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adelante el obispo, ni el cabildo de la iglesia de Coria, ni otro ninguno dentro de los términos de Cáceres, cobrase montazgo alguno, ni pusiese los guardas que acostumbraba para que lo tomasen; y al tenor de esta sentencia se mandó librar carta firmada de los ya mencionados, y refrendada de Fernan Martinez, por mandado de dicho alcalde del rey. Hállase escrita esta sentencia en pergamino de cuero, y pendiente de un cordon de seda un sello de plomo, que de la una parte tiene un castillo con unas letras al rededor que dicen: Sig. Alphonsi, illustris regis Castellae et Legionis; y de la otra un leon rapante con igual letrero.

Dia 24.

Muerte del principe D. Cárlos de Austria.

Hallábase en Madrid el rey Felipe II con su esposa la reina doňa Isabel de la Paz y la Serma. princesa doña María. El joven príncipe D. Cárlos, hijo del mismo monarca y de su primera mujer doña María de Portugal, vivia al lado de SS. MM. S. A., desde la caida que dió bajando una escalera en el palacio de Alcalá de Henares, quedó estremadamente quebrantado de salud y débil del cerebro, motivando este incidente el padecer muchas distracciones, las operaciones del espíritu vital divididas, la potencia intelectual receptible de varias impresiones, y por consiguiente la voluntad menos ajustada á la razon. Esto, y su natural poco corregido, pues en la ausencia de sus padres, los príncipes de Bohemia, á cuyo cargo quedó confiado el gobierno de estos reinos y la tutela del príncipe, acudieron más á la conservacion de su salud que á la educacion que con arreglo á su elevado rango correspondia.

Cuando Felipe II regresó á España, fué muy condescendiente con su hijo Cárlos, atendiendo á su corta edad y á sus padecimientos físicos, aplazando para mas adelante el corregir lo que por entonces aparecia de poca importancia. Sin embargo, luego que creció el príncipe, eran ya lamentables tales faltas, y, lo que antes era fácil enmendar, luego fué difícil atajar, ó al menos sin dar una campanada que vibró en todo el reino.

No sin grande arrepentimiento conoció Felipe II cuán funesta habia sido su apatía con respecto á la educacion

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de su hijo; no se ocultaba á su perspicacia cuál era el fruto que iba á producir aquel inculto terreno. El campo árido no presenta rosas, pero en cambio da espinas y abrojos.

La prudencia del padre era ya inferior á la inclinacion del hijo, ei que siempre triunfaba de la correccion. Salia de noche recorriendo las calles y plazas de la córte, testigo de sus desórdenes; despreciando el decoro que debia á su persona, empleaba sus manos en maltratar á la servidumbre que le rodeaba. No respetaba clase ni dignidad, y si no se le atrevió á su augusto padre, fué porque aún conocia quién era Felipe II, si prescindia del carácter paternal. Cierto eclesiástico del linaje de Cisneros, capellan de honor, muy adicto al príncipe y tal vez su mentor, fué desterrado de la córte por disposicion del cardenal Espinosa: este estrañamiento el príncipe lo sintió en estremo, y refieren los cronistas que un dia, cuando el prelado entraba en la ante cámara del rey, salió el príncipe Cárlos de su cuarto, y faltándole de una manera indecorosa, le cogió del roquete con una mano, elevando un puñal en la otra, diciéndole: «Curilla, vos os atreveis á míno dejando venir á servirme à Cisneros; por vida de mi padre que os tengo de matar.» Este procedimiento, tan indigno de un príncipe español, tuvo efecto en un hijo del católico Felipe II, no sin grande pesar de este monarca y de la virtuosa Isabel de Valois, que aunque el príncipe no habia salido de su vientre, le era deudor de su afecto, el mas cordial que puede dispensar una madre tierna y cariñosa. Empero, por otra parte, séanos permitido disculpar en algun tanto a un príncipe cuyas acciones parece miraban á la parte lesa de las potencias interiores, si bien algun tanto tambien á un natural poco sujeto.

El jóven Cárlos trató secretamente con los descontentos de Flandes y fraguó su viaje á aquellos Estados.

Dice el historiador Lorenzo, en el Epitome de D. Felipe el Prudente (fól. 163); e P. Juan de Mariana, en el sumario de su Historia (año 68), y el doctor Salazar de Mendoza, en el Origen de las dignidades de Castilla (lib. 4.), que fué invitado además por el emperador de Alemania, que le ofrecia la mano de su hija la infanta doña Ana. Felipe II, luego que tuvo la noticia de esta oferta, envió al duque de Alba con numerosas fuerzas, para someter á aquellos paises á la debida subordinacion

y evitar el proyecto de su hijo. Felipe II lo hubiera antes conseguido todo, si no hubiese distraido sus fuerzas á otras espediciones, cuales fueron las que tuvo que disponer contra los moriscos de Granada, contra el Turco, Portugal y la Inglaterra, en favor de la liga católica, que se oponia en Francia al rey Enrique IV y al partido de los calvinistas.

El príncipe llevó muy á mal la espedicion del duque de Alba, mostrando su cólera al tiempo de despedirse este noble y fiel caudillo, para cumplir las órdenes de su soberano. La falta de recursos era un obstáculo suficiente para que el jóven Cárlos llevase á efecto sus pensamientos; por lo que escribió á varios grandes y títulos, pidiéndoles intereses para subvenir á un grave apuro que tenia, reservándose otra aclaracion.

A la alta aristocracia no se le ocultaba tampoco el genial indómito del príncipe, por lo que con la debida política le contestaron ofreciéndole sus fortunas, siempre que no cediese con menoscabo del rey su padre. Al punto avisó tambien la nobleza á Felipe II, rogándole examinase la peticion y á qué fin se dirigia. El rey meditó con madurez la resolucion que habia de tomar, y además lo consultó con personas capaces de emitir un dictámen razonado dió cuenta á los consejos supremos, y mientras examinaban la consulta, partió con la familia real al sitio de San Lorenzo.

Entre tanto llegó á Madrid Garci Alvarez Ossorio, guardajoyas del príncipe, con 150,000. escudos, de los 600,000 que le habia mandado buscar, con cuya suma acordó acelerar su viaje, mandando al correo mayor le diese ocho caballos de posta, intentando su salida por una de las puertas del alcázar, que caia donde ahora la denominada del Principe, cuyo nombre opinan que conserva por haber sido la designada para la fuga de S. A.

Felipe II recibió sigiloso aviso del proyecto de su hijo, y como hemos dicho ya en otra ocasion, formó tribunal en su corazon angustiado: él era el juez; su hijo, el reo; el amor paternal, el defensor, y fiscal, el sosiego de sus reinos. Felipe, como padre, miraba un hijo, y como rey, un pueblo; por lo que se decidió á tomar una medida enérgica.

Felipe II se trasladó á Madrid, donde Cárlos estaba; mando llamar con secreto al duque de Feria, capitan de

su guardia, para que se presentase con esta en el régio alcázar, é igualmente á los individuos del consejo de Estado y de la Guerra. A las once de la noche se cerraron las puertas del antiguo alcázar. El príncipe habitaba el piso bajo, y por motivo á sus dolencias se habia recogido bastante temprano. Eran las once y media cuando Felipe II, acompañado de Ruy Gomez de Silva, sumiller de corps; de Antonio de Toledo, su caballerizo mayor; del duque de Feria, y de D. Diego de Acuña, su gentil-hombre de cámara, pasó al cuarto del príncipe Cárlos (1), donde halló á D. Francisco Gomez de Sandoval, conde de Lerma, gentil-hombre de cámara con destino á S. A.; á D. Fadrique Henriquez, mayordomo del mismo, y á don Rodrigo de Mendoza. Luego que estos personajes vieron al rey, se acercaron á la cama del príncipe, el cual, notando allí reunido el consejo, preguntó con mucho sobresalto el motivo de aquella visita á la media noche: entonces, llegando el duque de Feria, tiró del cortinaje de la cama del, príncipe: este se incorporó, y viendo á su padre, se sobrecogió de tal modo, que comenzó á dar voces diciendo: «¿Qué es esto? ¿quiere matarme Vuestra Magestad? » A lo que el rey contestó con dulzura: «No os quiero matar, sino poner órden en vuestra vida: aquietáos. » Felipe II tomó la espada que el príncipe tenia a su cabecera, la que entregó al duque, diciendo: « Tendreis cuenta en la guarda del principe.» Metió su real mano debajo de las almohadas, y halló una bolsa de cuero, y dentro de ella algunos escudos y unas llaves doradas. Mandó al prior don Antonio de Toledo tomase un cofrecito de acero embutido que tenia allí S. A. R. Preguntó el príncipe para qué lo llevaban, á lo que contestó el rey, que convenia así, y que le seria devuelto en sacando los papeles que en ét Y en otro escritorio habia.

Satió Felipe II á la antecámara, donde hacian la guardia los monteros, y díjoles: ¿Hay más que vosotros en palacio? Respondió Juan Sanchez de Angulo: Más hay en servicio de la reina nuestra señora y de la princesa de Portugal. Le mandó que los llamase, y hecho esto, entró en un aposento mas interior, que era en la torre ó

(1) Cerca de la misma puerta: acaso por esto tambien se denominó así.

atalaya que caia al Campo del Moro (por lo que aquel sitio se llama así hasta hoy), y abriendo los escritorios del príncipe los volvió á cerrar llevándose las llaves. Se dirigió á la antecámara y habló á los monteros, diciéndoles: Guardareis en la guarda del principe el órden que os diere el duque de Feria en mi nombre, con aquella fidelidad que siempre lo habeis hecho; y aunque no teneis costumbre de servir de dia, hacedlo así, que yo tendré cuenta de haceros merced, y decidlo así á los demás compañeros. Despues el rey se volvió á su régio aposento con los que le habian acompañado, escepto el duque de Feria que quedó custodiando al príncipe. Los caballeros que estaban con S. A. R. se retiraron luego, y el duque mandó poner su cama en la antecámara del príncipe, junto á la puerta, haciendo en el mismo lugar su guardia los monteros. Al siguiente dia el rey escribió al pontí fice S. Pio V, al emperador y á la reina de Portugal, su suegra, y al rey de Francia, participándoles lo ocurrido, é igualmente á los grandes y á las ciudades. Hay algunas cartas de las espresadas ciudades en contestacion á la del monarca; pero solo haremos mencion de la de Murcia, por ser mas notable y tener puesto al márgen de ella, del mismo puño de Felipe II, las siguientes palabras: Esta carta está escrita cuerda y prudentemente. Y la carta dice así:

S. C. R. M.

«Esta ciudad de Murcia recibió la carta de V. M. cerca del recogimiento de nuestro príncipe. Besa infinitamente los pies de V. M. por tan gran merced de darle esta particular cuenta, y tiene entera satisfaccion que las causas y razones que movieron á V. M. fueron tan graves y tan concernientes el bien público, que no se pudieron escusar de otra manera; porque habiendo V. M. gobernado estos reinos tan felizmente, sustentando en tanta paz á sus súbditos y en tan grande aumento de la religion, justo es que se entienda que en este caso, tan propio de V. M., fué el fundamento tan grave, que convino al servicio de Dios y al bien general de todos hacer esta nueva mudanza. Mas no puede esta ciudad dejar de tener dolor y sentimiento de que hayan sucedido causas tan bastantes, que hayan dado á V. M. este nuevo cuidado. Y juntamente se enternece mucho de tener un rey y señor tan justo y amoroso del bien universal de sus reinos, que le

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