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TERRENO Y SUS CUALIDADES

Así como a las aguas de que acabo de hablar las caracteriza aquella especie de partículas o materias de que están infectas o preñadas, asimismo las partes que componen el terreno de Chile son las que lo hacen distinguirse entre las otras partes de la América. No es preciso internarse mucho en las entrañas de estas tierras para distinguir luego la clase de partes que las componen. Basta estar medianamente instruido en los primeros principios de la agricultura y de la física natural para por ellos sacar la naturaleza y cualidad de ellas. A la verdad, generalmente hablando, por cualquiera de las partes que un curioso observador se ponga a examinar la superficie del terreno de Chile no descubre (si es por la parte litoral) sino una tierra roja oscura, friable, suave, un poco arcillosa o margosa, mezclada de piedrecillas blancas y pardas de piritas arsenicales y marciales, de conchas y otras muchas producciones marinas. Si las mediterráneas o aquellas de los valles andinos; se nota negro declinante al amarillo por lo general, y en algunos particulares sitios un pardo oscuro: se observa un terreno jugoso y universalmente bien purgado de toda especie de cascajo o piedrecillas menudas que por lo regular forman un terreno árido y poco fecundo. Asimismo se nota en él una cierta porosidad o esponjosidad que le hace mas apto para recibir y conservar las humedades, y al mismo tiempo mas dócil para los labradores que lo cultivan, y últimamente se nota que este terreno por su naturaleza y propiedades es palpable y notoriamente diverso que el de la costa. Estas bellas cualidades que se presentan a la vista en la superficie de esta tierra son las mismas hasta una profundidad bien considerable, pues por las mismas roturas que forman los torrentes y precipitadas aguas que descienden de los montes de las copiosas

lluvias del invierno, se vee de manifiesto ser su fondo lo mismo que su superficie.

Observadas estas cualidades, que todas son para uno medianamente instruido en la agricultura señales ciertas e indubitábiles de fertilidad, deberá pasar adelante en su observacion y reflexionar despues en las infinitas sales y en el diluvio incomprensible de partículas fecundantes que de la cordillera necesariamente deben derramarse por todo el país por los secretos conductos del terreno por medio de las aguas y de los vientos que de ella vienen, pues así aquellas como estos, deben estar empreñados de semejantes partículas y por consiguiente el terreno debe recibir y fomentar en su seno todos estos nutricios jugos o materiales de fecundidad. Debe, fuera de esto, reflexionar sobre el calor interno (agente principalísimo de la fermentacion) que debe recibir este terreno de tantos minerales de que abunda el Reino, y que sabe son aptísimos para promover la fecundidad y fertilidad de la tierra, y con estas reflexiones concluirá estableciendo en este terreno la fecundidad mayor que pueda darse.

Considerada, pues, esta interna y externa constitucion del terreno de Chile y vistas las partes que dentro y fuera le componen, no debe causar admiracion a ninguno, si yo digo aquí que es tanta la fertilidad de este Reino que sus tierras frutan sesenta, ochenta, ciento y aun mas por uno, de modo que la inferior cosecha no baja de sesenta. Tampoco deberá atribuirse patriotismo a el que yo asegure que en veinte años que estoy en la Europa no he visto campiña en ella que me presente un tan bello aspecto como cualquiera de las de Chile, así en el número, grandeza y frondosidad de sus árboles, diversidad y sazon de sus frutos, delicadeza de sus berzas y suavidad de sus granos, como en todas las demas producciones contenidas en la esfera de los vegetables. Muchos testimonios de excepcion podia yo traer aquí en apoyo de esta verdad, de don Antonio de Ulloa, de Monsieur Frezier, del Padre Feuillée, de Juan Domingo Coleti, del Gazetero Americano y muchos viajantes que han estado en Chile; pero considerando que escribo para una Nacion, que esto no se le puede ocultar, pues las obras de estos autores son comunes en ella; seria quererles probar lo que ella misma toca con las manos. Solo sí noto que de poco se maravilló don Antonio de Ulloa, cuando él contó por sí mismo, como refiere en su tercer tomo, (parte segunda, libro..., capítulo cinco, número 503) en una mata sola de trigo en el territorio de Talcaguano, 31 espigas, de las que las principales tenian de granado cerca de tres pulgadas, y las menores no tenian menos que dos; porque de mayor número de espigas igualmente granadas, es frecuentísimo encontrarse en Chile, aun en las que no están hiladas, como era esta que admiró tanto a dicho señor. Qué le hubiera sucedido, si co mo me aseguran dos sugetos fidedignos, hubiese contado, como estos contaron en una mata, que estaba separada de las demas, que compo

1 Giandomenico Coleti es autor de un Dizionario storico-geografico dell'America Meridionale, impreso en Venecia el año de 1771, en dos volúmenes en 4.0. Il Gazetiere Americano es una recopilacion de noticias referentes á América, que fué traducida del inglés y publicada en Livorno en 1763, en tres volúmenes en 4.0 mayor.

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nian la sementera, ciento treinta y cinco, y otra ciento setenta y dos espigas? No puede menos que suceder esto muy frecuentemente al ver las copiosísimas cosechas que se hacen de este grano.

Con todo que esto basta para constituir este terreno en un órden o grado superior de fertilidad, pues de cuantos terrenos fértiles hablan los naturalistas, de ninguno han dicho otro tanto; con todo, digo, que aun todavía no se conoce toda su feracidad, por la imperfectísima manera con que en Chile se egercita la agricultura. Lo primero, la labranza del terreno no es propia para hacer que los principios de la vegetacion espliquen toda su fuerza. Lo segundo, la siembra del grano es sin regulacion alguna, en órden a distribuirlo en la tierra, y sin precaucion despues para preservarlo de los accidentes que lo pueden dañar. Lo tercero, el método y órden, nada económico que se practica en hacer la cosecha, es mas propio para disminuirla que para acrecentarla. Lo cuarto, medios ningunos para mejorar los frutos. Ahora pues, siendo la labranza de la tierra, una operacion tan necesaria para una perfecta vegetacion (como nos dicen los sabios agricultores,) ¿cómo podria ésa lograrse en los terrenos de Chile, cuando es tan imperfecta y defectuosa la que allí se usa? Estos autores encomiendan a los labradores, que en la prévia operacion de romper la tierra deben procurar que se interne y profundice el arado, y en esta forma hacerlo pasar repetidas veces por el campo para mas y mas dividir y desmenuzar las partes del terreno, para que así las raices de las simientes puedan dilatarse con facilidad, y, con lo mismo, chupar los jugos nutricios necesarios para su vegetacion; tambien para que el aire pueda libremente discurrir y los rayos del sol introducir su calor, poniendo en movimiento cuantas partículas sean conducentes para la fermentacion de las plantas. En una palabra, sin la práctica bien combinada de todos estos principios, parece que nunca se podrá lograr una copiosa y abundante vegetacion, o, diremos mejor, una abundante cosecha, y no obstante, a pesar de la imperfecta y escasa agricultura chilena, hemos visto y aun veremos la exhuberante fecundidad con que aquella tierra naturalmente feracísima, corresponde a los escasos sudores de sus operarios. ¿Qué seria si éstos para trabajarla practicasen todas las reglas de una buena agricultura? Deberíamos esperar que les correspondiese la tierra otro tanto mas de lo que hasta ahora les ha correspondido; pero parece que los labradores de este felicísimo pais, en nada menos piensan que en estas ventajosísimas cosechas, pues no obstante que muchos de ellos entienden de agricultura algo mas de lo que practican en sus labores, con todo, sabemos que hasta lo presente no lo han reducido a la práctica, sea por aquella secreta fuerza con que una comun costumbre regularmente induce a los hombres a ciegamente conservarla, o sea por el ahorro de las nuevas costas y fatigas, que seria necesario emplear en la nueva operacion; o sea, finalmente, porque moderados en los deseos de adquirir, se contentan con aquella abundancia con que saben de cierto les ha de corresponder la tierra a sus débiles fatigas. Para satisfacer la curiosidad, pondré aquí el modo simplicísimo que tienen los chilenos de laborar sus tierras. El arado es una cosa que no tiene cuasi nada de artificioso, que con toda razon los enciclopedistas franceses lo

reputaron como simple modelo de lo que se inventó primero para este efecto. Es un tronco de árbol, un poco corvo en la parte mas gruesa, el que procuran buscarlo de manera que en aquella parte mas corpulenta tenga algun otro brazo, nacido en tal disposicion que pueda servir de punta del arado, y si no se encuentra con dicho brazo por naturaleza, lo suplen con un simplicísimo artificio, como es, abriendo un agujero en dicha parte, e introduciendo otro leño que supla dicha punta. A esta acostumbran algunos labradores aforrarla en hierro. Con este instrumento miserabilísimo rompen la tierra por la primera vez, y por la segunda cruzan los surcos de la primera rotura, y sin mas operacion arrojan el grano y lo van cubriendo con la tercera y última corrida de arado. Despues para el efecto de llenar los surcos y dejar parejo el terreno, cortan un cierto número de ramas de un árbol silvestre que llaman espino, comunísimo en el Reino, y colocando la una sobre la otra, y sobre ellas un pesado peñasco, las arrastran por todo el distrito de la sementera, con lo que queda concluida toda la operacion de un chileno labrador. Ahora pues, si se reflexiona sobre el debilísimo instrumento, con que se ejecutan estas operaciones, se hallará que el ya descripto arado no es suficiente para romper la tierra, ni en lo lato, ni en lo profundo, en la proporcion. debida y necesaria; y mucho menos lo será cuando la tierra en que labora no ha sido jamas trabajada, pues entónces, por causa de la mayor consistencia y dureza de ella, todo cuanto se trabajare con un instrumento de tal clase, será siempre un trabajo superficial. Y en efecto, en Chile se hacen muchas sementeras en terrenos vírgenes (como allí dicen) o nunca trabajados. A la insuficiencia tambien del dicho arado, debemos atribuir las muchas y crecidas yerbas o terrones, de que quedan cubiertas las sementeras, despues de ya concluida su labor, las que ciertamente contribuyen en no poco a disminuir los frutos de la cosecha, porque resecos y acalorados por el sol, roban al terreno una gran parte de aquellas humedades, que, sin ellos, útilmente conservaria por mas tiempo.

No obstante que este método de laborar las tierras chilenas sea poco apto para poderse prometer abundantes frutos en la cosecha, todavía a mi juicio es menos apto para el mismo fin su método en cosecharla.

Acostumbran los chilenos hacer estas sus cosechas cuando el trigo está tan maduro y seco, que comienza por sí mismo a desgranarse, por lo que es consiguiente que una muy considerable parte de semilla quede desgranada en el campo, sin otro destino, sino es el de que sirva de alimento a un egército numerosísimo de pájaros que viene a recogerla, los que despues de satisfechos, aun dejan suficiente grano para que el año siguiente estas tierras, ya cosechadas, (que les dan el nombre de rastrojos) sin agregarles nueva semilla, rinden otra segunda cosecha poco inferior a la primera.

En órden a los demas frutos de plantíos, es igualmente fecundo el terreno de Chile, pero tambien es igual el descuido de los chilenos en cultivarlas; pues conociendo que las frutas de ingertos son de superior cualidad, sabor y grandeza, son muy pocos los que en esto ponen su atencion; puede talvez servirles de disculpa el que sin esta diligencia

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gozan de frutos tan sazonados y bellos como los mejores de la Europa, y talvez superiores en la grandeza. Se nota en estos frutos que jamas han degenerado ni en cantidad, ni en cualidad, conservando sus semillas siempre la misma individua virtud y cualidades del fruto de donde provienen, sin sensible variacion, como suele esperimentarse en otros países.

No sucede esto solo con los frutos europeos, sino tambien con los de otras partes de la América, y aun con los traidos de lugares que están bajo del Ecuador. De estos últimos hay en la realidad muy pocos, pero son los bastantes para convencer de la verdad en lo que llevo dicho.

La sorprendente fertilidad de que he hablado, no es universal a todas las tierras; así como ni todos los frutos tienen un mismo grado de bondad en todas las partes del Reino, lo que es preciso suceda así por la diversidad de las partes que las componen, como por la diversa combinacion de ellas, como tambien por predominar en una mas que en otras. Las tierras de la parte marítima son, por lo ordinario, ménos fértiles que aquellas de la parte mediterránea, pero nunca es tanta su inferioridad, que no lleguen en los años abundantes a frutar lo que por lo regular rinden de trigo estas otras. En el trigo puede depender la diferencia de la sobrada humedad que en aquellas partes reina, pero esta misma favorece para que ellas excedan mucho en el frutado de la cebada y de las demas especies de menestras. En algunas especies de frutos tambien la supera y aunque quede en las demas especies inferior, quedan en alguna manera compensadas. Lo mismo sucede en las tierras mediterráneas comparándolas entre sí. En unas es sorprendente la cosecha del trigo, en otras la de la ecbada, la de las menestras, la del maiz. En una, unos frutos son esquisitos, en otros, otros; de modo que se debe decir en general de todo el terreno de Chile, que no tiene lugar que no sea sorprendentemente fértil en alguna especie de fruto, sin que de esta proposicion tan avanzada se deban exceptuar ni las colinas, ni las eminencias, ni los llanos, ni los valles. Basta adoptar la produccion a la cualidad del terreno, y sin mas trabajo e industria, se verá la naturaleza esplicar su peculiar virtud a maravilla.

No es ménos admirable el ver en muchos de sus árboles frutales a un mismo tiempo frutos maduros y flores que comienzan a formar otros nuevos. Esta variedad es en Chile muy frecuente. En los duraznos, en los guindos, en los perales se ve dar dos veces frutos al año; lo mismo digo de los limones y naranjos, y esto no porque hayan dejado de cargar, de modo que mas sean los frutos que las hojas. En no pocos, el peso solo de sus frutos doblega las ramas, aunque robustas, hasta desprenderlas del tronco. Todas estas circunstancias que acompañan a los árboles de Chile, prueban con excelencia la fertilidad del terreno, pero no es menor prueba de esto mismo la gran corpulencia y duracion de dichos árboles. Toda especie de ellos excede a los de la Europa, a lo ménos, en un tercio, así en lo alto como en la corpulencia del tronco. Por ejemplo, un nogal abandonado en Chile a la sola fecundidad de su terreno, excede a otros de su especie cultivado en la Europa con todas las ventajas ya espresadas. Por todo esto, Raynal, informado de algunos

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