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y nos administre la doctrina y sacramentos, no os dé pena por eso, que nosotros aguardaremos la merced de Dios. Dadnos siquiera un hábito de S. Francisco, y los domingos y fiestas ponerlo hemos levantado en un palo, que nosotros confiamos que le dará Dios lengua para que nos predique, y con él estaremos consolados.» Entre ellos no se tiene por cristiano el que deja de ofrecer á sus hijos cuando chiquitos al padre S. Francisco vistiéndoles su hábito, el cual traen un año como por voto, y algunos hay que lo traen mas tiempo hasta que son grandecillos. Es cosa de ver lo que pasa la víspera de S. Francisco en todos los monesterios de su órden, especialmente en los pueblos grandes, donde acaece estar aguardando á las primeras vísperas de la fiesta mas de ochocientos, y en parte mil niños con sus madres y otros parientes y amigos que traen como por padrinos ó madrinas de aquella investidura, por la estima en que la tienen, y traen sus habitillos hechos y cordones para que se los bendigan y vistan, y con ellos sus candelas de cera blanca, y muchos de ellos otras ofrendas de pan y fruta y otras cosas, segun su devocion y posible. Acabadas las vísperas solenes de la fiesta, los bendicen, y al tiempo de vestirles los hábitos (como ellos no están usados á meterse en ropa tan estrecha y embarazosa de vestir) alzan la grita, que no parece sino una gran manada de cabritos ó corderos. Lo mismo pasa el dia de la fiesta, acabada la misa, y dura por toda la octava, porque no todos pueden estar apercebidos para el dia. Entre año tambien acaece traer algunos, ó por enfermedad ó por otra necesidad que les ocurre, para que les echen el hábito. El cordon del padre S. Francisco (aunque todos ellos le tuvieron siempre mucha devocion) no lo usaban traer los adultos, sino algunos pocos, hasta que se divulgó la confradía que de él se instituyó por órden del Pontífice Sixto V, y despues acá lo usan traer mucho los indios. Mas las indias que se veian en partos trabajosos, desde el principio de su cristiandad comenzaron á pedir por remedio con mucha fe y devocion el cordon de S. Francisco, por cuyo medio (obrándolo esta fe y devocion) ha usado nuestro Señor en estas partes grandes misericordias, porque se ha visto estar algunas mujeres un dia y dos y tres padeciendo dolores de parto no hallando remedio para echar la criatura, y en acordándose, enviar por el cordon al monesterio, el cual poniéndoselo, parir luego y verse libre del peligro en que estaba. Yo á lo menos en mas de cuarenta años que veo usar de este probatísimo remedio, nunca he sabido que puesto el cordon haya dejado de hacer su efecto. Y así es cosa ordinaria en nuestras casas

S. Francisco resuci

tando á un muerto.

(porque suelen venir á pedirlo de noche) tener en la portería ó colgado en el refitorio un cordon viejo de los que desechan los frailes. Pienso tambien que otra cosa les hizo á los indios cobrar mucha devocion á este santo, y fué que como acaso á los principios no le debieran de tener tanta por no advertir en ello, sucedia que como las aguas comunmente en esta tierra suelen cesar por fin de Septiembre ó principio de Octubre, inmediatamente que cesaban venia á helar el mismo dia de S. Francisco ó en su víspera, y perderse el maiz (que es el pan de los indios) y sus legumbres, y esto era cosa casi cadañera, y por esto entonces lo llamaban el cruel. Ha sido Nuestro Señor servido que de años atras ha faltado este dañoso suceso por mérito del santo, y porque ellos ya conocen y dicen que es muy buen hombre S. Francisco. Por conclusion de Milagro del padre este capítulo, será bien que se sepa un notable y manifestísimo milagro que por intercesion de este bienaventurado santo (entre las demas muchas y grandes misericordias que por su invocacion estos indios han alcanzado) fué Nuestro Señor servido de obrar, resucitando un muerto, que no menos ocasion seria de cobrarle los indios la grande devocion que le tienen. El cual fué de la manera siguiente. En un pueblo llamado Atacubaya, una legua de México (visita que entonces era del convento de S. Francisco de México, y ahora tienen allí monesterio los padres dominicos), adoleció un niño de siete ó ocho años, llamado Ascencio, hijo de un indio cantero ó albañil, que se decia Domingo. Este Domingo, con su mujer y hijos, eran todos muy devotos de S. Francisco y de sus frailes, porque pasando por allí algunos de ellos, luego los iban á saludar y á convidar con lo poco que tenian y con la buena voluntad. Enfermo el niño Ascencio, y creciéndole el mal, los padres fueron á la iglesia de su pueblo, que tenia por vocacion las Llagas de S. Francisco, y rogaron humilmente al santo fuese buen intercesor por la salud de su hijo. Y mientras mas iba en augmento la enfermedad del niño, ellos con mas afecto y devocion visitaban al santo en su iglesia, y le suplicaban se compadeciese de ellos. Mas como el Señor queria engrandecer á su santo con manifiesto milagro, permitió que el niño muriese, falleciendo un dia por la mañana despues de salido el sol. Y aunque muerto, no por eso cesaban los padres de orar con muchas lágrimas y llamar á S. Francisco, en quien tenian mucha confianza. Cuando pasó de medio dia amortajaron al niño, y fueron á hacer la sepultura para enterrarlo á vísperas. Antes que lo amortajasen, mucha gente lo vió estar frio y yerto y defunto. Ya que lo querian

llevar á la iglesia, dijeron los padres que siempre su corazon tenia

fe
y esperanza en el glorioso padre S. Francisco, que les habia de
alcanzar de Dios la vida de su hijo. Y como al tiempo que lo que-
rian llevar tornasen á orar y invocar con devocion á S. Francisco,
súbitamente se comenzó á mover el niño, y de presto aflojaron y
desataron la mortaja, y tornó á vivir el que era muerto, y esto seria
á la misma hora de vísperas. Del cual hecho los que allí se hallaron
presentes para el entierro (que eran muchos) quedaron atónitos y
espantados, y los padres del niño en gran manera consolados. Hi-
ciéronlo luego saber á los frailes de S. Francisco de México, y fué
allá el famoso lego Fr. Pedro de Gante, que
tenia cargo
de los en-
señar, y llegado, como él y su compañero vieron al niño vivo y
sano, y certificados de sus padres y de otros testigos dignos de fe
de lo que habia pasado, hizo ayuntar el pueblo, y delante de todos
dió el padre del niño testimonio cómo era verdad que aquel su
hijo despues de muerto habia resucitado por la invocacion y méri-
tos del glorioso y seráfico padre S. Francisco. Este milagro se pu-
blicó, predicó y divulgó por todos aquellos pueblos de la comarca,
con que los naturales fueron muy edificados, animados y fortalecidos
en nuestra santa fe, viendo ya en esta tierra por sus ojos lo que
nunca habian visto ni oido en ella, haber alguno resucitado despues
de muerto. Por lo cual muchos se confirmaron en creer los mila-
gros y maravillas que de nuestro Redentor y de sus santos se leen
y predican.

CAPÍTULO LVII.

De lo que hicieron y pasaron los indios del pueblo de Guatinchan por no perder la doctrina de los frailes de S. Francisco.

pa

MUCHOS han sido los pueblos de esta Nueva España que han decido grandes trabajos, y puesto de su parte suma diligencia por no perder la doctrina de los frailes de S. Francisco, que los convirtieron primeramente á la fe, y los criaron con la leche y manjar del santo Evangelio, aunque algunos no pudieron salir con ello por la falta que en aquella sazon hubo de frailes de esta órden para cumplir con tantos; empero otros por su buena diligencia tuvieron dicha de lo alcanzar. De estos contaré dos ó tres ejemplos por haber sido notables y haber pasado (á manera de decir) en mi presencia. En el año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro, un padre pro

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vincial de cierta órden (que despues fué obispo en una Iglesia de
estas Indias) rogó al provincial de los franciscos, que á la sazon
era el siervo de Dios Fr. Juan de S. Francisco, que pues no tenia
frailes en el pueblo de Guatinchan, sino que lo visitaban del mo-
nesterio de Tepeaca, que se lo dejase á su cargo, y que él pondria
frailes que asistiesen de asiento y diesen recado de doctrina y sacra-
mentos á aquellos indios, porque no tenian monesterio de su órden.
en toda aquella comarca de la ciudad de los Ángeles, á cuya causa
su convento que en ella tenian padecia mucha necesidad por falta
de alguna ayuda y socorro. El provincial francisco condescendiendo
fácilmente con su ruego, dijo: que por lo que á él y á su órden to-
caba, pusiese frailes con la bendicion de Dios en Guatinchan, que
él ni los suyos por ninguna via se lo impedirian. El otro provin-
cial que lo pretendia, alegre con esta respuesta, no quiso fiar de
otro la conclusion de un negocio que tanto él y sus frailes deseaban,
mas antes se aprestó para ir en persona á tomar la posesion y ganar
la voluntad de los indios, pareciéndole que por ser provincial le
tendrian mas respeto, y que con sus buenos medios tendria mas
eficacia para los atraer. Y así tomando por su compañero á otro
padre viejo (ambos cierto santos varones), fueron derechos á Gua-
tinchan, donde llegaron un mártes, diez dias del mes de Junio del
dicho año. En este medio ya los indios habian oido decir cómo el
provincial de S. Francisco habia dado su beneplácito al otro de la
otra órden para que pusiese allí frailes de su mano, aunque no lo ha-
bian tenido por cierto. Mas como el indio portero de la iglesia,
llamado Pedro Galvez, vió aquellos dos padres que venian tan de-
nodados y derechos á la iglesia, recelándose de que fuese verdad lo
que se habia dicho, y no atreviéndose á abrirles la
puerta del
sento donde se solian acoger los religiosos, sin sabiduría del gober-
nador y alcaldes, fuése corriendo para las casas de cabildo donde
estaban juntos con otros principales, y díjoles cómo habian llegado
dos religiosos de tal órden, y entrado á hacer oracion en la iglesia.
Y que venia á preguntarles si les abriria el aposento donde solian
dormir sus frailes. El gobernador, llamado D. Felipe de Mendoza,
y alcaldes Domingo de Soto y Juan Lopez, y los demas que allí
estaban alborotáronse en oir esta nueva, porque dieron luego cré-
dito á lo que se habia dicho, y entendieron que aquellos padres ve-
nian de hecho á meterse en posesion de su iglesia y casa, y mandaron
al portero Galvez que se escondiese y no pareciese delante de aque-
llos padres, porque en ninguna manera querian que entrasen en

аро

aquel aposento. Hízolo así el portero, y ellos todos hicieron lo mismo, yéndose cada uno á recoger á su casa, y ninguno pareció en la iglesia por aquella tarde. Esta mala nueva para ellos fué luego de mano en mano divulgándose por todo el pueblo, y sabida por todos, no pequeña niebla de tristeza cubrió sus corazones, y comenzaron á andar desasosegados y como asombrados, temiendo en lo que habia de parar aquel negocio, como si estuvieran en víspera propincua de ser entregados en manos de algunos enemigos. El provincial y su compañero, acabado de hacer su oracion en la iglesia, fueron á la puerta del aposento y halláronla cerrada, y luego enten

dieron que el portero se habia desaparecido por no les abrir. De aquí sintieron la poca voluntad que el pueblo tenia de los recebir. Mas con todo esto acordaron de hacer de su parte todas las diligencias posibles. Y así salieron á los caminos que iban para las casas á ver si parecia alguna gente para decirles les llamasen al por

que

tero ó alguno de los principales. Mas en viéndolos de lejos algun indio, luego daba á huir y se escondia. De manera que perdiendo en esto un rato de tiempo, y haciéndose ya tarde, no tuvieron otro remedio sino volverse á la iglesia y quebrantar la puerta del aposento (como lo hicieron) y metieron dentro su hato, y pusieron los caballos por allí cerca donde mejor pudieron, y comieron un bocado de lo que traian en sus alforjas, y así pasaron aquella noche. Otro dia miércoles por la mañana, ellos mismos tañeron la campana á misa, y se aparejaron para decirla. Los indios principales porque no les arguyesen que no eran cristianos, pues no acudian á la iglesia á oir misa diciéndose en el pueblo, y tambien por saber de aquellos padres qué era lo que pretendian, determinaron de ir á oirla. Dicha la misa, el provincial se asentó como para predicarles ó decirles algo, y ellos tambien se asentaron, y habiéndoles reprendido con blandura porque ninguno de ellos habia parecido el dia antes para darles recado, siendo ellos religiosos, y viniendo á los consolar espiritualmente y darles doctrina para salud de sus ánimas, luego los saludó y dijo, que antes que les declarase la causa de su venida queria preguntarles hasta dónde solian llegar antiguamente los términos de aquel su pueblo, y cuánto se solia extender su jurisdiccion. Levantándose entonces dos viejos, respondieron: «Has de saber, padre, que antiguamente antes que hubiese memoria de Tepeaca, ni Acacingo, ni Tecali, nuestros antepasados ya tenian fundado este pueblo de Guatinchan, y toda la tierra de esta comarca donde ahora están esos dichos pueblos era de nuestros abuelos, por

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