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Y habiendo resuelto asimismo que la biblioteca fuese pública, nombró dos bibliotecarios con el personal correspondiente.

Sobre la puerta de los mismos estudios fueron colocadas las armas reales, cuyo escudo trabajó el escultor don Felipe de Castro. Debajo se leia esta inscripcion, alusiva á los mismos estudios:

D. O. M.

Naturae, Coelo, Elementis, Bello, Paci, Temporibus, Facundiae, Philipus Magnus IV Hispaniarum et Indiarum Rex, divite manu, ditiori animo MDCXXV (1).

poética, de retórica, de las lenguas griega, hebrea, arábiga, de lógica, de física esperimental, de filosofía moral, de derecho natural y de gentes, de disciplina eclesiástica y dos de matemáticas.

(1) Éste escudo hace pocos años se ha quitado por el peso que hacia, amenazando desprenderse.

En Madrid habia cátedras de latinidad y humanidades en la calle denominada del Estudio de la Villa, y desde el tiempo de los Reyes Católicos estuvieron regidas por hombres tan eminentes y eruditos como lo fueron Francisco de Gomara, el maestro Cedillo, Alejo de Venagas y el licenciado Gerónimo Ramiro, que despues de algunos años se despidió en 14 de octubre de 1566, sirviéndola interinamente el licenciado Francisco del Bayo, hasta que, convocada la oposicion que hicieron el maestro Juan Lopez de Hoyos y Hernando de Arce, salió electo el primero por unanimidad en 19 de enero de 1568, con el salario acostumbrado de 2,500 mrs. (que á fin de aquel año se les amplió á 3,000), 2 rs. cada mes por cada uno de los estudiantes, un cahiz anual de trigo y la casa del estudio para su habitacion.

Estos estudios se suprimieron cuando los Padres Jesuitas los establecieron en el Colegio Imperial.

Donde se encuentran noticias muy latas del Estudio de la Villa, es en la vida de Cervantes, que para la edicion del Quijote publicada por la Academia Española en 1819 escribió D. Martin Fernandez de Navarrete, secretario de la misma. Véase el párrafo 56 de la pág. 264 hasta la

270 inclusive.

Cabildo de la real iglesia de San Isidro.

El rey D. Felipe IV dió el título de capellanes suyos á los de la real capilla de San Isidro, cuando estaban en la parroquia de San Andrés. El rey D. Cárlos III, con bula del papa Pio VI, los elevó á todos los honores, preeminencias y derechos de las demás catedrales del reino, con uso de hábitos corales y encargo á sus individuos de coro, púlpito y confesonario: debiendo tener estos el grado mayor y la edad por lo menos de treinta años.

Su cabildo se componia de un capellan mayor, que lo era nato el M. R. Arzobispo de Toledo (cuyo título aún conservan nuestros primados); un teniente suyo, que por lo regular lo era tambien el obispo auxiliar que habia en Madrid (1); veinte y cuatro canónigos, que entraban por riguroso concurso (2). Habia además, para el servicio del coro y altar, seis capellanes, dos sochantres, seis salmistas, cuatro capellanes maceros, pertiguero, silenciero, canitario, alguacil que levantaba vara, y doce niños de coro, con dos organistas y otros ministros, con el competente número de sirvientes.

Usaba este cabildo de guion con cruz de plata sobredorada y su maestro de sagradas ceremonias (3).

De modo que el rey era patrono de esta iglesia, y su gobierno era por la cámara de Castilla, y el ministro decano de ella tenia su proteccion (4).

(1) Obtuvieron este cargo, D. Francisco Anguiriano, D. Atanasio Puyal y Poveda, D. Luis Castrillo, y el ilustrísimo padre D. Pablo Garcia Abella, actual arzobispo de Valencia.

(2) Unico cabildo en España que optaba por oposicion, fuera de las cuatro plazas de oficio.

(3) Entre el alto clero de esta real capilla hubo sugetos eminentes, y algunos fueron elegidos obispos, entre ellos el célebre orador D. Pedro Inocencio Vejarano, que obtuvo la mitra de Sigüenza; D. Antonio Posada Rubin de Celis, que murió siendo patriarca de las Indias. Entre los eruditos, tiene un lugar preferente D. José Sabau, que corrigió la Historia de España.

(4) Hoy es patrona S. M. la reina, y la proteccion corresponde al ministerio de la Gobernacion. El cabildo que

Al ayuntamiento de Madrid pertenecen las reliquias de los santos patronos; la urna de San Isidro al colegio de artífices plateros (1).

En 1815 llamó el rey D. Fernando VII á los padres de la Compañía de Jesus á sus dominios, y cuando vinieron á la córte, fueron hospedados interinamente en el convento de San Francisco el Grande: solo regresaron siete. Aquí

hay actualmente es muy corto de personal, por lo que ya no se nota aquella magnificencia antigua en las funciones.

(5) La urna del santo la costeó el colegio de San Eloy; es de oro, plata y bronce, que se labró en el año de 1620 para las fiestas de su beatificacion, cuyo valor, sin hechuras, ascendió á 16,000 ducados; y siempre que se necesita limpiar ó componer, lo hacen los mayordomos de la misma, por lo que, cuando sale el santo en procesion ó por rogativa, le acompañan con hachas verdes.

El cuerpo del santo se guarda en dos cajas: la interior es de filigrana de plata, sobre tela de raso de oro riquísimo, que la dió la reina doña Mariana de Neoburg, y tiene siete llaves.

El rey D. Felipe V, en 20 de mayo de 1705, envolvió el cuerpo del santo en un sudario de Cambray con esquisitos encajes. La Majestad de Fernando VI, en 18 de abril de 1751, le puso otro de finísimo lienzo, guarnecido aun de encajes mas preciosos, echándole encima un paño de seda verde bordado de oro con las armas de Madrid á realce. Ya hemos dicho en la pág. 421 de nuestro primer tomo, en el estado que se encuentra el cuerpo del santo; y ahora solo añadirémos que tiene desprendido un brazo, detrimento que sufrió al conducirlo al real sitio de Aranjuez, cuando la última enfermendad de la reina doña María Josefa Amalia de Sajonia.

Las reliquias de la bendita labradora se custodian en una urna de plata con cuatro cerraduras y dos candados, y dentro un cofrecito de terciopelo carmesí, galoneado y tachonado de oro, cuya llave principal tiene el señor alcalde corregidor. Solo existe la cabeza y huesos, que desde que murió se conservaron en Torrelaguna hasta el año de 1445, en que el general ministro de la religion seráfica, Fr. Juan Merinero, las mandó entregar al ayuntamiento de Madrid.

fueron recibidos con gran ceremonia, y á poco tiempo pasaron al Colegio Imperial, del cual le dió posesion al reverendísimo padre provincial Pedro Cordon el canónigo capitular D. Diego Fernandez Cerezo, quien en 1820 volvió á recibir las llaves de manos del referido provincial. Y en 1823 aquel se las entregó de nuevo al espresado padre Cordon.

En 1836, el padre Mariano Puyal hizo la entrega al decano de la real capilla de San Isidro.

En esta iglesia, en tiempo de los canónigos, habia gran profusion de alhajas, y las dos lámparas del presbiterio eran tan ricas, que con su producto, cuando fueron deshechas en la Casa de Moneda, pudieron sostener los gastos del culto durante la invasion francesa.,

En este templo, en la bóveda de la capilla de Nuestra Señora del Buen Consejo, depositó el Excmo. ayuntamiento los huesos de los insignes capitanes Daoiz y Velarde, cuando los estrajo de las ruinas de la iglesia de San Martin; igualmente los restos de las víctimas del pueblo de Madrid fusiladas en el Prado en 1808, hasta que el mismo cuerpo municipal las trasladó al elegante mausoleo que hace pocos años erigió en el indicado sitio donde fueron sacrificadas en defensa de la independencia de su patria.

SETIEMBRE.

Dia 1.o

A los estremados sucesos debe siempre aplicarse una general y universal correccion; porque si se quiere ir enmendando los vicios por partes, tarde ó nunca se logran los fines. Era urgentísima esta medida en tiempo en que, muerto el rey D. Pedro en la batalla de Montiel, fué reconocido por legítimo soberano de los reinos de Castilla y Leon su hermano D. Enrique II. Para procurar en lo posible los beneficios que deseaba á sus vasallos, juntó Córtes inmediatamente en la ciudad de Toro, donde estaba bien satisfecho de la fidelidad de sus vecinos.

El concurso de grandes, prelados y procuradores fué numeroso. Asistió á ellas la reina doña Juana, mujer de D. Enrique, y su hijo primogénito y heredero D. Juan; los condes D. Tello y D. Sancho, hermano del rey; el arzobispo de Toledo D. Gomez, que era canciller mayor; los obispos de Oviedo, Palencia y Salamanca, con otros prelados y ricos-hombres, caballeros, escuderos y demás personas que por la ley y costumbre debian concurrir á estos congresos y constan en sus actas.

Ante todas las cosas, procuró D. Enrique tomar informes muy circunstanciados de lo que más urgia que se enmendase y corrigiese en Castilla. Supo por los de su Consejo el mal estado en que se hallaba la administracion de justicia; los escesivos precios á que se vendian los co

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