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Cuando Clotario regresó á Paris y supo el atrevimiento de su hijo, decretó que lo buscasen y trajeran á su real cámara, para castigarle ejemplarmente por su atentado y dar satisfaccion al reino. Pero se encuentra escrito que los ministros del rey no lograron penetrar en la capilla, imposibilitándoseles milagrosamente la entrada, y que Clotario desechó este milagro, atribuyéndolo á paliativos de los enviados por congraciarse con el presunto heredero del reino, comisionando á otros, quienes quedaron nuevamente detenidos á una milla de Cartuliaco; y añaden los historiadores, que, viendo el rey burlados sus intentos, se puso él mismo en camino; pero que, al dar vista al pueblo, no quiso pasar el caballo mas adelante, por lo que desistió Clotario de su empresa, dando nuevas pruebas de su real aprecio al ofendido duque para vindicarle, enviando tambien el perdon al príncipe. Muerto Clotario, ocupó el trono Dagoberto, y al instante mandó hacer la exhumacion de las reliquias de los mártires y edificar en aquel lugar un monasterio, que llegó á ser uno de los mas principales y magníficos de Europa.

En las escavaciones practicadas hallaron solo dos cuerpos, para los cuales hizo construir dos arcas de oro riquísimas, incrustadas en piedras preciosas, trabajándolas los artistas mas aventajados de Francia, empezando poco despues la obra suntuosa del monasterio, el mas escelente de cuantos habia en aquel reino, pues sin reparar en gastos, levantó una obra maravillosa de gran valor y precio, así en lo material como en lo arquitectónico. Las paredes estaban embutidas de diferentes mármoles: hasta el suelo era de embutidos mosaicos, con diversos lazos y figuras. Dice Gaguino que el artesonado era de plata y que encima de las urnas de los mártires habia una cúpula á modo de bóveda con cimborio y chapitel, que formaba gran parte de la capilla mayor, todo de plata; pero que, en una gran carestía que hubo en Paris, su hijo el rey Clodoveo, no sin gran sentimiento suyo, tuvo que mandarla apear para batir moneda, la que el abad distribuyó entre los pobres, porque era mucha la penuria que se padecía.

Dagoberto adornó este templo con ricas tapicerías y panos tejidos de seda y damascos, con multitud de costosísimos ornamentos y albajas de inestimable valor. Mandó quitar las puertas de bronce de la iglesia de San Hilario

de Poitiers y trasladarlas á San Dionisio; pero solo se colocó una, porque la otra se sumergió en el mar cuando la traian. Vasco Morales y Juan de Mariana escriben que Dagoberto favoreció á Sisenando, rey godo, contra Suintila, y que el oro que los capitanes franceses llevaron de España en precio de los tratados, lo destinó el rey para la fábrica del monasterio de San Dionisio.

Viendo Dagoberto su obra terminada, y conforme á su proyecto, mandó se juntasen muchos obispos de su reino, señalando dia para la dedicacion y consagracion del nuevo templo, que fué el 24 de febrero de 644. Y Vicencio Velvacense, en el libro 23 del Espejo historial, refiere que en la víspera de esta ceremonia solemne, á la media noche, se introdujo un leprose en el templo, pasando el resto de ella en velada junto á la tumba de los mártires, viendo por sí mismo consagrar este templo por ministerio de ángeles, quedando al mismo tiempo limpio el enfermo de su plaga, cuyo cútis quedó en el vestíbulo del altar, como en testimonio del suceso. El rey, sin embargo, dudó de este prodigio, convenciéndose luego, cuando vió el despojo del leproso, y á este sano. Así se encuentra consignado en la historia: no hemos hecho más que referirlo. Tambien hemos leido en Papiro Masonio, libro 3.o, y en Juan Tilio, que este templo fué primeramente renovado por el abad Sugerio: tambien consta así en la historia de Cárlos el Craso, y que invirtió tres años y tres meses en la obra, renovándola en sus dias el rey D. Luis el Santo. Vamos ahora á hacer una breve descripcion de este suntuoso templo, segun la trae el canónigo Antonio de Rivera, quien vino à Paris en calidad de notario apostólico, acompañando al ministro embajador del rey D. Felipe II, para reclamar las reliquias del mártir San Eugenio, arzobispo de Toledo, que estaban en el monasterio de San Dionisio, desde donde fueron trasladadas á nuestra santa primada iglesia en 1565, para lo cual se presentaron en la real abadía varios oidores del Parlamento de Paris, en el año 1565, pidiendo al gran prior el cuerpo de San Eugenio, á fin de enviárselo al rey de España. Este prelado, deseando agradar al Rey Cristianísimo, para que cumpliese con la exigencia de Felipe II, pidió copia de la provision real, y tiempo para participárselo así á los monges, á fin que deliberasen sobre ello. En regáronle copia del documento, llamando el prior á capítulo, en el que se

hallaron los dos canónigos españoles; el P. Fr. Juan de Nambellan, gran prior y vicario; Fr. Juan de Morison, sub-prior y vicario; Fr. Pedro Piconat, chantre y comendador; Fr. Francisco Balton, tercer prior; Fr. Diego Cosu, cuarto prior y proveedor del pan; Fr. Juan de Verdun, quinto prior; Fr. Claudio Pallar; Fr. Pedro Luext; fray Nicolás Chaniter; Fr. Diego Buefiel, tesorero de la casa; Fr. Filiberto de Árlés; Fr. Hernan de Cheves; Fr. Rull Buevin, refitolero; Fr. Pedro Burges, sacristan y maestro de los mozos de coro; Fr. Claudio Mason, preboste de San Gervasio; Fr. Nicolás de Movian, limosnero; Fr. Amador de Bellu, preboste de Cormelas; Fr. Luis Teson, tesorero; Fr. Antonio Xamblin, obrero; Fr. Cárlos de Verge, fabri quero; Fr. Menorth de Hildrecan, preboste de Tremblay; Fr. Nicolás de Perdon, alhajero; Fr. Nicolás Picardo, custodio de las insignias reales; Fr. Julian de Anesac, llavero del archivo de actas reales; Fr. Diego de Beamonte, custodio de las reliquias; Fr. Miguel de Barsurt, recibidor de huéspedes; Fr. Antonio Buxar, contador de la hacienda; Fr. Jorge de la Fontana, enfermero. Estos eran los principales oficiales de esta real abadía, que se hallaron en sesion con los oidores del Parlamento.

Los monjes contestaron que obedecian al rey; pero que, sin consentimiento del cardenal de Lorena, no podian entregar reliquia alguna de la abadía, á quien habia que pedírsela.

Despues los diputados pidieron al gran prior ver las reliquias y lo mas notable del monasterio. Condújoles al tesoro ó sagrario, y les mostró primeramente una riqueza de ornamentos y vasos sagrados cual nunca habian visto: telas de oro, sedas, tapicerías, alfombras, colgaduras y mil preciosidades. Pasaron á la capilla mayor de la iglesia, que era un coro altísimo, á donde se subia por tres escaleras, que eran el remate de las tres naves de la iglesia, cuya capilla mayor estaba adornada y edificada en esta forma:

Primeramente, en medio, en la entrada de ella, habia un altar desviado de todas partes, y sobre él una urna cu bierta y guarnecida de láminas de oro y diversidad de piedras de valor, donde se custodiaban los restos de San Dionisio Areopagita, y á los lados de ella dos arcas bien guarnecidas, en que estaban los huesos de San Rústico y San Eluterio. En torno de esta capilla mayor, empezando

por el lado de la Epístola, la primer capilla era de San Roman Monaco; la segunda, de San Hilario; la tercera, de San Eugenio, arzobispo de Toledo; la cuarta, de San Cucufate; la quinta, de San Patovelo; la sesta, de San Peregrino; la sétima, de los Santos Inocentes que degolló Herodes; la octava, de la vírgen Santa Osmana; la nona, de San Fermin, mártir; la décima, de San Eustaquio.

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Los cuerpos de todos estos santos estaban en urnas riquísimas de plata sobre el retablo de cada capilla, las que tenian sus verjas de hierro labradas de escelentes calados, con division una de otra de pilar á pilar, con otras rejas hechas con gran primor y el pavimento de mosáicos: en ellas habia enterrados muchos grandes y príncipes del reino de Francia, con magníficos sepulcros, y entre ellos el traidor Beltrand Duguesclin, que vino á España con don Enrique contra el rey D. Pedro, mandando una porcion de aventureros, á quien el bastardo le dió el condado de Borja, por haberle puesto en el trono.

La capilla mayor estaba tambien labrada de mosáicos; debajo del altar habia otro retablo en una especie de confesion de capilla, al estilo de la de los Santos Apóstoles en la Basílica de Roma, y sobre él la riquísima urna donde se custodiaba el cuerpo del rey San Luis. En el coro de los monges habia otro altar ó retablo donde se guardaban los restos de San Dionisio el de Corinto; y en otra capilla de la iglesia, las reliquias de San Hipólito, mártir.

La capilla de San Eugenio tenia diez y seis pies de longitud y diez y ocho de latitud, y el pavimento era de una sola piedra de color blanco, labrada con mucha curiosidad y esmero, y las vidrieras figuraban la historia del santo arzobispo. En la verja habia pendiente una tabla, y en ella escrito sobre un pergamino lo siguiente:

«Gaude exultans plebs toletana, cui Dionysius Areopagita pastorem egregium destinavit Eugenium socios quod strenus vers. Gloria et honore coronasti eum Domine, etc. Resp. Et constituisti eum, etc. Oratio Beati Eugenij martyris tui atq. Pontificis Domine nos tuere præsidijs. Ut cujus commemorationem pia devotione recolimus, ejus intercessionibus ab hominibus adversi conamúr.» Asimismo habia otra tabla pendiente con varias oraciones en metro y lengua vulgar francesa. El altar era todo de mármol negro, y en el frontal habia remajos de mármol blanco, y en ellos esculpidos pasos que figuraban

el martirio del Santo de medio relieve, y del mismo material el respaldo del altar, que representaba varios milagros obrados por el santo arzobispo, y sus tormentos adornados de piedras francesas.

Descubrieron el arca delante de los embajadores españoles y de los miembros del parlamento de París, sacando una urnita pequeña como de dos palmos de larga y un geme de alto, estrayendo de ella muchos huesos envueltos en un tafetan blanco, donde hallaron una escritura en pergamino con caractéres latinos y góticos antiguos.

El vicario del obispo de París, fué sacando los huesos y contándolos, los cuales envolvió en un paño de seda, colocándolos despues en un cofrecito pequeño, cuyo número de fragmentos era el de sesenta y tres entre chicos y grandes.

En medio de la multitud de reliquias que habia en esta insigne Abadía, estaba la corona de espinas que los soldados entretegieron para colocarla sobre la cabeza de Jesús en la noche de la pasion, cnya joya preciosísima regaló el emperador Balduina al rey D. Luis el Santo, la cual recibió con gran regocijo y majestad, acompañado de sus hermanos los príncipes Alberto, Alfonso y Carolo, depositándola con solemne procesion en esta real Abadía, con otro relicario bellísimo y de gran precio, que contenia uno de los clavos que sostuvieron en la cruz al divino Nazareno, y tambien un pedazo del sagrado madero.cen otras insignias que, segun escribe Vicencio Belvacense en el libro 29 al cap. 92, parece que las trajo de Oriente el rey Filipo, entregándolas al abad Eurico, saliéndolas á recibir los monjes, descalzos en señal de veneracion y de respeto. Conservábase el original de los nombres divinos escritos por San Dionisio, y remitidos por el emperador Micael, de Constantinopla à Ludovico Pio, rey de Francia, los cuales trasladó del idioma griego al latin el célebre Juan Scoto. La cabellera y despojos que el leproso dejó en la piedra, se conservaban tambien, como testimonio de la dedicacion del templo, dentro de una urna de cristales, é igualmente tres preciosísimas coronas que mandó hacer Felipe el Hermoso para la coronacion de los reyes de Francia, las que regaló á este régio monasterio Ludovico Utino. Conservábase asimismo el famoso carbunco que envió el rey D. Alonso VII de Castilla, y que tanto elogió el arzobispo D. Rodrigo. Conservábase tambien la histórica

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