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beza; su ropaje, túnica de color azul, dorada la orla: está pulsando un organo de estraña hechura, que parece una cerbatana. Es digna de conservarse, por la venerada antigüedad que revela.

Este santuario existe aún, por haberlo adquirido un sacerdote que ha procurado conservarlo del modo que le es posible, aunque algo abandonado, por los pocos medios con que cuenta para repararlo; pero áun sigue la devota costumbre de concurrir allí gentes de romería.

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Cuando el rey D. Pedro de Castilla no nos hubiese dejado otros documentos de su aplicacion al gobierno de sus Estados que las ordenanzas y leyes publicadas en las Cortes de Valladolid de 1351, deberíamos siempre respetar su memoria, y colocarlo en el número de aquellos monarcas mas solícitos y celosos del bien de sus vasallos. Sea lo que fuese de los últimos años de su reinado, lo cierto es que los primeros nos presentan á este soberano practicando todos los medios y haciendo todo lo posible para introducir la felicidad en sus dominios. Este plan, tirado sobre las bellas máximas de su padre D. Alonso XI, se empezó á poner en ejecucion en aquellas Córtes, que fueron las primeras que tuvo despues de subir al trono.

En este mes tendremos ocasion de hablar de los ordenamientos que en ellas se publicaron; hoy solo trataremos, por tener esta fecha, del ordenamiento de Menestrales, Ilamado así porque todas sus leyes pertenecen á las artes y oficios. El rey suponia que en aquellas Cortes se le quejaron sus vasallos de que estaban en el mayor abatimien→ to, porque no se labraban las heredades, á causa no solo de andar muchos hombres y mujeres por el reino valdíos y sin trabajar, sino tambien porque los que las querian labrar pedian tan escesivos precios y jornales, que no se podian satisfacer por los propietarios. Ademas de esto, le hicieron presente que los artesanos de cualquiera oficio necesario para la subsistencia del hombre, vendian los artefactos y manufacturas á un precio mucho mayor del que les correspondia, y segun su arbitrio y antojo; de suerte que, para comprar cualquier cosa de las indispensables para la vida y decencia, eran muchos los gastos y daños que se seguian.

Para evitar tan escesivos perjuicios en las circunstan➡ cias en que estaba entonces el reino de Castilla, no encontró D. Pedro otro medio que publicar una tasa general para todos los artefactos, acomodándola á las provincias y comarcas de sus Estados, y conforme á la diferencia que se notaba en ellas en razon del comercio y abundancia; dando al mismo tiempo disposiciones para quitar toda holgazanería, y que las soldadas de los jornaleros en to dos los oficios fuesen proporcionadas y justas para su subsistencia, y á fin de que no faltasen brazos para sostener la agricultura y la industria,

Cualquiera puede conocer el trabajo que se emplearia en estos reglamentos. El que posee mos pertenece á Castilla la Vieja, y en él se encuentran noticias muy apreciables sobre manufacturas antiguas, que no se hallan con facilidad en otras provincias, y áun este es muy raro, porque D. Enrique II hizo lo posible para borrar la memoria de su hermano.

Dia 3.

Cuando los diplomas régios nos confirman algun su→ ceso memorable en nuestras historias, señalándonos el dia en que aconteció, que suele ser lo que más entra en duda, por la diversidad con que acostumbran fijarlo los historiadores, se hace sumamente apreciable, y no debe escusarse su cita, áun en el caso de que las crónicas nos señalen esta circunstancia, pues sirven siempre de mayor apoyo y comprobacion de la verdad. Así sucede con la escritura en que el rey D. Alonso XI confirmó al monasterio de San Millan todas las donaciones que sus predecesores le habian hecho, espidiendo de ello un privilegio rodado en este dia 3 de octubre de 1344, y asistiendo á un acto tan solemne su mujer doña María y su hijo heredero y primogénito D. Pedro, que con aquel monarca se encontraba á la sazon en Segovia.

Este documento, que se hallaba en pergamino, bellamente iluminado, y escrito con sumo esmero, despues de las columnas en que estaban escritos los nombres de los ricos-hombres, prelados y demás señores que formaban la corte del rey, y con que se autorizaban los diplomas de esta naturaleza, nos da noticias apreciables sobre las tres batallas mas famosas en que aquel monarca venció y consiguió victoria de los moros.

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El teniente de notario de los privilegios rodados, que escribió este, las espresó en la cláusula siguiente:

«Fernand Martinez de Agreda, teniente-lugar de los >>privilegios rodados por Fernand Rodriguez, camarero del »rey, et camarero mayor del infante D. Pedro, su fijo pri»mero heredero, lo mandó facer por mandado del rey en »el anco quinto que el rey D. Alfonso venció al poderoso >>Albohacen, rey de Marruecos, et de Fez, et de Suyulme>>za, et de Tremecen, et al rey de Granada en la batalla »de Tarifa, que fué lunes treinta dias de octubre, era de >>mill é trescientos é sesenta é ocho annos: en el anno que >>el sobredicho rey ganó á Algecira de los moros: en trein>>ta é dos annos que el sobredicho rey D. Alfonso regno.»>

Este monarca fué sumamente devoto de San Millan, y no hay duda en que principalmente imploró su auxilio en todas estas ocasiones de peligro; y así vemos que desde la batalla de Tarifa empezó á hacer varias mercedes á aquel monasterio, coufirmando principalmente el privile gio de los votos antes de entrar en ella; y despues de recobrada Algecira, le hizo señaladas gracias, atribuyendo siempre á la intercesion del santo los triunfos que conseguia de los moros, como lo dice espresamente en la escri tura de ratificacion ó segunda confirmacion de los votos, dada en Segovia en 8 de octubre del referido año 1344.» Todo el reino reconocia igualmente la poderosa intercesion del santo en estas batallas; y así, la ciudad de Logroño, en 18 de abril del mismo, habiendo congregado todos sus vecinos, clérigos, seglares y judíos, y teniendo presente el privilegio de los votos del conde Fernan Gonzalez, la bula de Inocencio III y las cartas reales de don Alonso el XI, como mas modernas, hizo en concejo solemne promesa de cumplir el voto, dando un dinero noven por cada casa habitada; en cuya escritura se hacia me moria de las batallas mencionadas, y esperaban los vecinos que por la misma intercesion conseguiria otras victorias D. Alonso XI.

Dia 4.

Apenas hacia un año que el Sr. D. Cárlos II cumplió los catorce de edad y entró á gobernar la monarquía por sí mismo, dejó perpétua memoria de su benefi. cencia hacia los vasallos que tanto amaba, en un hecho

que, por no ser vulgar ni notado en las historias de su tiempo, lo relataremos aquí.

Es tan notoria la guerra con que contínuamente afligia la Francia al principado de Cataluña desde los últimos años del reinado de Felipe IV, defendiéndose la provincia én ellos, y durante el gobierno de la reina madre, con todas sus propias fuerzas, que no bastaron á evitar se perdiesen algunas plazas fronterizas. En uno de los muchos encuentros que tuvieron las iropas catalanás con las francesas, quedaron prisioneros un maestre de campo del tercio que mantenia á su sueldo la ciudad de Barcelona, y juntamente un hijo suyo, capitan del mismo tercio.

Era irregular el mal trato que estos prisioneros esperimentaban, por cuya causa se habia procurado por todos los medios posibles cangearlós; pero los franceses se fijaron en no quererlos entregar sin recibir en cambio un capitan francés que las tropas del rey habian aprisionado. En estas circunstancias ocurrió Barcelona á la piedad del Sr. D. Cárlos II, y este condescendió con la súplica, respondiendo á ella en los términos siguientes:

«El rey: Amados fieles nuestros los conselleres de esa mi ciudad de Barcelona: Por vuestra carta de 22 de agosto pasado he sabido como D. Francisco de Mari, Maese de Campo de vuestro tercio, da aviso desde su prision en Francia, del rigor y crueldad con que se le trataba á él y á un hijo suyo, capitan del mismo tercio, de órden espresa del rey Luis XIV de Francia, mandándoles decir que su libertad consistia en el cambio de Mr. Vrey, capitan francés, que estaba preso en Jaca. Y como con esta noticia me pidiéseis mandase al gobernador general de Aragon que os lo entregase, á fin de conseguir la libertad dé padre é hijo Mari, tan buenos y leales vasallos mios y patricios vuestros, y no ser razon que sufran tanto rigor, que cesará luego que dicho capitan francés se vea en libertad, he venido á bien que se haga este cambio, y mandado pasar las órdenes necesarias para que se ponga en libertad el capitan francés y se ejecute lo demas oportuno para que vuelvan á Cataluña Mari, como es justo. Dado en Madrid á 4 de octubre de 1676. Yo el rey.>>

Dia 5.

La relacion que Ramon Vila iba formando de lo que sucedia en Barcelona mientras que fué escribano del ayun

tamiento, y se guarda en su archivo, al llegar á este dia 5 de octubre, cuenta el entierro del príncipe don Cárlos de Viana, en los términos que trasladaremos aquí en continuacion de lo que dijimos acerca de su muerte en 23 pasado.

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«Lunes 5 de octubre de 1464, el cadáver del Ilmo. se»ñor primogénito fué conducido con muy solemne proce>>sion á la catedral de Barcelona, donde habia elegido se >>pultura. Allí se erigió un magnífico túmulo hecho sobre >>las escaleras de Santa Eulalia, y se le colocó debajo de »capilla ardiente con cuatro banderas, una en cada án»gulo; esto es: la de Aragon, la de Sicilia, la de Navarra, »la cuarta de divisa suya. El entierro llevaba este órden: »Primeramente iban veinte cestos grandes, llevados de >>faquines ó mozos de esquina, y en cada uno cincuenta >>cirios de cinco libras de peso: de los cuales pagó ciento >>la ciudad de Barcelona, ciento la de Lérida, ciento el >>obispo de Barcelona, ciento el de Vique, ciento el de >>Huesca, ciento D. Juan de Biamonte, ciento D. Juan de >>Híjar, cincuenta Francisco Despla, sesenta el abad de >>Monserrat, cincuenta Mosen Bernardo Zapila, cincuenta >>Mosen Bernardo Fivaller, y ciento los Albaceas de dicho >>primogénito, y otros muchos varones; pero los diputados »no lo hicieron por tener poder limitado en órden á gas>>tos; y así no tuvieron facultades para ello. Despues ve»nian las cruces de la catedral, parroquias y órdenes re>>ligiosas, que fueron en todas catorce. Seguian los cape>>llanes de las parroquias, despues los frailes de todos los >>conventos, y detrás el clero de la catedral con los canó»nigos y el obispo de Vique, que habia dicho antes misa »de Requiem. Inmediato al clero iba una gran multitud »de hombres y muchachos, unos descalzos, otros en ca»misa, con suma devocion, y eran de los que habian re>>cibido salud milagrosamente. Seguíase el cadáver en >>una caja de madera, cubierta de un paño de terciopelo >>carmesí y brocado de oro, y encima una espada con bai»na de terciopelo y guarnicion de plata sobredorada. Lle»vaban el cadáver en hombros los primeros conselleres de >>Barcelona, con otros varones, nobles, caballeros, gentiles >>hombres y ciudadanos honrados, vestidos con gramallas negras y con caperuzas. Detrás de todos venia D. Felipe, »conde de Beaufort, hijo natural de dicho señor primo»génito, de edad de cinco años, con los nobles D. Juan de

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