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el Evangelio está lleno del mucho caso que Dios hace de los pe-
queñitos ó párvulos, y que de los tales es el reino de los cielos, y
que si no nos hiciéremos pequeños, humildes y despreciados como
ellos, no entraremos allá. Cerca de este punto, es mucho de notar
que no sin misterio llamó Dios á estos indios á su fe católica y al
gremio de su Iglesia á cabo de tantos años que sus padres y ante-
pasados estuvieron en poder del demonio, y en tales tiempos como
en los que estamos, y siendo tan bajos como (á nuestro parecer)
son de entendimiento, sino para verificar en este su llamamiento y
eleccion lo que siempre ha usado para con sus criaturas racionales,
que es lo
dice S. Pablo: «Elegir á los que parecen tontos al
que
mundo, para confundir los sabios de él, y á los flacos para confun-
dir los fuertes, y á los bajos y despreciados y que parecen no tener
ser, para confundir y destruir á los que á su parecer tienen ser y
valor.» Y esto dice que hace Dios porque ninguna criatura se glo-
ríe ni presuma algo de sí, sino que todo hombre se conozca por
vil
y se humille debajo de la poderosa mano de Dios. Ejemplo de esto
tenemos en la creacion del hombre, que fué hecho de un poco de
barro, y elegido para el cielo, para confusion de los espíritus malos,
que siendo tan excelentes criaturas, se desvanecieron, queriendo
presumir de sí en presencia de su Criador. Lo mesmo usó Dios
despues en la eleccion del abominado y desechado pueblo gentilico,
para confusion de su antiguo mayorazgo el pueblo hebreo, porque
siendo de su Criador tan regalado y traido en palmas, no lo quiso
conocer. Y así por ventura quiso en estos últimos tiempos llamar
á esta tan baja nacion, que nos parece el estiércol y basura de los
hombres, para confusion, primeramente de los luteranos, que siendo
hijos de padres y abuelos y mas que rebisabuelos católicos, se apar-
taron de la fe de sus pasados por doctrina de un fraile apóstata, y
tambien para confusion de muchos católicos de nombre, que pre-
sumiendo de grandes ingenios y habilidades, no emplearon aquellos
cinco talentos en servir y agradar á Dios, tanto como muchos de
estos desechados emplean el medio talento que recibieron. Y de es-
tos hinchados podria ser que fuesen los que fundándose en autori-
dades del filósofo gentil, traidas de los cabellos, se esfuerzan á sus-
tentar como grandes letrados, que los indios por menos nobles, no
es inconveniente que se acaben en servicio de los mas nobles y ele-
gantes. Palabra y proposicion blasfema en la ley de Jesucristo, pues
dice su apóstol que esta ley de gracia no hace diferencia entre el
judío y el griego, ni entre el indio y español, como todos sean cris-

I Corinth. I.

Rom. 10.

Psal. 112.
I Reg. 2.

Sap 5.

Autoridades de la sagrada Escritura

sion de los indios.

tianos. Y si nosotros lo somos, dejémonos de esas elegancias vanas y mundanas, y atendamos á lo que dice el real profeta, y primero lo habia cantado aquella buena mujer, madre de Samuel. «Que Dios pone los ojos en las personas humildes en el cielo y en la tierra, levantando al necesitado del polvo de ella, y al pobre del estiércol, para ponerlo y colocarlo con los mayores de su reino.» He traido esta consideracion á propósito de que en ninguna manera nos es lícito tener á los indios por gente baja y digna de menosprecio, mas antes debemos temer, que por ventura en el juicio de Dios se podrian verificar en nosotros para con ellos aquellas palabras de la sabiduría, que dirán los malos y pecadores que afligieron á los inocentes: «Nosotros, locos, sin seso, teniamos por cosa de burla y tontería la vida de estos, y que su fin habia de ser sin honra. Veis aquí ahora como han sido contados entre los hijos de Dios, y su suerte les ha cabido entre los santos.» Váyanse, pues, á la mano los que sin conocer indios, ni haber pisado su tierra, se ponen á hacer historias para decir mal de ellos, y no sigan á Pedro Mártir, ni á otros que se precian de abatirlos y apocarlos lo último de potencia, autorizando sus dichos con el que un fraile, movido de la pasion que tenia por cierto suceso, dijo ante el consejo real de las

Indias. Mas lean el capítulo décimo del primero libro de esta Historia, y verán en lo que aquel religioso apasionado paró.

CAPÍTULO XL.

De algunas autoridades de la sagrada Escritura que parecen hablar de la conversion de estos naturales.

MUCHAS autoridades hay en la Escritura de los santos profetas que cerca de la conver- tratan de la conversion que se habia de hacer de los infieles á nuestra sagrada fe, y aunque es verdad que todas ellas se pueden entender de la conversion de los gentiles en general, hay empero algunas que con mas particular propriedad se pueden aplicar á la conversion de los indios naturales de este nuevo mundo, que á otros algunos de los gentiles, como es aquella de David en el salmo: Populus quem non cognovi servivit mihi: in auditu auris obedivit mihi. «Un pueblo (dice Dios por su profeta) que yo no conocia, me sirvió: en oyendo mi palabra, luego me obedeció. » Si hablásemos del conocimiento ó noticia que nosotros tenemos de las cosas que hemos visto, tratado

Psal. 17.

y

y comunicado, de que nos quedan sus especies para acordarnos de ellas, claro es que no hay pueblo, gente, persona, ni criatura que Dios no la conozca mejor que ella á sí mesma, pues que todas las crió y sustenta, y en solo Él tienen sér y vida. Mas trátase aquí del conocimiento de aprobacion ó aceptacion, segun el cual no conoce Dios sino á los que (como dice el apóstol) son suyos; conviene á saber, á los que lo conocen, aman, adoran y sirven, que solos son dignos de que Dios los conozca, de los cuales dijo en el Evangelio: «Yo conozco mis ovejas, y las mias me conocen.» Porque á los demas, como eran los gentiles de quien aquí habla, no los conocia en esta manera de conocimiento, porque no los aprobaba, ni aceptaba, ni reconocia por suyos, sino por muy extraños y remotos de su conocimiento, pues ellos totalmente lo ignoraban. Y no solo lo desconocian, siendo su Criador, mas honraban y adoraban á sus enemigos los falsos dioses y perversos demonios. Y no son solos los gentiles idólatras á los que dice Dios no conoce, mas tambien á los malos cristianos que tienen sola fe sin obras, como lo dijo á las vírgenes locas, que llegaron á llamar, despues de entrados todos á las bodas, y cerrada la puerta, diciendo: «Señor, Señor, ábrenos,» y él respondió de dentro: «En verdad os digo que no os conozco,» porque aunque eran del gremio de la Iglesia, faltóles el aceite de la misericordia y caridad. Y á aquellos que en el dia del juicio alegarán en su favor (aunque en vano), diciendo: «Señor, Señor, ¿por ventura nosotros no profetizamos en tu nombre? ¿y en tu nombre no lanzamos los demonios, y hecimos muchas y grandes maravillas? ¿Pues cómo ahora nos despides de tu casa?» Dice que les responderá: «Apartaos de mí, obradores de maldad, que yo nunca os conocí.» Pues viniendo á probar lo que pretendemos, ¿qué pueblo, qué gente, qué nacion estuvo mas lejos de conocer á Dios y de ser conocida de Dios en el sentido que llevamos, que los naturales moradores de este nuevo mundo, de pocos dias acá descubierto? En la antigua gentilidad de nuestros pasados, conocida en todas partes, se tuvo noticia del Dios de Israel, por estar los judíos derramados por el mundo, como parece en el segundo capítulo de los Actos de los apóstoles. Y Nabucodonosor, rey potentísimo de Babilonia, visto el milagro de los tres mozos que fueron librados sin lesion alguna del horno de fuego en que los habian echado, mandó publicar un decreto, que todo hombre que blasfemase del Dios de Israel fuese muerto y su casa destruida y asolada. Y el rey Darío, habiendo sacado á Daniel libre del lago ó cueva de los leones, promulgó otro decreto en todo su

11 Thim. 2.

Joan. 10.

Matth. 25.

Matth. 7.

Act. 2.

Dan. 6.

Is. 55.

Is. 65.

imperio, mandando que todos temblasen y temiesen ante el Dios de Daniel, confesando que aquel era Dios vivo y eterno para siempre. De donde se sigue bien claro, que en la mayor parte de aquel mundo habia clara noticia del Dios verdadero de Israel. Y tambien la tendrian de su Cristo, pues leemos que Ptolomeo hizo trasladar la Biblia y la tenia en su librería, y los judíos daban á entender á los gentiles la ley de Dios, porque algunos de ellos se convertian, á los cuales llamaban prosélitos. Tambien las Sibilas, que fueron todas gentiles y de diversas provincias, hablaron clarísimamente de la venida de Cristo, y por consiguiente parece que en todas las partidas de aquel antiguo mundo se alcanzaba esta noticia. Mas que en este nuevo mundo no oviese tal memoria, ninguno, me parece, que pondrá duda, pues en ninguna escritura desde el principio del mundo hasta ahora cien años, se hallará mencion de esta tierra, á lo menos de que oviese gentes en ella, y si alguno trató de estas regiones, fué para decir que eran inhabitables. ¿Y de qué gentes se hizo Dios tan olvidado y desconocido como de estas, pues las tuvo mil y quinientos años, despues de su venida al mundo, sin que entendiesen ni oyesen el reparo de su redencion? Donde se concluye, que aquel verso en que Dios dice: «Un pueblo que yo no conocí,» se dijo mas propriamente por este pueblo indiano, que por otro alguno. Y lo mesmo aquello que el Padre Eterno, hablando con su Unigénito Hijo, dijo por Isaías: «Cata que llamarás una gente que no conocias, y las gentes que no te conocieron correrán para ir á ti.»> ¿De qué nacion ó generacion de gente se lee desde el principio y fundacion de la Iglesia, que con tanto fervor y apresuramiento haya corrido á recebir los sacramentos del baptismo y de la confesion? De ninguna por cierto, como largamente parece por los capítulos treinta y cuatro hasta el cuarenta y cuatro del tercero libro de esta Historia. Y por esto dice Dios en la segunda parte de aquel verso: «Este pueblo que digo, en oyendo mi palabra, luego la creyó, recibió, y me obedeció. No fué menester que tuviesen vieja ley, dada por mi mano, ni profetas de su propria nacion, como los tuvo el pueblo hebreo, ni que viesen multitud de milagros, como los vieron los mesmos hebreos y los antiguos gentiles, sino que con solo proponerles unos frailes pobres y extraños mi palabra, luego la creyeron, y me obedecieron y recibieron por su Señor.>> Y esto confirma ese mesmo Hijo de Dios por otras palabras en Isaías, diciendo: «Buscáronme los que antes no preguntaban por mí: halláronme los que no me buscaron, porque me ofrecí á ellos,

y dije: veisme aquí, veisme aquí, aqui estoy, dije á una gente que
antes no invocaba mi nombre.» Y así se verificó en estos indios,
que estando bien descuidados de alcanzar esta misericordia, se les
vino Dios á meter (como dicen) por sus puertas, por un modo
inopinado y mas misterioso que casual, como consta en el prin-
cipio de esta Historia. Podria preguntar alguno, ¿cómo permitió
el Señor que tan gran número de gentes en tantos años estuvie-
sen olvidados so el yugo del demonio? ¿Y por qué causa á estos
mas que á otros no los oviese puesto antes de ahora so la balanza
de la Cruz, y quitádoles la gran carga y pesadísimo yugo del de-
monio, enemigo del género humano? A esto no hay otra respuesta,
sino las palabras del sabio en sus Proverbios: que los juicios del
Señor son peso y balanza, que quiere decir, son rectos y justos
(como el salmista tambien lo dice) y tan profundos, que nadie basta
á los escudriñar, solo se nos permite admirarnos de ellos y magni-
ficar y bendecir al Señor, porque al tiempo que él tenia preordenado
usó de su divina misericordia, enviando su lumbre y gracia sobre
los que estaban en tan escuras tinieblas y en la sombra de la muerte.
Podemos á lo menos decir, que los padres de estos fueron puestos
en la balanza del rey de Babilonia, Baltasar, y fueron hallados de
tan pocos quilates, y tan sin ley, que la mesma mala ley que tuvie-
ron los condenó, como al rey de Babilonia. Mas despues que Dios
los purgó del orin y escoria que tenian, y apartó el trigo de la paja,
y arrancó la zizania, mandó echar la paja y zizania en el fuego, y á
los hijos purgados, como reliquias de las guerras de la conquista,
captiverio y pestilencias, sanólos y obró en ellos grandes misericor-
dias y maravillas, como de Egipto dice el profeta Isaías, que lo
hirió Dios primero con plaga, y despues lo sanó. No menos se ve-
rificó, particularmente en esta tierra, aquello del salmista: «Venid
y ved las obras del Señor, cómo quitó las guerras hasta el cabo de
la tierra.» Si por alguna parte del mundo se puede con mucha pro-
priedad y especialidad entender esto, es por esta Nueva España,
donde las guerras eran continuas cuando estos naturales eran infie-
les, sin cesar de guerrear unos con otros, procurando de captivarse
para sacrificar los captivos al demonio, y en entrando el Señor por
sus puertas, y siendo de ellos recebido, destruyó de todo punto las
los
guerras y puso paz general entre ellos; de suerte que
que en-
tonces eran crueles enemigos, ahora se tratan y comunican como
si fuesen hermanos. ¡ Bendito y alabado sea tal Señor, que tales
maravillas en un momento obra!

Prov. 16.

Psal. 18.

Dan. 5.

Is. 19.

Psal. 45.

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