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La carta que Felipe III escribió al pontífice, era en estos términos, la cual fué leida en el consistorio:

Santissimo Padre.

Dios ha sido servido llevar para sí al rey mi señor; confio en la divina misericordia, que ha hecho grandes alcances conforme su vida y su muerte. Y no hallando consuelo en ninguna de las cosas que me ha dejado, acudo á Vuestra Santidad para que me reciba por su hijo obediente y de su Santa Silla: y suplico á Vuestra Santidad por ahora, hasta tanto que llegue á su corte santa la persona que ha de hazer este oficio, que vuestra santidad me alcance de nuestro Señor luz para que gobierne con zelo de la religion y justicia, que deseo aver heredado de mi padre, que esté en gloria. Guarde Nuestro Señor á Vuestra Santidad para gran bien de su Iglesia, como desseo. De San Lorenzo 13 de setiembre de 1598. Humilde hijo de Vuestra Santidad.-El Rey.

Felipe II fué hijo del césar Cárlos I y de la emperatriz doña Isabel; nació en Valladolid en 20 de mayo de 1527; le bautizaron en el convento de San Pablo, y hubo grandes fiestas con motivo de su natalicio; pero las mandó suspender el césar, cuando supó que Cárlos de Borbon habia saqueado á Roma. Se casó con María de Portugal, y luego con María, reina de Inglaterra, para cuyo enlace partió desde la Coruña en 11 de julio de 1554 con 68 naves y 4,000 españoles, visitando primero el sepulcro del Apóstol Santiago. Muerta la reina María, se caso de terceras nupcias con Isabel de la Paz, hija de Enrique de Francia, la cual tambien murió. Desposóse, por último, en 1570 con Ana, hija del emperador de Austria, cuyas bodas se celebraron en Segovia el domingo á 12 de octubre: murió esta reina en 1580.

Felipe II tuvo varios hijos en sus matrimonios, que fueron el príncipe D. Cárlos, que se juró en la ciudad de Toledo, y falleció en 24 de julio de 1568, á la edad de 23 años; á los infantes D. Čárlos Lorenzo, que murió en 1574; á D. Fernando, que murió en 1578; á là infanta doña María, que falleció en 1583; al príncipe D. Diego, que murió en el mismo año; quedando únicamente á su muerte la condesa de Flandes, doña Isabel Clara Eugenia, y el príncipe D. Felipe III, que nació en 1578.

Para narrar las escelencias de Felipe II, seria necesario

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ocupar muchas páginas; pero baste en su elogio la liberalidad con que premió los talentos, su proteccion á las ciencias y las artes, y el esmero que empleó para fundar establecimientos útiles, entre ellos la nueva forma que dió á la cámara de Castilla; el archivo general de Simancas; la universidad y colegios de Duay en Flandes; el aumento y dotacion de las escuelas de Lovaina, sin contar los templos, hospitales, fortificaciones, puentes y otros edificios notables en que vive eternizada su memoria. Entre los que más la perpetúan, lo es el famoso monasterio de San Lorenzo, en el real sitio del Escorial, donde se guardan sus reales restos. Conservarán su memoria augusta las Islas Filipinas, que, por haber sido descubiertas y conquistadas en su reinado, llevan su nombre insigne, como igualmente lo fueron el nuevo Méjico y otras provincias en las Indias.

Por lo demas, si Felipe II ha merecido las censuras de algunos historiadores, las circunstancias en que este monarca se encontraba no le permitieron obrar de otro modo. Su reino, á fines del siglo XVI, se hallaba en el mas lastimoso estado, principalmente Castilla, que, por atender á la paz del mundo, se vió empobrecida; razon por la que tuvo que imponer pesados tributos, pero fué con la voluntad de sus pueblos. Y si bien no le alabamos el acto de impetrar la filantropía de las personas acomodadas, tampoco fué porque hubiese gastos exhorbitantes en su alcázar; y si algunos lunares aparecen en su reinado, fueron las destructoras guerras que emprendió; pero es inudable que conservó á los árabes en el reino, si bien repartidos por diferentes provincias; pero no causó la des poblacion de España espulsándolos totalmente, como lo hizo Fernando el Católico y su mismo hijo Felipe III, que espelió á los neo-cristianos tambien con los moriscos. Por último, Felipe II no careció de voluntad propia para reinar, sin admitir otra influencia que la suya: no sucedió lo mismo con Felipe III, que en su reinado llegó el duque de Lerma á ser dueño absoluto de los negocios públicos.

Aun de las mismas guerras que sostuvo Felipe II resultaron beneficios á España; porque incorporó á su corona el reino de Portugal, y de consiguiente adquirió las ricas posesiones de ambas Indias. Y si envió las flotas contra Inglaterra, fué porque la reina Isabel contribuia á

sublevarle sus Estados de Flandes, y porque no pudo ser indiferente al patíbulo de María Estuard, y porque la Irlanda imploraba su proteccion.

Pero en medio de que su genial severo infundia en sus súbditos mas respeto que amor, y de que por inevitables desgracias é inadvertencias á que está espuesto á incurrir el mas sagaz político, padeció en su reino la monarquía bastantes desmedros, fué muy sentida su muerte; y debió serlo, considerando las virtudes verdaderamente reales que le adornaban.

Dia 14.

Siendo virey y capitan general de Cataluña el señor D. Francisco Hurtado de Mendoza, marqués de Almazan, en el año 1614, fué tanta la falta de moneda que se notaba en aquel principado y sus adyacentes los condados de Rosellon y Cerdaña, que fué preciso pensar en acuñar moneda de plata de la misma ley y peso que en Castilla. El asunto se encargó á D. Juan Pablo Riba, maestro de la casa de moneda de Barcelona, que por órden del marqués, dada á 14 de mayo de dicho año, trabajó las muestras para remitirlas al rey y supremo consejo de Aragon, sacando del marco de plata ochenta reales. Aprobóse por el rey este ensayo, que recomendaron el mencionado capitan general, los diputados de la mayoría de Cataluña, el obispo y cabildo de la catedral de Barcelona y los cónsules del mar. En su consecuencia, el rey Felipe III concedió permiso, por su carta dada en San Lorenzo en este dia 14 de setiembre del espresado año, para que aquella ciudad pudiese acuñar moneda nueva de plata con la liga y peso que la de Castilla.

Tambien permitió que los escudos de oro se dividiesen en dos partes iguales; y teniendo facultad para hacer moneda de vellon, se la dió para labrar entre ella una especie, á que llamaron quens, del valor de seis dineros cada uno, que era entonces la cuarta parte de un real.

En cuanto á otros particulares que habia representado respectivos al nuevo cuño, remitió el monarca con la misma carta á la ciudad de Barcelona dos pareceres de personas prácticas, encargándola que respondiese á las dificultades que ellos se proponian parà resolver con acierto.

Lo que consta haberse ejecutado en adelante y en el mismo reinado, con respecto á esta materia, es que el referido capitan general, marqués de Almazan, en 13 de agosto de 1615 concedió licencia para estraer de la tabla de los comunes depósitos de la ciudad todos los doblones de dos caras que estaban allí sin uso, y bastando para remediar la falta de moneda, principalmente en el comercio y compra de municiones que se ofrecian en ocasion de acercarse la armada del turco, se permitió acuñar florines de oro del mismo peso, quilate y forma que los que tenia Barcelona desde el rey Católico D. Fernando, y eran la cuarta parte del doblon, ó del valor de 8 reales tres cuartillos.

De la carta real dada en San Lorenzo á 22 de agosto de 1617, se comprueba que aquella ciudad habia resuelto enviar á uno de sus conselleres á la córte para dar mayor movimiento á su primera solicitud, lo que no la fué permitido, prometiendo el rey resolver luego sobre ella; y en efecto, por otra espedida en Ventasilla á 23 de octubre del mismo año, concedió facultad por ahora para labrar moneda de plata hasta la cantidad de 1.000,000 de ducados, en medios reales ó sueldos, enviando instruccion del modo cómo habia de reducirse el valor de los doblones de oro; y por lo respectivo á los ventines, quedó resuelta su baja por real resolucion dada en Madrid á 9 de febrero de 1618, que fué puesta en ejecucion por el virey duque de Alburquerque, en decreto de 2 de marzo inmediato, reduciéndose los enteros al valor de 35 rs., y á este respecto los medios trentines, de 11 rs. cada uno. Esta es toda la diferencia que hubo de monedas en Cataluña durante el reinado del Sr. D. Felipe III.

Origen del Santisimo Cristo de la Paciencia.

Reinando la Majestad Católica de D. Felipe IV, habian sido penitenciados en Portugal varios judíos, á saber: marido, mujer, dos hijas y un niño de ocho años; por lo que fugitivos se vinieron á Castilla, donde tenian algunos parientes. Llegaron á Madrid, donde alquilaron una casa de planta baja y aislada, sin vecindad, en la calle de las Infantas, donde abrieron una tienda de mercería y para figurar que eran católicos, colocaron debajo de un doselito la imágen de Jesus Crucificado, como de media vara de

alto.

Tuvieron estas gentes el fanatismo de reunirse todos los viernes del año con sus deudos, tambien judíos, hasta el número de quince personas de uno y otro sexo, para injuriar á la sagrada efigie, ya con blasfemias, ora escupiéndola el rostro, y tambien con otros actos indignos de referirse.

Despues señalaron además los miércoles para su reunion profana, á cuyos dias denominaron las fiestas de la Flagelacion, repitiendo en el os muy á lo vivo la escena del palacio de Pilato. Hay tradicion, 6 al menos declarado por ellos, que oyeron milagrosamente sus quejas, á lo que los judíos le respondian que el motivo de tratarle así era porque le tenian como á una figura de madera. Añadieron en sus declaraciones que le vieron derramar sangre, y que, por último, destrozándole, le arrojaron al fuego.

Súpose este atentado sacrilego, porque un niño, hijo de los judíos, iba á la escuela que en la propia calle tenia establecida Juan Diaz de Quiñones, y un dia, determinado á castigar al muchacho por su falta de asistencia en los dias mencionados, el niño, atemorizado, reveló el motivo de su ausencia del áula. El maestro, que ya tenia algunas sospechas de aquellas gentes, sus vecinos, dejó al muchacho detenido en la escuela, y fué á dar cuenta del hecho al presbítero Hernando de Villegas, capellan de S. M., quien con Sebastian de Huerta lo pusieron en conocimiento del monarca, quien mandó que en aquella causa entendiese el tribunal competente, cuyos ministros sorprendieron á los judíos acabando de reducir á cenizas al Santo Crucifijo, y fueron presos en el mes de junio de 1630. Seguida la causa y declarado todo, se celebró un auto por el tribunal que entendia en la causa mencionada, el domingo á 4 de julio de 1632, en la Plaza Mayor de Madrid, presidiéndolo el señor cardenal D. Antonio Zapata, al que asistió el mismo Felipe IV y su esposa la reina doña Isabel de Borbon, con las clases de palacio que asisten con el rey cuando va de ceremonia, como asimismo la grandeza y consejos.

Todos los balcones de la plaza estaban adornados con colgaduras, y SS. MM. y AA. se colocaron debajo de dosel: hubo mucho ceremonial, concurrencia y aparato (1).

(1) Quemaron á siete personas y cuatro estátuas, cuya operacion terrible se acabó á las once de la noche.

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