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Decíase que el rey don Fernando dejaba nombrado por heredero de aquel reino al duque de Calabria, detenido entonces en el castillo de Játiva. Y esta voz que se desestimó dignamente á los principios, bajó como despreciada á los oidos del vulgo, donde corrió algunos dias con recato de murmuracion, hasta que tomando cuerpo en el misterio con que se fomentaba, vino á romper en alarido popular y en tumulto declarado, que puso en congoja mas que vulgar á la nobleza, y á todos los que tenian la parte de la razon y de la verdad.

En Sicilia tambien tomó el pueblo las armas contra el virey don Hugo de Moncada con tanto arrojamiento, que le obligó á dejar el reino en manos de la plebe, cuyas inquietudes llegaron á echar mas hondas raices que las de Nápoles, porque las fomentaban algunos nobles, tomando por pretesto el bien público, que es el primer sobreescrito de las sediciones, y por instrumento al pueblo, para ejecutar sus venganzas, y pasar con el pensamiento á los mayores precipicios de la ambicion.

No por distantes se libraron las Indias de la mala constitucion del tiempo, que á fuer de influencia universal alcanzó tambien á las partes mas remotas de la monarquía. Reducíase entonces todo lo conquistado de aquel nuevo mundo á las cuatro islas de Santo Domingo, Cuba, San Juan de Puerto Rico y Jamaica, y á una pequeña parte de tierra firme que se habia poblado en el Darien, á la entrada del golfo de Urába, de cuyos términos constaba lo que se comprendia en este nombre de las Indias occidentales. Llamáronlas así los primeros conquistadores, solo porque se parecian aquellas regiones en la riqueza y en la distancia á las orientales que tomaron este nombre del rio Indo que las baña. Lo demas de aquel imperio consistia no tanto en la verdad, como en las esperanzas que se habian concebido de diferentes descubrimientos y entradas que hicieron nuestros capitanes con varios sucesos, y con mayor peligro que utilidad: pero en aquello poco que se poseía, estaba tan olvidado el valor de los primeros conquistadores, y tan arraigada en los ánimos la codicia, que solo se trataba de enriquecer, rompiendo con la conciencia y con la reputacion : dos frenos sin cuyas riendas queda el hombre á solas con su naturaleza, y tan indómito y feroz en ella como los brutos mas enemigos del hombre. Ya solo venian de aquellas partes lamentos y querellas de lo que allí se padecia el celo de la religion y la causa pública cedian enteramente su lugar al interés y al antojo de los particulares (1), y al mismo paso se iban

(1) La idea que dá Solís del estado de abandono y aun de corrupcion á que habian venido á parar los encargados de la educacion moral y religiosa de los indios en las islas á causa de la relajacion de costumbres que lleva consigo la guerra, duró mucho tiempo, dando ocasion á que personas verdaderamente piadosas y justas elevasen fuertes reclamaciones al rey, á fin de que pusiera coto á tan grave mal. Es muy notable lo que sobre el particular escribia Hernan Cortés á Cárlos V despues de la conquista; y en verdad que sus palabras, sobre hacer mucho honor á

acabando aquellos pobres indios que gemian debajo del peso, anhelando por el oro para la avaricia agena, obligados á buscar con el sudor de su rostro lo mismo que despreciaban, y á pagar con su esclavitud la ingrata fertilidad de su patria.

Pusieron en gran cuidado estos desórdenes al rey don Fernando, y particularmente la defensa y conversion de los indios, que fue

la rectitud de su juicio, demuestran de un modo indudable que fue sin disputa el capitan mas noble, discreto y justo de cuantos tuvieron parte en la conquista de las vastas regiones americanas. He aquí como se expresa. «... E porque con los dichos » procuradores Antonio de Quiñones, y Alonso Dávila, los concejos de las villas » de esta Nueva España, y yó, embiamos á suplicar á Vuestra Magestad mandasse >> proveer de Obispos, ó otros prelados, para la administracion de los Oficios y >> Culto divino; y entonces pareciónos, que asi convenia: y agora mirándolo bien, » hame parecido, que Vuestra Sacra Magestad los debe mandar proveer de otra >> manera, para que los Naturales de estas partes mas aina se conviertan, y puedan >> ser instruidos en las cosas de nuestra Santa Fé Católica : y la manera, que á mí, >> en este caso me parece que se debe tener : es, que Vuestra Sacra Magestad mande » que vengan á estas partes muchas Personas Relijiosas, como ya he dicho, y muy >> celosas de este fin de la conversion de estas Gentes : y que de estos se hagan Casas » y Monasterios, por las Provincias, que acá nos pareciere, que convienen, y que » á estas se les dé de los Diezmos para hacer sus Casas, y sostener sus vidas, y lo » demas que restare de ellos, sea para las Iglesias, y Ornamentos de los pueblos, » donde estuvieren los Españoles, y para Clérigos, que las sirvan; y que estos » Diezmos los cobren los Oficiales de Vuestra Magestad, y tengan cuenta, y razon » de ellos, y provean de ellos á los dichos Monasterios, y Iglesias, que bastará » para todo, y aun sobra harto, de que Vuestra Magestad se puede servir. Y que » Vuestra Alteza suplique á su Santidad, conceda á Vuestra Magestad los Diezmos » de estas partes, para este efecto, haciéndole entender el Servicio, que á Dios » Nuestro Señor se hace, en que esta Gente se convierta, y que esto no se po» dria hacer, sino por esta via; porque habiendo Obispos, y otros Prelados, no » dejarian de seguir la costumbre, que por nuestros pecados hoy tienen, en dis» poner de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas, y en otros vicios: » en dejar Mayorazgos á sus Hijos ó Parientes: ó aun seria otro mayor mal, que » como los Naturales de estas partes tenian en sus tiempos Personas Relijjosas, » que entendian en sus Ritos, y Ceremonias, y estos eran tan recogidos, asi en » honestidad, como en castidad, que si alguna cosa fuera de esto, á alguno se le » sentia, era punido con pena de muerte. E si agora viessen las cosas de la Igle» sia, y servicio de Dios, en poder de los Canónigos ó otras Dignidades; y su>> piesen que aquellos eran Ministros de Dios, y los viesen usar de los vicios, y » profanidades, que agora en nuestros tiempos en esos Reinos usan, seria menos>>preciar nuestra Fé, y tenerla por cosa de burla : seria tan gran daño, que no » creo aprovecharia ninguna otra predicacion, que se les hiciese: » etc.

Este párrafo no solo corrobora lo dicho por Solis, sino que hace formar tristísima idea de la relajacion de la disciplina eclesiástica en aquella época. Y tal era el temor de Cortés á las livianas costumbres del alto clero, que en la misma carta propone al Emperador impetre del Papa el permiso para que los generales ó provinciales de las órdenes religiosas que allí se establecieren, pudieran dar órdenes, bendecir iglesias y ornamentos, oleo y crisma, á fin de escusarse los obispos.

No es menos notable la disposicion propuesta por Cortés de que los diezmos se recaudasen y administrasen por el estado; reservándose el sobrante para las necesidades públicas, despues de cubiertas las indispensables de culto y clero, con el objeto de evitar que sirviesen en manos de este á la disipacion y los vicios que ocasiona la riqueza. Muchos de los males denunciados por Cortés se remediaron con las disposiciones canónicas del concilio de Trento: desde entonces ha sido mas severa la disciplina eclesiástica, si bien no tanto como lo exije la pureza de costumbres que debe brillar en los predicadores del Evangelio.

siempre la principal atencion de nuestros reyes; para cuyo fin formó instrucciones, promulgó leyes y aplicó diferentes medios que perdian la fuerza en la distancia; al modo que la flecha se deja caer á vista del blanco, cuando se aparta sobradamente del brazo que la encamina. Pero sobreviniendo la muerte del rey antes que se lograse el fruto de sus diligencias, entró el cardenal con grandes veras en la sucesion de este cuidado, deseando poner de una vez en razon aquel gobierno; para cuyo efecto se valió de cuatro religiosos graves de la órden de San Gerónimo, enviándolos con títulos de visitadores; y de un ministro de su eleccion que los acompañase, con despachos de juez de residencia, para que unidas estas dos jurisdicciones lo comprendiesen todo: pero apenas llegaron á las islas, cuando hallaron desarmada toda la severidad de sus instrucciones, con la diferencia que hay entre la práctica y la especulacion; y obraron poco mas que conocer y esperimentar el daño de aquella república, poniéndose de peor condicion la enfermedad con la poca eficacia del remedio.

CAPITULO V.

Cesan las calamidades de la monarquía con la venida del rey don Cárlos: dase principio en este tiempo á la conquista de Nueva España.

Este estado tenian las cosas de la monarquía cuando entró en la posesion de ella el rey don Cárlos, que llego á España por setiembre de este año: con cuya venida empezó á serenar la tempestad y se fue poco a poco introduciendo el sosiego, como influido de la presencia á del rey, sea por virtud oculta de la corona, ó porque asiste Dios con igual providencia tanto á la magestad del que gobierna, como á la obligacion ó al temor natural del que obedece. Sintiéronse los primeros efectos de esta felicidad en Castilla, cuya quietud se fue comunicando á los demas reinos de España, y pasó á los dominios de afuera, como suele en el cuerpo humano distribuirse el calor natural, saliendo del corazon en beneficio de los miembros mas distantes. Llegaron brevemente á las islas de la América las influencias del nuevo rey, obrando en ellas su nombre tanto como en España su presencia. Dispusiéronse los ánimos á mayores empresas, creció el esfuerzo en los soldados, y se puso la mano en las primeras operaciones que precedieron á la conquista de Nueva España, cuyo imperio tenia el cielo destinado para engrandecer los principios de este augusto monarca.

Gobernaba entonces la isla de Cuba el capitan Diego Velazquez, que pasó á ella como teniente del segundo almirante de las Indias. don Diego Colon, con tan buena fortuna que se le debió toda su conquista y la mayor parte de su poblacion. Habia en aquella isla (por ser la mas occidental de las descubiertas, y mas vecina al continente

de la América septentrional) grandes noticias de otras tierras no muy distantes, que se dudaba si eran islas; pero se hablaba en sus riquezas con la misma certidumbre que si se hubieran visto, fuese por lo que prometian las esperiencias de lo descubierto hasta entonces, ó por lo poco que tienen que andar las prosperidades en nuestra aprension para pasar de imaginadas á creidas.

Creció por este tiempo la noticia y la opinion de aquella tierra con lo que referian de ella los soldados que acompañaron á Francisco Fernandez de Córdoba en el descubrimiento de Yucatan, península situada en los confines de Nueva España, y aunque fue poco dichosa esta jornada, y no se pudo lograr entonces la conquista porque murieron valerosamente en ella el capitan y la mayor parte de su gente, se logró por lo menos la evidencia de aquellas regiones; y los soldados que iban llegando á esta sazon, aunque heridos y derrotados, traian tan poco escarmentado el valor, que entre los mismos encarecimientos de lo que habian padecido se les conocia el ánimo de volver á la empresa, y le infundian en los demas españoles de la isla, no tanto con la voz y con el ejemplo, como con mostrar algunas joyuelas de oro que traian de la tierra descubierta, bajo de ley y en corta cantidad; pero de tan crecidos quilates en la ponderacion y en el aplauso, que se empezaron todos á prometer grandes riquezas de aquella conquista, volviendo á levantar sus fábricas la imaginacion, fundadas ya sobre esta verdad de los ojos.

Algunos escritores no quieren pasar este primer oro ó metal con mezcla del que vino entonces de Yucatan : fúndanse en que no le hay en aquella provincia, ó en lo poco que es menester para contradecir á quien no se defiende. Nosotros seguimos á los que escriben lo que vieron, sin hallar gran dificultad en que pudiese venir el oro de otra parte á Yucatan, pues no es lo mismo producirle que tenerle. Y el no haberse hallado, segun lo refieren, sino en los adoratorios de aquellos indios, es circunstancia que da á entender que le estimaban como esquisito, pues le aplicaban solamente al culto de sus dioses y á los instrumentos de su adoracion.

Viendo pues Diego Velazquez tan bien acreditado con todos el nombre de Yucatan, empezó á entrar en pensamientos de mayor gerarquía, como quien se hallaba embarazado con reconocer por superior en aquel gobierno al almirante Diego Colon : dependencia que consistia ya mas en el nombre que en la sustancia; pero que á vista de su condicion y de sus buenos sucesos le hacia interior disonancia, y tenia como desairada su felicidad. Trató con este fin de que se volviese á intentar aquel descubrimiento; y concibiendo nuevas esperanzas del fervor con que se le ofrecian los soldados, se publicó la jornada, se alistó la gente, y se previnieron tres bajeles y un bergantin con todo lo necesario para la faccion y para el sustento de la gente. Nombró por cabo principal de la empresa á Juan de Grijalva, pariente suyo, y por capitanes á Pedro de Alvarado, Francisco Montejo y Alonso Dávila, sugetos de calidad conocida, y mas

conocidos en aquellas islas por su valor y proceder: segunda y mayor nobleza de los hombres. Pero aunque se juntaron con facilidad hasta doscientos y cincuenta soldados incluyéndose en este número los pilotos y marineros, y andaban todos solícitos contra la dilacion, procurando tener parte en adelantar el viage, tardaron finalmente en hacerse á la mar hasta los ocho de abril del año siguiente de mil y quinientos y diez y ocho.

Iban con ánimo de seguir la misma derrota de la jornada antecedente; pero decayendo algunos grados por el impulso de las corrientes, dieron en la isla de Cozumel, primer descubrimiento de este viage, donde se repararon sin contradiccion de los naturales. Y volviendo á su navegacion cobraron el rumbo, y se hallaron en pocos dias á la vista de Yucatan; en cuya demanda doblaron la punta de Cotoche por lo mas oriental de aquella provincia, y dando las proas al Poniente, y el costado izquierdo á la tierra, la fueron costeando hasta que arribaron al parage de Potonchan, ó Champoton, donde fue desbaratado Francisco Fernandez de Córdoba, cuya venganza aun mas que su necesidad los obligó á saltar en tierra; y dejando vencidos y amedrentados aquellos indios, determinaron seguir su descubrimiento.

Navegaron de comun acuerdo la vuelta del Poniente sin apartarse de la tierra mas de lo que hubieron menester para no peligrar en ella, y fueron descubriendo en una costa muy dilatada y al parecer deliciosa, diferentes poblaciones con edificios de piedra, que hicieron novedad, y que á vista del alborozo con que se iban observando parecian grandes ciudades. Señalábanse con la mano las torres y capiteles que se fingian con el deseo, creciendo esta vez los objetos en la distancia; y porque alguno de los soldados dijo entonces que aquella tierra era semejante á la de España, agradó tanto á los oyentes esta comparacion, y quedó tan impresa en la memoria de todos, que no se halla otro principio de haber quedado aquellas regiones con el nombre de Nueva España: palabras dichas casualmente con fortuna de repetidas, sin que se halle la propiedad ó la gracia de que se valieron para cautivar la memoria de los hombres (1).

CAPITULO VI.

Entrada que hizo Juan de Grijalva en el rio de Tabasco, sucesos della.

Siguieron la costa nuestros bajeles hasta llegar al parage donde se derrama por dos bocas en el mar el rio Tabasco, uno de los navegables que dan el tributo de sus aguas al golfo mejicano. Llamóse

(1) Hernan Cortés en su carta de 30 de octubre de 1520, dirijida al rey, supone ser él quien puso á aquel pais el nombre de Nueva España; y pide al monarca apruebe esa denominacion.

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