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dalajara, con atabales, vocinas, maceros y el pendon de la villa, todos á caballo: salieron tambien los grandes con sus lacayos y libreas, y el augusto prisionero entró enmedio de una inmensa multitud de caballeros y nobles que le obsequiaban. Venia en un caballo ricamente enjaezado, con mantilla celeste bordada á realce, con las armas de la casa de Austria y de Castilla: así ingresó en Madrid, aposentándose en la habitacion que con gran lujo se le tenia preparada debajo de la torre de la casa de Luxan, frente á la parroquia del Salvador (1). De allí á poco fué trasladado Francisco I al real alcázar, donde se le preparó una morada régia: en ella permaneció algunos dias, donde enfermo de alguna gravedad: la traslacion mencionada del francés al palacio del César parece que fué en este dia 22 de agosto del año 1525, y dicen los historiadores que, viendo Francisco I que no venia el emperador á la córte, fué el motivo de que enfermase.

Cárlos I se hallaba en Toledo celebrando Córtes, y por esto dilató su viaje á Madrid; entre tanto, el duque de Ca labria importunaba al César para que no demorase su marcha á la córte á visitar al rey de Francia.

Monasterio de la Encarnacion Benedictina (vulgo de San Plácido).

Habiéndose aumentado mucho la feligresía de la parroquia de San Martin de Madrid, y siendo ya muy dificultoso el poder atender á la administracion de Sacramentos, cuando se ofrecia á las casas de campo que habia en el alto y bajo Abroñigal, determinaron los monges edificar una capilla que sirviese de anejo á la parroquia, dedicándola al glorioso mártir San Plácido, la que se concluyó en 1619, y se dijo la primera misa en el dia de la fiesta de la Dedicacion de San Miguel Arcángel, á 29 de setiembre.

Doña Teresa Valle de la Cerda, hija de D. Luis, contador mayor del Consejo de la Cruzada, y de doña Isabel de Loisa, que habia nacido en Guadalajara, quiso fundar un monasterio en esta córte, y para ello pidió permiso á su

(1) Todavía se conoce parte de la puerta por donde entró, en donde hoy es casa de los señores marqueses de Castellar.

hermano D. Pedro, para edificarlo con los productos que diese la venta de un molino de viento que habia junto al valle de Jesus, cerca de la hacienda de los condes de Villanueva de Duero.

Don Pedro Valle de la Cerda sentia desmembrar el mayorazgo de sus padres, y así encontró mucha oposicion nuestra fundadora; pero habiendo muerto este, otro de sus hermanos, que era D. Fr. José Valle de la Cerda, monge benedictino y abad de Nuestra Señora de Sopetran de las Heras, que despues fué obispo de Almería, renunció sus bienes en favor de sus dos hermanas, ayudando á doña Teresa en sus loables intentos. El abad de San Martin no estaba conforme en la nueva fundacion del monasterio, por altas y poderosas razones. Don Francisco Contreras, presidente de Castilla, no accedia á que se erigiese el monasterio, siendo contrarios todos los informes que evacuaba. El cardenal infante D. Fernando tampoco era favorable al proyecto. Solo D. Luis Fernandez de Córdova, arzobispo de Santiago, apoyaba á la piadosa doña Teresa Valle de la Cerda, quien le aconsejó pidiese una audiencia al rey D. Felipe IV, á fin de alcanzar la licencia que deseaba. Hízolo así, y acompañada de su hermana doña Juana, que era jóven agraciada, se presentaron al rey, quien les ofreció toda su proteccion, preguntando á doña Juana si deseaba tambien ser religiosa, á lo que la jóven contestó que solo queria vivir retirada en Guadalajara. El monarca despidió á las dos señoras, á quienes visitó de incógnito en Madrid, por lo que doña Teresa hizo salir á su hermana de la córte, enviándola á Móstoles á la casa de su tio D. Diego de Alvarado.

Vencidas todas las dificultades, comenzó á labrar el monasterio contiguo á la capilla de San Plácido, por lo que generalmente se le da este nombre.

Se encargó de la obra Fr. Lorenzo de San Nicolás, religioso Agustino Recoleto, natural de Madrid, célebre arquitecto, autor del libro titulado Arte y uso de la arquitectura. La fábrica del templo es de lo mejor que se edificó en aquella época. El retablo mayor casi le ocupa todo el magnífico cuadro que pintó Claudio Coello, en que principalmente se espresa el misterio de la Anunciacion de Nuestra Señora, con una gloria en la parte superior, y debajo los profetas que hablaron de aquel misterio.

Del mismo autor son las pinturas de los altares cola

terales, que espresan al patriarca San Benito y á su hermana la vírgen Santa Escolástica, y en el de enfrente á la insigne Santa Gertrudis la Magna, señalándole Jesus con el dedo en el corazon, como tabernáculo suyo. Claudio Coello se conoce tuvo empeño en distinguirse con sus escelentes obras en la iglesia de este monasterio, porque su pincel sublime se hizo tambien estensivo á las pinturas del arco de la capilla del Santo Sepulcro. Los frescos que hay dentro de ella fueron ejecutados por los artistas Rizi y Cabezalero, y aun algo tambien por Francisco Perez Sierra; la figura de talla de Jesus difunto en el sepulcro es obra de inestimable valor por su escultura. Las pechinas de la cúpula, que se fingen bronceadas, son tambien de Rizi, como asimismo la Concepcion en la bóveda del presbiterio. Don Manuel Pereira hizo las cuatro estátuas de los pilares de la cúpula, que figuran á los arzobispos San Ildefonso, San Anselmo de Cantorbery y San Braulio y al melífluo abad San Bernardo. Hay otros cuadros muy buenos de D. Diego Velazquez y varias copias de Ticiano, cuyos originales estan en el Escorial. Sobre las puertas de la iglesia y de la portería hay dos relieves muy buenos acerca de la historia del misterio de la Anunciacion, y se ven tambien los escudos de armas de la casa del patrono, que lo son los condes de Atares. Nuestros lectores querrán que les digamos algo acerca del reloj, objeto hoy de una nueva pieza dramática, que sentimos por cierto que se haya puesto en escena, porque la santidad de un monasterio lo rehusa. Empero no afecta nada á la observancia de esta casa, toda vez que el joven poeta Sr. Serra lo ha tratado bien, y ha hecho realzar la virtud monástica. Le felicitamos por ello, y hubiera sido de desear que hubiese tenido presente que es dudoso el hecho, y para nosotros más, porque le omiten los cronistas modernos, y el ilustrado Rmo. P. Sarmiento casi le tenia por conseja. Mas nosotros hemos sabido que se formó espediente acerca de ello: luego hubo algo. Otro escritor contemporáneo, que no queremos decir su nombre, habló de este asunto con demasiada licencia. Los hombres, por elevada que sea su gerarquía, no estan exentos de pasiones, y las pruebas en el cláustro, lejos de eclipsar sus glorias, son coronas floridas que adornan á la virtud religiosa. De modo que, cuantas veces se tome la pluma para tratar del reloj de San Pláci

do, no verémos otra cosa, sino que la cogulla triunfó de la diadema. Pero antes nos permitirán nuestros lectores que tratemos de las religiosas que poblaron esta nueva Sion. Dicen que alguna de las fundadoras vino del monasterio de la Vega de la Serrana y de otras casas religiosas de la órden de San Benito, con otra religiosa cisterciense, para establacer aquí el instituto monacal con sujeción á los monges, de los que elegia la señora abadesa dos vicarios, que eran dos padres de carrera, en la religion benedictina: y efectivamente, han tenido hombres eminentes y varones de consejo: la brevedad no permite mencionarlos; San Martin de Madrid, Valbanera de Matute, San Millan de la Cogulla, San Pedro de Cerdeña, San Julian de Samos, San Estéban de Rivas de Sil, San Vicente de Salamanca, Monserrat de Cataluña, San Pedro de Tenorio, Santa María la Real de Nájera, el Espino de Santa Gadea, Santo Domingo de Silos, Sahagun, Valladolid, Sevilla y otros monasterios, en que está cifrada la historia de nuestra nacion, han facilitado sus prelados para vicarios de esta casa: baste en su elogio.

La ilustre matrona doña Teresa Valle de la Cerda vió coronadas sus esperanzas, despues de una contradiccion abierta, merced á Felipe IV y al arzobispo de Santiago; tomando posesion solemne del nuevo monasterio de la Encarnacion Benedictina (vulgo San Plácido), á 12 de mayo de 1624; vistiéndole la cogulla las religiosas fundadoras, cuyo velo le bendijo de pontifical el Reverendísimo abad de San Martin, cura de la parroquia. Nuestra fundadora fué elegida abadesa de esta casa, al frente de veinte y dos religiosas, bendiciéndose el templo en el dia del glorioso San Roque; motivo por el que hay en este monasterio tanta devocion con el santo que da nombre á la calle, y en su esquina habia una pintura con la imágen del sante. Luego que la mencionada fundadora vió constituida su comunidad, ofreció el velo á su hermana doña Juana, la que lo aceptó gustosa, viviendo en la mas perfecta observancia. Aliora vamos á la historia del reloj; no respondemos de su veracidad, ya lo advertimos.

Dícese que rondaban el monasterio dos nobles vestidos á la usanza de entonces, y que las religiosas lo observaron, y la prelada, que era señora advertida, descubrió á Felipe IV con su caballerizo D. Gaspar de Guzman, con

de de Olivares; y que entonces mandó á llamar á su sobrino D. Gerónimo Luis de la Cerda y Villanueva, caballero del órden de Calatrava, á quien manifestó sus temores por su hermana. El noble calatravo se puso en acecho, y por las lámparas que ardian delante de la imágen de San Roque, en la oscuridad de la noche conoció al rey y al conde, sin ser visto de ellos, por estar oculto en la portería. Y añaden que, decidido el rey á entrar en el monasterio, tuvo aviso secreto la prelada, quien lo notició á su sobrino, y este á la reina Isabel de Borbon, la que mandó al aposentador mayor de su real palacio, Pedro de Yelmo, bajo su mas estrecha responsabilidad (si se descubria), que adornase el interior del convento de San Plácido, como si se fuese á recibir allí á su régia persona. El aposentador así lo hizo: entapizó los tránsitos, cu→ briendo de alfombras el suelo; colgó cornucopias en diferentes partes, y envió la litera con lacayos. Era la media noche, y el rey con su caballerizo se dirigió al monas→ terio, donde ya habia remitido un billete á doña Juana de la Cerda, y mandado le facilita se á toda costa las llaves de alguna de las puertas de la clausura, eligiendo la mas reservada, siendo la de la principal la que se remitió al conde, quien ya sospechaba algun encuentro desagradable. Llegaron á la portería, abrieron, y penetrando al interior, descubrieron aquel aparato. Entonces el conde D. Gaspar de Guzman tiró del estoque para defender al rey; empero á nadie hallaron: siguieron sin hablar, maravilla dos de lo que veian. Felipe IV conoció que habia sido descubierto, y en su mismo palacio, recelándose hasta de su acompañado. Guiados por las luces, fueron á parar al coro bajo, en la capilla del Santo Sepulcro, donde vieron unas andas y en ellas tendida una religiosa amortajada, rodeada de cuatro cirios: se acercó el conde de Olivares, y vió que era doña Juana, ya cadáver: miró al rey, y el monarca cayó en sus brazos sin sentido. El comendador D. Pedro se presentó entonces con su tia y los silleteros, que recogieron al rey y le condujeron con silencio el alcázar, trabándose palabras significativas entre D. Gaspar de Guzman y D. Pedro de la Cerda. Salieron del monasterio, siguiendo ambos á la litera hasta palacio, donde se despidieron el comendador y el conde.

Nosotros no vemos en esta narracion, por mas inverosí mil que sea, el mas pequeño menoscabo para el monaste→

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