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levantes son hermanos de un vientre, hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia. Ingenio sublime nunca crió gusto ratero. Hay perfecciones soles, y hay perfecciones luces. Galantea el águila al sol, piérdese en él el helado gusanillo por la luz de un candil, y tómasele la altura á un caudal por la elevacion del gusto.

Es algo tenerlo bueno, es mucho tenerlo relevante. Péganse los gustos con la comunicacion, y es suerte topar con quien le tiene superlativo.

Tienen muchos por felicidad (de prestado será) gozar de lo que apetecen, condenando á infelices los demas; pero desquítanse éstos por los mismos filos, con que es de ver la mitad del mundo riyéndose de la otra, con más ó ménos de necedad.

Es calidad un gusto critico, un paladar difícil de satisfacerse; los más valientes objetos le temen, y las más seguras perfecciones le tiemblan.

Es la estimacion preciosísima, y de discretos el regatearla; toda escasez en moneda de aplauso es hidalga; y al contrario, desperdicios de estima merecen castigo de desprecio.

La admiracion es comunmente sobrescrito de la ignorancia; no nace tanto de la perfeccion de los objetos, cuanto de la imperfeccion de los conceptos. Son únicas las perfecciones de primera magnitud; sea, pues, raro el aprecio.

Quien tuvo gusto rey, fué el prudente de los Filipos de España, hecho siempre á objetos milagros, que nunca se pagaba sino de la que era maravilla en su serie.

Presentőle un mercader portugues una estrella de la tierra, digo un diamante de Oriente, cifra de la riqueza, pasmo del resplandor; y cuando todos aguardaban, si no admiraciones, reparos en Filipo, escucharon desdenes, no porque afectase el gran monarca lo descomedido, como lo grave, sino porque un gusto hecho siempre á milagros de naturaleza y arte no se pica así vulgarmente. ¡Qué paso éste para una hidalga fantasía! Señor, dijo, setenta mil ducados que abrevié en este digno nieto del Sol, no son de asquear. Apretó el punto Filipo y díjole: «¿En qué pensábadeis cuando disteis tanto?- Señor, acudió el portugues, como tal, pensaba en que habia un rey Filipo II en el mundo. » Cayóle al monarca en picadura más la agudeza que la preciosidad, y mandó luégo pagarle el diamante y premiarle el dicho, ostentando la superioridad de su gusto en el precio y en el premio.

Sienten algunos que el que no excede en alabar, vitupera. Yo diria que las sobras de alabanza son menguas de la capacidad, y que el que alaba sobrado, 6 se burla de sí ó de los otros.

No tenía por oficial el griego Agesilao el que calzaba á un pigmeo el zapato de Encelado, y en materia de alabanza, es arte medir justo.

Estaba el mundo lleno de las proezas del qué fué alba del mayor sol, digo de las victorias de don Hernando Álvarez de Toledo; y con llevar un mundo, no mediaban su gusto, extrañándole la causa, dijo que en cuarenta años de vencer, teniendo por campo toda

Europa, por blasones todas las empresas de su tiempo, le parecia todo nada, pues nunca habia visto ejército de turcos delante, donde la victoria fuera triunfo de la destreza, y no del poder, donde la excesiva potencia humillada ensalzára la experiencia y el valor de un caudillo. Tanto es menester para acallar el gusto de un héroe.

No amaestra este primor á ser Momo un varon culto, que es insufrible destemplanza; sí á ser integérrimo censor de lo que vale. Hacen algunos esclavo al juicio del afecto, pervirtiendo los oficios al Sol y las tinieblas.

Merezca cada cosa la estimacion por sí, no por sobornos del gusto.

Sólo un gran conocimiento, favorecido de una gran práctica, llega á saber los precios de las perfecciones. Y donde el discreto no puede lisamente votar, no se arroje, deténgase, no descubra ántes la falta propria que la sobra extraña.

PRIMOR VI.

EMINENCIA EN LO MEJOR.

Abarcar toda perfeccion, sólo se concede al primer Sér, que por no recibirlo de otro, no sufre limitaciones.

De las prendas, unas da el cielo, otras libra á la industria; una ni dos no bastan á realzar un sujeto; cuanto destituyó el cielo de las naturales, supla la diligencia en las adquisitas. Aquéllas son hijas del favor, éstas de la loable industria, y no suelen ser las ménos nobles.

Poco es menester para individuo, mucho para universal; y son tan raros éstos, que se niegan comunmente á la realidad, si se conceden al concepto.

No es uno solo el que vale por muchos. Grande excelencia en una intensa singularidad cifrar toda una categoría y equivalerla.

No toda arte merece estimacion, ni todo empleo logra crédito. Saberlo todo no se censura; practicarlo todo, sería pecar contra la reputacion.

Ser eminente en profesion humilde es ser grande en lo poco, es ser algo en nada. Quedarse en una me-dianía, apoya la universalidad; pasar á eminencia, desluce el crédito.

Distaron mucho los dos Filipos, el de España y Macedonia. Extrañó el primero en todo y segundo en el renombre, al Príncipe, el cantar en su retrete, y abonó el Macedon á Alejandro el correr en el estadio. Fué aquélla puntualidad de un prudente, fué éste descuido de la grandeza. Pero corrido Alejandro, ántes que corredor, acudió bien, que á competir con reyes, aún, aún.

Lo que tiene más de lo deleitable tiene ménos de lo heroico comunmente.

No debe un varon máximo limitarse á una ní á otra perfeccion, sino con ambiciones de infinidad aspirar á una universalidad plausible, correspondiendo la intension de las noticias á la excelencia de las artes. Ni basta cualquiera ligera cognicion, empeño de

corrida, que suele ser más nota de vana locuacidad que crédito de fundamental entereza.

Alcanzar eminencia en todo no es el menor de los imposibles; no por flojedad de la ambicion, sí de la diligencia y áun de la vida. Es el ejercicio el medio para la consumacion en lo que se profesa, y falta á lo mejor el tiempo y más presto el gusto en tan prolija práctica.

Muchas medianías no bastan á agregar una grandeza, y sobra sola una eminencia á asegurar superioridad.

No ha habido héroe sin eminencia en algo, porque es carácter de la grandeza; y cuanto más calificado el empleo, más gloriosa la plausibilidad. Es la eminencia en aventajada prenda parte de soberanía, pues llega á pretender su modo de veneracion.

Y si el regir un globo de viento con eminencia triunfa de la admiracion, ¿qué será regir con ella un acero, una pluma, una vara, un baston, un cetro, una tiara?

Aquel Marte castellano, por quien se dijo, Castilla capitanes si Aragon reyes, don Diego Perez de Vargas, con más hazañas que dias, retiróse á acabarlos en Jerez de la Frontera. Retiróse él, mas no su fama, que cada dia se extendia más por el teatro universo. Solicitado de ella Alfonso, rey novel, pero antiguo apreciador de una eminencia, y más en armas, fué á buscarle disfrazado con solos cuatro caballeros.

Que la eminencia es iman de voluntades, es hechizo del afecto.

Llegado el Rey á Jerez y á su casa, no le halló en ella, porque el Vargas, enseñado á campear, engañaba en el campo su generosa inclinacion. El Rey, á quien no se le habia hecho de mal ir desde la córte á Jerez, no extrañó el ir desde allí á la alquería. Descubriéronle desde léjos, que con una hoz en la mano iba descabezando vides con más dificultad que en otro tiempo vidas. Mandó Alfonso hacer alto y embosearse los suyos. Apeóse del caballo, y con majestuosa galantería comenzó á recoger los sarmientos que el Vargas, descuidado, derrivaba. Acertó éste á volver la cabeza, avisado de algun ruido que hizo el Rey, ó lo que es más cierto, de algun impulso fiel de su corazon. Y cuando conoció á su majestad, arrojándose á sus plantas á lo de aquel tiempo, dijo: «Señor, ¿qué haceis aquí?-Proseguid, Vargas, dijo Alfonso, que á tal podador, tal sarmentador.»>

¡Oh, triunfo de una eminencia!

Anhele á ella el varon raro, con seguridad de que lo que le costará de fatiga lo logrará de celebridad.

Que no sin propiedad consagró la gentilidad á Hércules el buey, en misterio de que el loable trabajo es una sementera de hazañas, que promete cosecha de fama, de aplauso, de inmortalidad.

PRIMOR VII.

EXCELENCIA DE PRIMERO.

Hubieran sido algunos fénix en los empleos, á no irles otros delante. Gran ventaja el ser primero, y si

con eminencia, doblada. Gana en igualdad el que gand de mano.

Son tenidos por imitadores de los pasados los que les siguen; y por más que suden, no pueden purgar la presuncion de imitacion.

Alzanse los primeros con el mayorazgo de la fama, y quedan para los segundos mal pagados alimentos. Dejó de estimar la novelera gentilidad á los inventores de las artes, y pasó á venerarlos. Trocó la estma en culto, ordinario error, pero que exagera lo que vale una primería.

Mas no consiste la gala en ser primero en tiempo, sino en ser el primero en la eminencia.

Es la pluralidad descrédito de sí misma, áun en preciosos quilates, y al contrario, la raridad encarece la moderada perfeccion.

Es, pues, destreza no comun inventar nueva senda para la excelencia, descubrir moderno rumbo para la celebridad. Son multiplicados los caminos que llevan á la singularidad, no todos sendereados. Los más nuevos, aunque arduos, suelen ser atajos para la grandeza.

Echó sabiamente Salomon por lo pacífico, cediéndole á su padre lo guerrero. Mudó el rumbo y llegó con ménos dificultad al predicamento de los héroes. Afectó Tiberio conseguir por lo político lo que Augusto por lo magnánimo.

Y nuestro gran Filipo gobernó desde el trono de su prudencia todo el mundo, con pasmo de todos los siglos; y si el César, su invicto padre, fué un prodigio de esfuerzo, Filipo lo fué de la prudencia.

Ascendieron con este aviso muchos de los soles de la Iglesia al cenit de la celebridad. Unos por lo eminente santo, otros por lo sumamente docto; cuál por la magnificencia en las fábricas, y cuál por saber realzar la dignidad.

Con esta novedad de asuntos se hicieron lugar siempre los advertidos en la matrícula de los magnos.

Sin salir del arte sabe el ingenio salir de lo ordinario y hallar en la encanecida profesion nuevo paso para la eminencia. Cedióle Horacio lo heroico á Virgilio, y Marcial lo lírico á Horacio. Dió por lo cómico Terencio, por lo satírico Persio, aspirando todos á la ufanía de primeros en su género. Que el alentado capricho nunca se rindió á la fácil imitacion.

Vió el otro galante pintor que le habian cogido | delantera el Ticiano, Rafael y otros. Estaba más viva la fama cuando muertos ellos; valióse de su invencible inventiva. Dió en pintar á lo valenton, objetáronie algunos el no pintar á lo suave y pulido, en que podia imitar al Ticiano, y satisfizo galantemente que queria más ser el primero en aquella grosería que segundo en la delicadeza.

Extiéndase el ejemplo á todo empleo, y todo varon raro entienda bien la treta ; que en la eminente novedad sobra hallar extravagante rumbo para la grandeza.

PRIMOR VIII.

QUE EL HÉROE PREFIERA LOS EMPEÑOS PLAUSIBLES. Dos patrias produjeron dos héroes: á Hércules Té

bas, á Caton Roina; fué Hércules aplauso del orbe, fué Caton enfado de Roma. Al uno admiraron todas las gentes, al otro esquivaron los romanos.

No admite controversia la ventaja que llevó Caton á Hércules, pues le excedió en prudencia, pero ganóle Hércules á Caton en fama.

Más de arduo y primoroso tuvo el asunto de Caton, pues se empeñó en domeñar monstruos de costumbres, si Hércules de naturaleza; pero tuvo más de famoso el del tebano.

La distancia consistió en que Hércules emprendió hazañas plausibles y Caton odiosas; la plausibilidad del empleo llevó la gloria de Alcides á los términos del mundo y pasára adelante si ellos se alargáran. Lo desapacible del empleo circunscribió á Caton dentro de las murallas de Roma.

Con todo esto, prefieren algunos, y no los ménos juiciosos, el asunto primoroso al más plausible; y puede más con ellos la admiracion de pocos que el aplauso de muchos, si vulgares.

Milagros de ignorantes llaman á los empeños plausibles.

Lo arduo, lo primoroso de un superior asunto pocos lo perciben, pero eminentes, y así lo acrediten raros. La facilidad del plausible permítese á todos vulgarizarse, y así el aplauso tiene de ordinario lo que de universal.

Vence la intencion de pocos á la numerosidad de un vulgo entero.

Pero destreza es topar con los empleos plausibles. Punto es de discrecion sobornar la atencion comun en el asunto plausible; manifiéstase á todos la eminencia, y á votos de todos se graduó la reputacion.

Débense estimar en más los más. Es palpable la excelencia en tales hazañas, y si con evidencia plausible, las primorosas tienen mucho de metafisico, dejando la celebridad en opiniones.

Empleo plausible llamó aquel que se ejecuta á vista de todos y á gusto de todos, con el fundamento siempre de la reputacion, por excluir aquellos tan faltos de crédito cuan sobrados de ostentacion. Rico vive de aplauso un histrion, y perece de crédito.

Ser, pues, eminente en hidalgo, asunto expuesto al universal teatro, eso es conseguir augusta plausibilidad.

¿Qué príncipes ocupan los catálogos de la fama, sino los guerreros? Á ellos se les debe en propiedad el renombre de magnos. Llenan el mundo de aplauso, los siglos de fama, los libros de proezas, porque lo belicoso tiene más de plausible que lo pacífico.

Entre los jueces se entresacan los justicieros á inmortales, porque la justicia sin crueldad siempre fué más acepta al vulgo que la piedra remisa.

En los asuntos del ingenio triunfó siempre la plausibilidad. Lo suave de un discurso plausible recrea el alma, lisonjea el oido; que lo seco de un concepto metafísico los atormenta y enfada.

PRIMOR IX.

DEL QUILATE REY.

Dudo si llame inteligencia ó suerte al topar un héroe con la prenda relevante en sí, con el atributo rey de su caudal.

En unos reina el corazon, en otros la cabeza, y es punto de necedad querer uno estudiar con el valor y pelear otro con la agudeza.

Conténtese el pavon con su rueda, préciese el águila de su vuelo, que sería gran monstruosidad aspirar el avestruz á remontarse, expuesta á ejemplar despeño; consuélese con la bizarría de sus plumas.

No hay hombre que en algun empleo no hubiera conseguido la eminencia; y vemos ser tan pocos que se denominan raros, tanto por lo único como por lo excelente, y como el fénix, nunca salen de la duda.

Ninguno se tiene por inhábil para el mayor empleo; pero lo que lisonjea la pasion desengaña tarde el tiempo.

Excusa es no ser eminente en el mediano por ser mediano en el eminente; pero no la hay en ser mediano en el ínfimo, pudiendo ser primero en el sublime.

Enseñó la verdad, aunque poeta, aquél. Tú no emprendas asunto en que te contradiga Minerva; pero no hay cosa más difícil que desengañar de capacidad.

¡Oh, si hubiera espejos de entendimiento como los hay de rostro! Él lo ha de ser de sí mismo y falsificase fácilmente. Todo juez de sí mismo halla luégo textos de escapatoria y sobornos de pasion.

Grande es la variedad de inclinaciones, prodigio deleitable de la naturaleza; tanta como en rostros, voces y temperamentos.

Son tan muchos los gustos como los empleos. A los más viles y áun infames no faltan apasionados. Y lo que no pudiera recabar la poderosa providencia del más político rey, facilita la inclinacion.

Si el monarca hubiera de repartir las mecánicas tareas, sed vos labrador, y vos sed marinero, rindiérase luégo á la imposibilidad. Ninguno estuviera contento áun con el más civil empleo, y ahora la eleccion propria se ciega áun por el más villano.

Tanto puede la inclinacion, y si se auna con las fuerzas, todo lo sujetan; pero lo ordinario es desavenirse.

Procure, pues, el varon prudente alargar el gusto y atraerle sin violencias de despotiquez á medirse con las fuerzas, y reconocida una vez la prenda relevante, empléela felizmente.

Nunca hubiera llegado á ser Alejandro español y César indiano el prodigioso marqués del Valle, don Fernando Cortés, si no hubiera barajado los empleos; cuando más, por las letras hubiera llegado á una vulgarísima medianía, y por las armas se empinó á la cumbre de la eminencia, pues hizo trinca con Alejandro y César, repartiéndose entre los tres la conquista del mundo por sus partes.

PRIMOR X.

QUE EL HÉROE HA DE TENER TANTEADA SU FORTUNA AL EMPEÑARSE.

La fortuna, tan nombrada cuan poco conocida, no es otra, hablando á lo cuerdo y áun católico, que aquella gran madre de contingencias y gran hija de la suprema Providencia, asistente siempre á sus causas, ya queriendo, ya permitiendo.

Ésta es aquella reina tan soberana, inexcrutable, inexorable, risueña, con unos esquiva, con otros, ya madre, ya madrastra, no por pasion, sí por la arcanidad de inaccesibles juicios.

Regla es muy de maestros en la discrecion política tener observada su fortuna y la de sus adherentes. El que la experimentó madre logre el regalo, empéñase con bizarría, que como amante se deja lisonjear de la confianza.

Tenía bien tomado el pulso á su fortuna el César cuando animando al rendido barquero le decia: «No temas, que agravias á la fortuna de César.» No halló más segura áncora que su dicha. No temió los vientos contrarios el que llevaba en popa los alientos de su fortuna. ¿Qué importa que el aire se perturbe, si el cielo está sereno? ¿Que el mar brame, si las estrellas se rien?

Pareció en muchos temeridad un empeño, pero no fué sino destreza, atendiendo al favor de su fortuna. Perdieron otros, al contrario, grandes lances de celebridad por no tener comprension de su dicha. Hasta el ciego jugador consulta al arrojarse.

Gran prenda es ser un varon afortunado, y alaprecio de muchos lleva la delantera. Estiman algunos más una onza de ventura que arrobas de sabiduría, que quintales de valor; otros, al contrario, que fundan crédito en la desdicha como en la melancolía. Ventura repiten de necio y méritos de desgraciado.

Suple con oro la fealdad de la hija el sagaz padre, y el universal dora la fealdad del ingenio con ventura. Deseó Galeno á su médico afortunado, al capitan Vejecio, y Aristóteles á su monarca. Lo cierto es que á todo héroe le apadrinaron el valor y la fortuna, ejes ambos de una heroicidad.

Pero quien de ordinario probó agrios de madrastra amaine en los empeños, no terquee, que suele ser de plomo el disfavor.

Disimúleseme en este punto hurtarle el dicho al poeta de las sentencias, con obligacion de restituirlo en consejo á los amantes de la prudencia. Tú no hagas ni digas cosa alguna teniendo á la fortuna por contraria.

El Benjamin hoy de la felicidad es, con evidencia de su esplendor, el heroico, invicto y serenísimo señor cardenal infante de España, don Fernando, nombre que pasa á blason ó corona nominal de tantos héroes.

Atendia todo el orbe suspenso á su fortuna, satisfecho asaz de su valor, y declaróle esta gran princesa por su galan en la primera ocasion; digo, en aquella tan inmortal para los suyos como mortal para sus enemigos, batalla de Norlinguen, con progresos de fine

zas en Francia y Flándes, y con el resto de todo su favor en Jerusalen.

Parte es este político primor, saber discernir les bien y mal afortunados, para chocar ó ceder en la competencia.

Previno Soliman la gran felicidad de nuestro católico Marte, quinto de los Cárlos, para que estuviera en su esfera. Temió más á sola ella que á todos los tercios de Poniente, contemplacion de otros.

Amainó aún á tiempo, y valióle, ya no la reputacion, pues se retiraba de ella, la corona.

No así el primer Francisco de Francia, que afectó ignorar su fortuna y la del César; y así por delincuente de prudencia fué condenado á prision.

Péganse de ordinario la próspera y adversa fortuna á los del lado. Atienda, pues, el discreto á ladearse, y en el juego de este triunfo sepa encartarse y descartarse con ganancia.

PRIMOR XI.

QUE EL HÉROE sepa dejarse, GANANDO CON LA FORTUNA.

Todo móvil instable tiene aumento y declinacion. Añaden otros estado donde no hay estabilidad.

Gran providencia es saber prevenir la infalible declinacion de una inquieta rueda. Sutileza de tahur saberse dejar con ganancia donde la prosperidad es de juego, y la desdicha tan de véras.

Mejor es tomarse la honra que aguardar á la rebatiña de la fortuna, que suele en un tumbo alzarse con la ganancia de muchos lances.

Faltarle de constante lo que le sobra de mujer, sienten algunos escocidos. Y añadió el Marqués de Mariñano, para consuelo del Emperador sobre Metz, que no sólo tiene instabilidad de mujer, sino liviandad de jóven en hacer cara á los mancebos.

Mas yo digo que no son livianas variedades de mujer, sino alternativas de una justísima providencia.

Acierte el varon á serlo en esto, recójase al sagrado de un honroso retire, porque tan gloriosa es una bella retirada como una gallarda acometida.

Pero hay hidrópicos de la suerte, que no tienen ánimo para vencerse á sí mismos si les está bailando el agua la fortuna.

Sea augusto ejemplar de este primor aquel gran mayorazgo de la fortuna y de la suerte, el máximo de los Cárlos y áun de los héroes. Coronó este gloriosísimo emperador con prudente fin todas sus hazañas. Triunfó del orbe con la fortuna, y al cabo triunfó de la misma fortuna. Supo dejarse, que fué echar el sello á sus proezas.

Perdieron otros, al contrario, todo el caudal de su fama en pena de su codicia. Tuvieron monstruoso fin grandes principios de felicidad, que á valerse de esta treta pusieran en cobro la reputacion.

Pudiera asegurar un anillo arrojado al mar y restituido en el arca de un pescado, arras de inseparabilidad entre Policrátes y la fortuna. Pero fué poco despues el monte Micalense trágico teatro del divorcio.

Cegó Belisario para que abriesen otros los ojos, y eclipsóse la luna de España para dar luz á muchos.

No se halla arte de tomarle el pulso á la felicidad, por ser anómalo su humor; previénenos algunas señales de declinacion.

Prosperidad muy apriesa, atropellándose unas á otras las felicidades, siempre fué sospechosa, porque suele la fortuna cercenar del tiempo lo que acumula del favor.

Felicidad envejecida ya pasa á caduquez, y desdicla en los extremos cerca está de mejoría.

Estaba Abul, moro, hermano del Rey de Granada, preso en Salobreña, y para desmentir sus confirmadas desdichas, púsose á jugar al ajedrez, proprio ensayo del juego de la fortuna. Llegó en esto el correo de su muerte, que siempre ésta nos corre la posta. Pidió Abul dos horas de vida, muchas le parecieron al Comisario, y otorgóle sólo acabar el juego comenzado. Díjole la suerte, y ganó la vida y áun el reino, pues ántes de acabarlo llegó otro correo con la vida y la corona, que por muerte del Rey le presentaba Granada.

Tantos subieron del cuchillo á la corona como bajaron de la corona al cuchillo. Cómense mejor los buenos bocados de la suerte con el agridulce de un

azar.

Es corsaria la fortuna, que espera á que carguen los bajeles. Sea la contratreta anticiparse á tomar puerto.

PRIMOR XII.

GRACIA DE LAS GENTES.

Poco es conquistar el entendimiento si no se gana la voluntad, y mucho rendir con la admiracion la aficion juntamente.

Muchos con plausibles empresas mantienen el crédito, pero no la benevolencia.

Conseguir esta gracia universal algo tiene de estrella, lo más de diligencia propria. Discurrirán otros al contrario, cuando á igualdad de méritos corresponden con desproporcion los aplausos.

Lo mismo que fué en uno iman de las voluntades es en otro conjuro. Mas yo siempre le concederé aventajado el partido al artificio.

No basta eminencia de prendas para la gracia de las gentes, aunque se supone. Fácil es de ganar el afecto, sobornado el concepto, porque la estimacion mune la aficion.

Ejecutó los medios felizmente para esta comun gracia, aunque no así para la de su rey, aquel infaustamente inclito Duque de Guisa, á quien hizo grande un rey favoreciéndole, y mayor otro emulándole : el tercero, digo, de los Henricos franceses. Fatal nombre para príncipes en toda monarquía, que en tan altos sujetos hasta los nombres descifran oráculos.

Preguntó un dia este rey á sus contiguos: «¿Qué bace Guisa, que así hechiza las gentes? >> Respondió uno extravagante áulico, por único en estos tiempos : «Sire, hacer bien á todas manos; al que no llegan derechamente sus benevolos influjos, alcanzan por reflexion, y cuando no obras, palabras. No hay boda que no festeje, bautismo que no apadrine, entierro que no

honre; es cortés, humano, liberal, honrador de todos, murmurador de ninguno, y en suma, él es el rey en el afecto, si vuestra majestad en el efecto.

Feliz gracia si la hermanára con la de su rey, que no es de esencia el excluirse, por más que encarezca Bayaceto que la plausibilidad del ministro causa recelo al patron.

Y de verdad que la de Dios, del Rey y de las gentes son tres gracias más bellas que las que fingieron los antiguos. Danse la mano una á otra, enlazándose apretadamente todas tres, y si ha de faltar alguna, sea por órden.

El más poderoso hechizo para ser amado es amar. Es arrebatado el vulgo en proseguir, si furioso en perseguir.

El primer móvil de su séquito, despues de la opinion, es la cortesía y la generosidad; con éstas llegó Tito á ser llamado delicias del orbe.

Iguala la palabra favorable de un superior á la obra de un igual, y excede la cortesía de un príncipe al dón de un ciudadano.

Con sólo olvidarse por breve rato de su majestad el magnánimo don Alonso, apeándose del caballo para socorrer á un villano, conquistó las guarnecidas murallas de Gaeta, que á fuerza de bombardas no mellára en muchos dias. Entró primero en los corazones, y luégo con triunfo en la ciudad.

No le hallan algunos destempladamente críticos al grande de los capitanes y gigante entre héroes otros méritos para su antonomasia, sino la benevolencia

comun.

Diria yo que entre la pluralidad de prendas merecedora cada una del plausible renombre, ésta fué felicísima.

Hay gracia de historiadores tambien, tan de codicia cuan de inmortalidad, porque son sus plumas las de la fama. Retratan, no los aciertos de la naturaleza, sino los del alma. Aquel fénix Corvino, gloria de Hungría, solia decir, y practicar mejor, que la grandeza de un héroe consistia en dos cosas, en alargar la mano á las hazañas y á las plumas, porque caractéres de oro vinculan eternidad.

PRIMOR XIII.

DEL DESPEJO.

El despejo, alma de toda prenda, vida de toda perfeccion, gallardía de las acciones, gracia de las palabras y hechizo de todo buen gusto, lisonjea la inteligencia y extraña la explicacion.

Es un realce de los mismos realces y es una belleza formal. Las demas prendas adornan la naturaleza, pero el despejo realza las mismas prendas. De suerte que es perfeccion de la misma perfeccion, como transcendente beldad, con universal gracia.

Consiste en una cierta airosidad, en una indecible gallardía, tanto en el decir como en el hacer, hasta en el discurrir.

Tiene de innato lo más, reconoce la observacion. Lo ménos hasta ahora nunca se ha sujetado á precepto superior, siempre á toda arte.

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