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GOBIERNO MILITAR DE LOS INDIOS CHILENOS

El gobierno militar de los indios chilenos es aun mas racional que el civil, bien que no esté exento de defectos. Los cuatro toquis tienen la prerrogativa de intimar la guerra cuando les parece necesaria, pero este derecho no es absolutamente inclusivo. Se han visto algunos apo-ulmenes arrogarse esta prerrogativa. Cuando alguno de los toquis quiere hacer esta intimacion, envia a los otros toquis y a todos los apo-ulmenes y ulmenes, guarquenes, esto es, correos, con ciertas cartas verdaderamente curiosas. Estas son varios hilos rojos con muchos nudos. El color se cree haga ver el negocio del mensagero y los nudos señalan el tiempo y el lugar del congreso en que se ha de tratar y concertar. Esta especie de cartas llaman pron. Es cosa verdaderamente maravillosa lo que se observa en tal suerte de comunicacion. Estos indios que solamente se sirven para division del tiempo del nacer, crecer, menguarse, alzarse o entrarse de la luna, con todo que esto deba suponerse equívoco para ellos, nunca faltan al dia indicado. Ni puede atribuirse esto a la constante regularidad de estar siempre para tal determinado tiempo, porque se ha visto esto en todas circunstancias de la luna, esté ella llena, media, delgada o no se vea en su hemisferio. Cuando se han comenzado las hostilidades, antes de publicar formalmente la guerra, los toquis envian juntamente con el hilo, un dedo de alguno de los enemigos muertos, y es lo que se llama entre los españoles correr la flecha y entre los indios pulquitun. Todas estas negociaciones se hacen con el mas profundo secreto.

Llegado el dia señalado, se hallan todos los toquis, los apo-ulmenes en el lugar destinado al congreso y se ven llegar al mismo tiempo muchos otros particulares. Allí se trata de las causas de la guerra que expone el toqui que pretende declararla, o la ha declarado ya con sus hostilidades, las cuales, ordinariamente, son aprobadas por el ancacoyan o bula-coyan,

esto es, por el consejo de los araucanos, o por el gran consejo. Se pasa inmediatamente a la eleccion del generalísimo de aquella expedicion en la persona de aquel en quien consideran las dotes y partes mas convenientes para salir con gloria de ella. Esta eleccion suele caer sobre uno de los cuatro toquis, que son los generales legítimos del estado; pero si ninguno de ellos hallan a propósito, dejando todo respeto y consideracion, se confiere el mando supremo de las tropas a uno de los ulmenes, o tal vez a uno de los simples soldados o vasallos, como que en él hallan mejor que en ninguno los requisitos necesarios para la gloria de las armas de la nacion. Así en la guerra del año de 1723 contra los españoles, Vilumilla, simple soldado, pero de gran talento, fué elegido toquí y mandó entre los suyos, no solo con general aceptacion, sino con honor y gloria inmortal las tropas de su nacion. Hecha y aceptada la eleccion, el nuevo toqui recibe la insignia de su dignidad y todos los otros toquis dejan por todo este tiempo las suyas, no siéndoles lícito llevarlas durante el mando de este dictador, que dura todo el tiempo de aquella guerra, si no muere él antes que se acabe. No hay ejemplo que por malos sucesos se haya depuesto alguno de semejante empleo, sino fué Lincoyan. Los toquis nacidos, apo-ulmenes y ulmenes, le dan juramento de fidelidad y obediencia, la que le es guardada puntualmente, y con un ejemplo de tan singular exactitud, que debe llenar de rubor a las naciones mas cultas, entre las cuales no faltan etiquetas de superioridad de sangre, para pretender hacer a su modo y no como les manda su general. Los chilenos se consideran igualmente interesados en la gloria de la nacion: la gloria de uno la hacen refundir en todos, y así se olvidan de todas las órdenes o rangos que lleva en lo civil su nacion, y en tiempo de paz todos se consideran simples soldados, de lo que viene que ninguno de los de mayor rango, se desdeña de obedecer a uno muy inferior a él. Por la mayor parte, estos generales han sido de la provincia de Arauco; entre ellos tambien ha habido un mestizo desertor y dos de los indios auxiliares de los españoles que se pasaron a ellos. Esto segundo lo consideran algunos por política de los araucanos, que con el honor que daban a los que desamparaban a los españoles, pretendian hacerse de muchos partidarios. Yo admiro mas lo primero, esto es, que dándose el supremo honor en ellos cuasi siempre a algun araucano, no hubiera nacido entre ellos mismos alguna disension.

El nuevo general señala a cada uno de los toquis el número de conas, esto es, soldados que debe enviarle de su utan-mapu. Los toquis tasan los apo-ulmenes, y estos a los ulmenes, segun la extension y populacion de su territorio. De este modo en brevísimo tiempo se junta toda la tropa que pide el general. No quedan exentos de estas levas, ni los julmenes, apoulmenes, ni aun los toquis. Cada soldado debe traer consigo de su casa los víveres y las armas necesarias. Estos víveres por lo comun son un saquillo de harina de trigo, cebada, o maíz tostado al fuego, o de piñones del país.

Al mismo tiempo el general manda sus guarquenes a los tribus confederadas, y tambien a los suyos demorantes en las tierras de los españoles, con las mismas credenciales que dejo dicho, así para informar a los

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329 primeros de la inminente guerra, como para solicitar a los segundos a que tomen partido por ellos.

Junto el ejército, el general elige de aquella gente su teniente y nombra todos los oficiales mayores que deben mandar los cuerpos y las compañías que les serán confiados. A estos deja la eleccion de los oficiales menores. De aquí destina uno o dos dias a fin que tanto los toquis, apo-ulmenes, ulmenes, y aun los soldados piensen aquellos medios que les parezcan mas oportunos proponerle para el mas feliz éxito de aquella guerra, asegurándoles, que, pasado aquel tiempo, no recibirá consejo de ninguno, sino que obrará conforme a aquello que le parecerá mas conveniente. Recibidos los consejos, se retira con sus oficiales secretamente, y se disponen por ellos todas las operaciones que deben hacerse en la accion. Se previenen todos los accidentes que puedan ocurrir y no se intima la marcha sino despues de haber ajustado todo.

El ejército, en los principios de la entrada de los españoles, se componia de infantería, pero conociendo los chilenos por propia experiencia lo que preponderaba sobre ellos la caballería española, hicieron todos sus esfuerzos para tener caballos con que oponerse. A poco tiempo los adquirieron y han hecho numerosas y excelentes crias. Diez y siete años despues, por la primera vez se presentaron en el campo diversos escuadrones montados a caballo, con lo que se han hecho mas fuertes contra los españoles. Del mismo modo han hecho con los sables, de que esta misma caballería va armada, y no es esto lo peor, sino que muchos de los mismos españoles, por un vil interes, los proveen de estas armas, que ellos, no sabiéndolas construir, no podrian estar tan bien proveidos como se hallan. Fuera del sable, lleva esta caballería grandes y fuertes lanzas, que sabe manejar destrísimamente.

La infantería, que ellos llaman namuntu linco, lleva lanzas claveteadas de pedazos de hierro, en cuyo lugar, a los principios, eran pedazos de pedernales y de piedras metálicas. La flecha y honda antiguamente eran sus armas principales; pero al presente, aunque no se puede decir que las hayan desamparado, se valen poco de ellas, porque la experiencia les ha hecho conocer el ser mejor partido venir luego a las armas cortas y mezclarse con los enemigos para impedirles el uso de las armas de fuego. Tanto la infantería cuanto la caballería está dividida en compañías. Estas son mandadas por sus capitanes y otros oficiales menores, que hacen veces de sarjentos. Cada compañía de infantería consta de cien hombres. En la de a caballo ha sido ya de mas, ya menos. Ni los capitanes traen divisa particular, ni los soldados uniforme alguno, sino vestidos como van todos los dias se presentan; pero debajo de este vestido, a raíz de sus propias carnes, llevan unas como cotas de mallas, hechas de cuero de vaca, endurecido con cierta preparacion que le dan, con lo que tambien hacen morriones y escudos, en que se embotan los filos de los sables.

Estos indios no han llegado hasta ahora a descubrir el secreto de la pólvora, bien que el país que ellos habitan abunda de todos los materiales de que se forma. En batallas tenidas con los españoles, se han apoderado tal vez de la artillería, de las escopetas y de alguna pequeña can

tidad de pólvora, de la que han sabido hacer uso con gran ventaja suya. Mucho menos conocen las máquinas de batir las plazas: todas las fortalezas y ciudades de que hasta ahora se han emposesionado las han tomado, o por asalto, o por alguna estratagema militar (para lo que son astutísimos) o por hambre despues de un largo asedio.

Los instrumentos militares de que se sirven son los tambores, pífanos y ciertas medias flautas. Estos los usan en sus marchas regulares, regulando por ellos los pasos de la tropa, y cuando están en el campo de batalla para llamar algun cuerpo a la parte mas necesaria, para embestir y para retirarse, y en una palabra, para regular todos sus movimientos.

Cuando quieren acamparse y no están muy distantes del enemigo, fortifican sus alojamientos con buenas palizadas y trincheras y mandan centinelas por todas partes. Han hecho muchas veces preceder a sus trincheras campos enteros de estacas de cañas bravas y de las fuertes espinas de algarrobo, bien ocultas y dispuestas, lo que ellos llaman copiñ, y hacen las veces de los caballos de frisia, que tanto ahora se usan en Europa para mancar los caballos. El sitio que eligen es siempre el mas ventajoso. En el campo, a la noche, cada soldado hace su fuego separado de los otros, de manera que en un ejército de seis mil hombres se ven seis mil fuegos. Como ellos tienen pocos bagajes que conducir, en un momento se preparan a la marcha o al combate, y a la primera señal está todo dispuesto, segun la voluntad del comandante.

En las marchas, la infantería va a caballo, desde que ellos los tienen, pero cuando ocurre venir a las armas, desmonta prontamente y se pone en sus respectivos sitios, cuidando los que están encargados de esto de los caballos de la infantería y de los víveres de cada uno, que van sobre el mismo caballo. La marcha de la tropa la preceden varios exploradores para evitar toda sorpresa y para recibir siempre en buen órden al enemigo.

Cuando han de venir a un hecho de armas, es lo ordinario que el comandante divida la caballería en dos filas para defender los caballos de la infantería, que es colocada en el medio, dividida en varios batallones, cuyas filas se componen alternativamente de lanceros y de maceros, de manera que entre lanza y lanza se halla siempre una maza. En la primera accion, el nuevo toqui para hacer honor y acreditarse mas entre los suyos, toma la ala derecha para mandarla y la siniestra su teniente, y cuando ha dado esta prueba, deja mandar la ala derecha a su teniente, y la izquierda confía a uno de los oficiales que para con él tenga mas crédito, y entretanto dura la batalla, él discurre por todas partes, se hace presente a todos, los anima todos, corrige los defectos de sus oficiales, y no pocas veces castiga aun con la muerte a los que retroceden.

Cuasi siempre ántes de empezar la batalla y estando las tropas todas en sus respectivos sitios, el general les hace un político discurso, en el cual, con el ejemplo de sus antepasados que tantas veces vencieron estos mismos enemigos, aun contra la superioridad de sus armas, los exhorta a la victoria y a una muerte gloriosa por la libertad de la patria. Acabado el discurso, con el que ellos se han encendido en tanto furor

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que no es poco lo que tienen que hacer los oficiales para contenerlos, hace dar la señal para empezar el combate. Sonando estan aun los tambores y pífanos, cuando ellos se han ya arrojado contra el enemigo. Los mas formidables, como se ha experimentado en la guerra tan dilatada con los españoles, son los infantes, los cuales, con sus mazas, como otros tantos hércules, despedazan todos aquellos que se les oponen y se hacen paso por todo. La muerte en la batalla es para ellos el mayor honor que pueden conseguir en vida, y por esto, léjos de temerla, procura con todo esfuerzo cada uno ser el primero que llegue a trabarse con el enemigo. No hay quien detenga su ímpetu, sino la muerte, que en los primeros es cuasi cierta, y no obstante, todos quieren ser los pri

meros.

Apénas ha caido la primera fila, que le sucede una segunda, como las olas del mar, y a esta otra tercera, cuarta y quinta; y se ha visto en los asaltos de las plazas, llegar a llenar los fosos con los cuerpos de sus muertos, pasar sobre ellos, y entrar a combatir dentro. Con este furor y esta constancia han llegado muchas veces a romper la vanguardia española, o obligarla a retroceder. Lo admirable es que en medio de este furor, se mantienen en ordenanza y ejecutan los movimientos que les mandan los oficiales. No los ciega el furor para obstinarse contra su misma debilidad, porque se retiran con bellísimo órden cuando se conocen inferiores; y cuando superiores, continúan apretando siempre mas para que se declare la victoria por su parte.

Esta la celebran en el campo mismo con el sonido de sus tambores y pífanos y con el juego de sus banderas; y en otro campo, con el sacrificio que hacen de uno de los prisioneros, como luego veremos. Los despojos pertenecen a aquellos que se apoderaron de ellos. Los prisioneros son esclavos, dejando uno a eleccion del toqui, para sacrificarlo a las sombras de sus muertos en aquella batalla.

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