la orilla del rio de Hayaa en la Española, que Bobadilla compró para sus Altezas, el cual pesaba tres mi y seiscientos escudos de oro, y era tan grande como uno de los mayores panes de Castilla. Los mineros castellanos que lo hallaron, en muestra de la alegria que les causó ver joya tan nueva y admirable, asaron un lechón, y lo comieron sobre aquella riqueza, celebrando haber comido en mesa de metal tan fino, que ningun Rey pudo tener la satisfaccion como ellos de haberse servido de vagiIla tan espléndida y costosa: quizás el occéano no habia recibido tanto tesoro de un golpe en su anchuroso seno como en esta ocasion; pero como era el precio de la iniquidad y de la crueldad, (95) quiso el cielo con la pérdida de tanta pre ciosidad vengar la sangre de tantos infelices que habia sacrificado la codicia para acopiarla. Allí terminó el capitan general Antonio de Torres, el comendador Francisco de Bobadilla, que con tanta inhumanidad envió preso con grillos al Almirante y à sus hermanos: aquel hombre ingrato Francisco Roldán, y muchos de sus secuaces que aca baron sus dias pagando sus pecados. (96) Allí tambien acabó el desgraciado cacique Gua rionéx que se remitia á España y ya estaba reducido á recibir el santo bautismo; pero la acción brutál de uno de los castellanos, que abusó por fuerza de su querida esposa despues de habersela quitado violentamente, y el procedimienlo trano de algunos españoles con sus indios vasallos, le disgustaron de una religion tan santa como la nuestra, pensando quizás que ella autorizaba semejantes excesos. (97)

Pero lo que confirmó mas que tan grande desastre provenia de la justicia divina, fué que los navios que escaparon de la. tormenta, eran los mas mal equipados y dèbiles de la flota, y que uno solo llamado la Guchia, que era el peor y el vaso mas prqueño, siguió su viage à Castilla, y llegò primero a salvamento con cuatro mil pesos de oro que el encomendero del Almirante le enviaba de sus rentas. Notóse tambien que la única persona de distincion que se libró del naufragio fué, D. Rodrigo de Bastidas, que era hombre de bien y hábil piloto, y el año antecedente habia obtenido comision del Rey para descubrir, lo que ejecutó con felicidad, asociado con el célebre piloto Juan de la Cosa: siguiendo los mismos rumbos que el Almirante en su tercero viage, llegò

[95] Un pobre barretero indio al tiempo de scntarse à tomar su desayuno, dió casualmente un golpe con la barra sobre el grano de oro y estrañó la solidez: por tal causa se descubrió. [96] ¡Bendito sea el ciclo que mandu siempre en pós del delito el escarmiento!!..

[97] Si la religion no tuviera mas apoyo de verdad que el dicho de los españoles, ya habria desaparecido de estus regiones; parece que con sus obras se han propuesto desmentiria.

à descubrir cien leguas mas allà de lo descubierto, y le dió el nombre de Cartagena del Puerto, á donde se edificó despues una gran ciudad, que goza en el dia de los mayores comercios de las Indias en el trato del oro, perlas, esmeraldas y otros frutos de aquel rico continente. Despues pasó hasta lo que despues se lla mó Nombre de Dios, y como sus navios ya no podian resistir y continuar mas adelante el viage, por estar muy maltratados, ganó con harto trabajo el golfo de Xaragúa, donde se vió obligado à echárlos á pique: desde allí se fué por tierra con toda su tripulacion á Santo Domingo y fué arrestado de órden de Bobadilla, bajo el pretesto de que habia tratado en oro en Xaragùa; pero la córte bien informada de la buena conducta de este caballero, no tan solamente le indemnizó de los menoscabos de su hacienda, sino que le mandó premiar á proporcion de sus importantes servicios. Se puede juzgar cuanta fué la consternacion de toda Es paña cuando se tuvo la noticia de una pérdida tan grande de la flota de las Indias. No hubo quien no la mirase sino como justo castigo del cielo, por la injusticia tan grande que se habia hecho con los Colónes; persuadiéndose todos con harta verosimilitud, que si hubieran quedado en el mando de la isla, tal desgracia no se hubiera verificado. Cuando se supo que el Almirante habia prevenido á Ovándo el motivo de sus temores sobre la salida de la flota, la corte le envió unas fuertes reprensiones, sobre no haber atendido á los avisos de un hombre tan experimentado en las cosas de la mar. Sintióse de esta gran tormenta, y sobre todo de los grandes uracanes que la acompañaron, toda la villa de Santo Domingo que entonces estaba del otro lado del rio, como todas las casas eran de paja, madera y adobes, cayó al suelo y con este motivo se fabricó en otra parte como se dirà adelante. Conviene decir de paso, que despues en otras ocasiones ha padecido ruinas, no solo esta villa, sino otras muchas de la isla, porque esta y las demás de las Lucáyas y Caribes, donde son frecuentes los truenos y tempestades, y muy espantosos los temblores de tierra, se sienten notablemente y se ven en grande peligro de ruina sus habitaciones por el impulso de unos ciertos vientos que en veinte y cuatro horas corren toda la vuelta de la aguja: llámanse uracánes ó vaguros por los isleños. Antiguamente y quizás cuando se perdió esta flota, no se experimentában estos uracànes, sino de siete en siete años; pero hoy no tienen tiempo fijo, pues se esplican en el término de un año por dos ó tres veces. Arman estos vientos un género de tempestad tan desaforada, que sacan de cuajo los mayores árboles con raiz y todo: hasta los peñazcos mas corpulentos los despega de los cerros y los avienta: ha¬ ce pedazos y echa à pique los navios que navegan por aquellas costas, y se refiere que à ocasiones han sido impelidos como un tiro de escopeta adentro de las tierras de las costas navios de alto bordo: (98)

[98] Vertot. histor. del mund, lib. 9, pàg. 22.

preceden de continuo algunas señales à estos uracánes: la mar se pone en calma; en un instante bajan à bandadas los pájaros de los montes, y se retiran àcia las llamadas y se reconoce salada la lluvia que cae un poco antes que se declaren estos fuertes chubascos.

CAPITULO 18.

Revolucion de la provincia del Higuèy: causa de esta guerra. Son deshechos los indios, y despues de la paz que se les concede, se reedifica la ciudad de Santo Domingo. Descripcion del último viage de Colón hasta su vuelta à Castilla.

Comenzó á gobernar prudentemente la isla el comendador Ovando como tengo insinuado, y despues del despacho de la flota desgraciada pensó en avivar el trabajo de las minas, y fundar poblaciones para resarcir los daños que se habian originado de las rebeliones de Roldán, y de la mala conducta de su antecesor Bobadilla. No correspondia el trabajo de las minas á sus esperanzas, y viendo que no habia otro remedio, sino volver à poner á los indios bajo el yugo en que estaban antes, sin embargo de las órdenes precisas de la Reina, quien sobre el punto de la libertad de los indios era inflexible; arbitró un medio que sin contravenir à ellás, dejaba à estos infelices toda la apariencia de la libertad, y efectivamente les reducia à todo el rigor de una verdadera escla vitud. Este fué el de obligar à los indios à trabajar en las minas en lugar de los castellancs segun y como lo hacian antes, con la diferencia que se les pagaria su trabajo; y el pretesto que se tomò para esta violencia, fué que sole asi podian pagar los indios el tributo á que estaban obligados, habiendo muchos que por su flojera y por no dedicarse al trabajo no cuidaban de ponerse en es➡ tado de satisfacerlo. A mas de esto dió parte al consejo que era imposible fijar la inconstancia natural de aquellos hombres y hacer cesar otros desórdenes à que se dejaban llevar, si no los ocupaban en un trabajo moderado: que esta era la razon principal, que le impelia à valerse de este arbitrio. Se aplaudió mucho en el consejo la conducta de Ovàndo, y tanto mas que con alguna esperanza que habia dado á los habitantes de conseguir la reduccion de los derechos del Rey al tercio del oro, y al cuarto de las demás mercadurías, se habian aplicado todos con tal ardor al trabajo de la mineria, que en muy poco tiempo se reparo la pérdida que habia causado el último naufragio de la flota.

Cuando mas pensaba D. Nicolàs Ovàndo en hacer florecer el comercio en la isla Española, se halló acometido de una guerra cuyos principios no dejaron de causarle grave inquietud. He aquí el motivo. Como la Isabéla era la única plaza que tenian los castellanos por la costa del norte, y se iba despoblando à cada dia

mas y mas por las razones que hé tocado àntes, comenzó el gobernador general Ovándo à entender en formar poblaciones y al establecimiento de otros pueblos, y un puerto en la misma costa, siendo de suma consecuencia asegurarse de uno cómodo para el abrigo en caso de necesidad; y asì se determinó á formar el de puerto de Plata que aventajaba en mucho al de Santo Domingo, porque de allí pueden cómodamente ir navios y volver á Castilla con mas brevedad y menos dificultad, y asimismo por la mayor proporcion de todo gènero de refrescos y viveres, por estar distantes solo diez leguas de Vega Real, á donde estaba la villa de Santiago y la Concepcion, á diez y seis leguas, y á diez ò doce de las minas de Cibáo, y podia servir de escála para esas dos ciudades; no faltando à la primera mas que esta comodidad para ser la mas mercantil y rica de toda la isla. A mas de esto convenia asegurarse de tierra de este lado, que todavia permanecia bastantemente poblada, de cuyos habitantes podian valerse para aprovecharse de la vecindad de las minas de Cibáo, que fueron siempre tenidas por las mas ricas de toda la tierra. Movióle tambien à edificar aquella villa, para contener la multitud de indios de la isla por aquella parte, y sobre todo para tener en brida las provincias orientales, cuyos pueblos nunca bien se llegaron á subyugar, y pasaban con razon por los mas guerreros de la isla. Ya el Almirante habia tenido las mismas miras que Ovándo algunos años antes, y no podia este gefe hacer cosa mejor que fijar allí un establecimiento sólido, en vista de un parage de tanta pro porcion y de ventajas tan conocidas. No difirió un instante de poblar allí: armó una carabéla en Santo Domingo, y embarcó en ella los que destinaba para vecinos de su nueva poblacion. Como no podia darles víveres por mucho tiempo, les encargó que arribásen á la isleta de Santo Domingo, muy fértil y cercana a la provincia de Higuéy, à donde hallarian abundancia de todo; pues los de Santo Domingo sacaban de ella todo género de provisiones. Luego que llegó la carabéla à vista de la Saóna y se acercó la lancha de tierra en que iban unos ocho hombres, fueron recibidos estos con una lluvia de flechas, y de los ocho ninguno escapó, y lo que dió motivo à tal hostilidad, fuè que antes de la llegada de D. Nicolas de Ovándo á la Española en virtud de la buena armonía que se guardaban entre sì los de la Saòua y Santo Domingo, llegó á esta isla una carabéla, con el fin de cargar casabe (que es el pan de todas aquellas islas que se saca de la raiz de la Yuca) y como siempre los castellanos usaban llevar consigo sus perros de presa, andando los indios acarreando el casabe y el cacique de allí avivándoles en este trabajo, tuvo la indiscrecion un castellano de incitar el perro contra el cacique y le dijo: ¡pí· llalo!... ¡tómalo!... por via de burla (creyendo poderie tener, dice Herrera); pero lo cierto es que al instante el perro sin que lo pudera contener su amo que lo tenia amarrado con una cadena, se abalanzó al cacique y dióle na bocado en las tripas, estirando

« AnteriorContinua »