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tanta fragancia de olor despues de su muerte, que los religiosos y españoles seglares que cerca de sí los tenian, alababan á Dios por ello, y afirmaban que aquella suavidad y olor sobrepujaba á los olores de la tierra, y así lo tenian por manifiesto milagro. Escribió este padre bendito muchos tratados en diversas lenguas, entre los cuales se hallan los siguientes: Arte de la lengua mexicana. Vocabulario en la mesma lengua. El Juicio final, en la mesma lengua. Pláticas que los señores mexicanos hacian á sus hijos, en la mesma lengua. Libro de los siete sermones, en la mesma lengua. Tratado de los pecados mortales y sus hijos, en la mesma lengua. Tratado de los Sacramentos, en la mesma lengua. Tratado de los sacrilegios, en la mesma lengua. Arte de la lengua guasteca. Vocabulario de la mesma lengua. Doctrina cristiana, en la mesma lengua. Confesionario, en la mesma lengua. Arte de la lengua totonaca. Vocabulario de la mesma lengua, y otros muchos libros.

CAPÍTULO XXXVI.

En que se contienen las vidas de Fr. Diego de Olarte y Fr. Juan de Alameda.

Fué este religioso varon natural de la villa de Medellin en Extremadura, aunque su dependencia (segun parece) de las montañas. En esta tierra fué conquistador en compañía del excelente capitan y marques del Valle D. Fernando Cortés, hombre de mucha suerte en el mundo, y así lo fué despues en la religion del padre S. Francisco. Escogiólo Dios para obrero de esta su viña al tiempo que la comenzaban á plantar aquellos doce apostólicos varones primeros fundadores de esta provincia del Santo Evangelio, cuya vida imitó en el fervor y celo de la observancia de la regla y de la conversion. de los naturales, y en el rigor de la penitencia, en la cual excedió aun á algunos de ellos, porque en cuarenta y mas años que vivió en el hábito, siempre anduvo descalzo y sin túnica. Su cama era unas tablas, sin ropa, con sola una estera, y no dormia tendido en ella, sino arrimado á la pared. Continuamente ayunaba, y cuasi nunca cenaba. Jamas bebió vino, aunque tuvo hartas y grandes necesidades, por mortificar su carne, acordándose de lo que dice el apóstol, que en el vino hay lujuria. Mas cuando caminaba en compañía de algun religioso que sentia tener necesidad ó flaqueza, llevaba una botilla con vino para darle; tanta era su caridad. Con los

De Fr. Diego de Olarte.

Ephes. 5.

Matth. 6.

I Corinth. 7.

II Corinth. 4.

huéspedes era muy cumplido y largo, y procuraba de les hacer todo
regalo. Á todos convidaba y importunaba que comiesen, y para
persuadirlos á ello, con su mucha caridad, tomaba él primero un
bocado y hacia como que comia. Tenia con su buen espíritu efica-
cia en las palabras para persuadir lo bueno y disuadir lo malo. De
esto bastará traer un ejemplo. Estaba un novicio en el convento
de México muy tentado, y aun determinado de dejar el hábito, y
no bastando con él largas pláticas y persuasiones de muchos siervos
de Dios, le habló este bendito padre bien pocas palabras, que fue-
ron bastantes no solo para quitarle totalmente la tentacion que en-
tonces tenia, mas tambien para hacerle despues estar muy contento
con el estado que habia tomado, y vivir como bueno y devoto re-
ligioso. Despues que entró en la religion nunca quiso subir á ca-
ballo, ni para pasar rios, ni para subir asperísimas sierras, ni por
otra ocasion cualquiera que fuese, aunque muchas veces tuvo de
ello necesidad. Yo que esto escribo le acompañé un año, siendo
provincial de esta provincia, y pasando sierras muy ásperas en tier-
ras calidísimas (como son hácia Teutitlan, y de Tlatlauhquitepec
á Veitlalpa, que entonces eran casas nuestras), le vi en veces tan
descaecido del gran calor del sol, caminando por las tardes, que no
podia dar paso adelante, y cuando lo daba, le era forzoso tenderse
en el suelo, que parecia querer espirar. Y como los indios previ-
niendo la inminente necesidad, llevasen caballos de respeto para
los tales caminos fragosos, y ellos y yo le importunásemos que su-
biese un poco (siquiera por no llevar la compañía penada), no lo
podiamos acabar con él, sino que á mí me decia que subiese á ca-
ballo, que
él no lo habia menester. Otras veces en caminos pedre-
gosos y llenos de espinas (que los hay muchos en estas tierras, en
especial en las cálidas), se iba lastimando, rozando y desangrando
los piés, y le rogábamos se pusiese unas sandalias, pues Cristo nues-
tro Redentor las permitió á sus apóstoles, y nunca se las quiso
calzar, sino que á todo respondia: «Ya poco queda.» Fué increi-
ble el teson que tuvo en cosas de rigor y penitencia de su cuerpo,
consolándose en todo con aquellas palabras, «ya poco queda. » Dan-
do por esto á entender, que el tiempo que le restaba de la vida era
poco. Porque (como dice el apóstol) el tiempo es breve, y con la
brevedad de él se acaban los trabajos y penalidades de esta vida,
con las cuales se merece la gloria, como tambien lo dice el mismo
apóstol: «<Lo que al presente es momentáneo de tribulacion y fácil
de llevar, en gran manera obra en nosotros muchos méritos de

gloria.» No aprendió este siervo de Dios muchas letras, porque era
soldado cuando entró en religion, y hombre en diaş, y tambien por-
que en aquella sazon en esta tierra habia poco ejercicio de letras (que
todos los religiosos, por la mucha falta de ministros, se ejercitaban
en la conversion de los indios, y así no habia lugar de estudiar),
mas por el buen espíritu que tenia, y por saber bien la lengua mexi-
cana, fué uno de los mejores predicadores en ella que ovo en su
tiempo, y de los que mas fructo hicieron, y de los que mas los in-
dios quisieron y amaron. Y fué de tan buen entendimiento y plá-
tica y discrecion, que en congregaciones y juntas de personas sábias
de todas las órdenes, tenia su dicho y parecer mucha autoridad.
Y con este crédito y reputacion, y ser muchas veces guardian del
convento de México, y difinidor de la provincia, y despues provin-
cial, tuvo grande cabida con los vireyes y gobernadores de esta
Nueva España, y con el segundo marques del Valle D. Martin
Cortés, y tambien por haber sido criado de su padre, lo cual (al pa-
recer del mundo) le hizo daño, mas en otro sentido provecho.
Porque para purgar algunas culpas que por ventura se le pudieron
pegar de la privanza de palacio y de tratar con los grandes, permi-
tió el Señor le sucediese lo que al cabo de su vejez le sucedió. Y fué
que los jueces visitadores enviados á esta Nueva España por man-
dado del rey D. Felipe nuestro señor, el año de mil y quinientos y
sesenta y siete, sobre la rebelion que se dijo, haciendo informacion
contra el marques del Valle y otras personas, tuvieron al siervo de
Dios por sospechoso, y como á tal lo enviaron á los reinos de Es-
paña, cosa que para su hábito, canas y autoridad, se tuvo por muy
afrentosa. Mas llegado á España, él dió tan buena cuenta de su
persona ante la real presencia, que quedó muy enterado de la ino-
cencia y
santidad de tal varon. Y entendiendo claramente la since-
ridad de su vida y ser hombre apostólico, sintió mucho el haberle
dado tanto trabajo como era el de tan largo viaje. Y dicen que S. M.
le ofreció un obispado, y que no lo queriendo aceptar, dijo que
S. M. lo diese á quien mejor lo mereciese, que el obispado que él
deseaba y la merced que se le podia hacer, era dejarle volver entre
sus hijos, á quien él entrañablemente amaba y habia criado para
Dios. Y así, por órden de S. M. le tornó á enviar su consejo de
Indias, con religiosos y con mucha honra, por comisario general
de toda la Nueva España, donde llegó tan alcanzado de salud por
los trabajos pasados, que no pudo pasar de los términos de Tlas-
cala; mas volviéronlo de allí á la enfermería del convento de S. Fran-

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1569.

De Fr. Juan de Alameda.

1528.

1539.

1570.

Vida de Fr. Juan de San Francisco.

1529.

cisco de la ciudad de los Ángeles, donde acabó el curso de esta vida muy santamente, recebidos los santos sacramentos, año de mil y quinientos y sesenta y nueve, y está allí enterrado.

Fr. Juan de Alameda vino de la provincia de la Concepcion con el santo obispo D. Fr. Juan de Zumárraga, el año de mil y quinientos y veinte y ocho. Aprendió luego la lengua de los naturales, y súpola muy bien, y trabajó con ella fielmente, predicando y confesando, siendo súbdito y prelado, que lo fué lo mas del tiempo que acá vivió por sus buenas partes. Pasó el pueblo de Huexozingo (que entonces tenia mas de cuarenta mil vecinos) de las barrancas adonde estaba, al lugar y sitio donde agora está, y edificó el monesterio que tiene. Siendo ya muy viejo, renunció de todo punto las confesiones (segun se entendió) por ser tan celoso y amigo de la castidad y limpieza, que aun en confesion le era odioso y aborrecible oir el vicio contrario á ella. Fué muy religioso y concertado en su manera de vivir, y gran republicano, con lo cual adornó en gran manera los pueblos adonde residió, que fueron muchos, y entre ellos el pueblo de Tula, adonde fué guardian el año de mil y quinientos y treinta y nueve, el cual puso en mucha policía, y en muchas cosas lo ilustró, como los naturales de él han dado de ello testimonio. Falleció cerca del año de mil y quinientos y setenta, y está enterrado en el convento de Guacachula, cuya iglesia él habia edificado.

CAPÍTULO XXXVII.

Del santo varon Fr. Juan de San Francisco, de su entrada en religion y venida á esta tierra, y de algunas cosas milagrosas con que Nuestro Señor lo ilustró y adorné.

ESTE varon santo fué natural de un pueblo llamado Veas, en el

reino de Murcia. Estando estudiando en la universidad de Salamanca, tocado de la mano del Señor, acordó de dejar el mundo, lleno de tantos peligros, y tomar el hábito de religion en el convento de nuestro padre S. Francisco de la mesma ciudad, donde habiendo pasado el tiempo de su noviciado y acabado el curso de sus estudios, acordó de pasar á esta provincia del Santo Evangelio en esta Nueva España, el año de mil y quinientos y veinte y nueve, con celo muy ferviente de la conversion de los indios. Fué varon de mucha oracion y contemplacion, y juntamente grande obrero en la labor de la viña del Señor, en la cual ocupaba lo mas del dia,

por la muchedumbre de creyentes que en aquel tiempo ocurrian á
recebir el baptismo y doctrina de la Iglesia católica, y por la falta
de ministros que entonces habia para este efecto. Á la noche acudia
á la oracion y recogimiento interior, diciendo aquellas palabras del
profeta: «En el dia encomendó el Señor las obras de misericordia,
y en la noche sus alabanzas.» Con lo cual fué tenido por uno de
los señalados obreros que en esta Nueva España habia, así en san-
tidad de vida como en doctrina y fructo de los naturales. Fué electo
en octavo provincial de esta provincia del Santo Evangelio, des-
de haber renunciado este oficio el muy docto y religioso varon
pues
Fr. Juan de Gaona. Era sincerísimo, juzgando de la pureza de su
alma todos eran de su manera. Y así de ninguna persona puesta
que
en estado de religion podia imaginar cosa de pecado. Lo cual fué
causa que el oficio de provincial no lo ejercitase al gusto de algu-
nos, porque hallando culpas en ciertos súbditos, las exageró y cas-
tigó con todo rigor, por el excesivo fervor de espíritu en que le
encendia el celo de la honra de Dios, no pudiendo tolerar sus ofen-
sas, y así era fuerte reprendedor de vicios, porque se le represen-
taban como monstruos apartados y aborrecidos de su pensamiento.
Nunca de noche metia lumbre en su celda, y lo mesmo aconsejaba
á sus compañeros, diciendo que de noche mejor se gusta de Dios
sin lumbre material. Y en tanta manera guardaba esto, que aun
siendo provincial no permitia que tañido al Ave María se le diesen
cartas ni le tratasen de negocios, hasta haber dicho misa otro dia,
porque decia él aquellas palabras de Cristo: «Basta al dia su tra-
bajo. » Y porque las cosas que se ofrecian del oficio, en aquel tiempo.
eran tan pocas y leves, que en cualquier hora se les daba suficiente
despacho. En lo demas traia su vida tan concertada, que ninguna
ocasion bastaba á sacarle de su punto. En diciendo misa (que era
ordinariamente en saliendo de prima) se recogia en su celda para
dar las gracias, en que se detenia grande rato, puerta y ventana
cerradas. Y salido de allí, se ocupaba lo mas del dia en las cosas
anexas á su oficio y en la doctrina y ministerio de los naturales, sin
tomar tiempo de alivio (como es permitido), porque tenia tanto
cuidado de la pureza de su conciencia, que en ninguna cosa dejaba
derramar sus sentidos. Fué electo este bendito religioso en obispo
de Yucatan, la cual eleccion él renunció por su humildad, alegando
que no era idóneo para semejante cargo. Cuando se ordenó de misa,
dijo á los compañeros que con él se ordenaban: «¿No habeis visto
el carácter del alma? Yo lo vi cuando se me imprimió en ella por

el

Psal. 41.

Matth. 6.

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