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rable la actividad de varios ingenieros al mando de los referidos señores y direccion del mencionado Sabatini, la fatiga y afan con que la tropa asistió á desmontar y hacer los cortes del fuego y á resguardar los géneros y muebles que se pudieron libertar de tan grande peligro, apenas bastando la que habia en Madrid y la que vino de Reales Guardias Españolas y walonas de Vicálvaro y Leganés en la madrugada, con la mayor celeridad y prontitud; pero tenian los mayores obstáculos que jamás se han visto en tanto incendio: los lienzos de los edificios eran tan espuestos á la voracidad, como que no tenian en su comunicacion paredes que llaman matafuegos, sino que eran una continuada armazon de madera con tabiques débiles, escepto el cimiento y piso principal de la escalerilla de piedra por los Cuchilleros: la noche, aunque iluminada por el incendio, no podia menos de ser puesta: lo poco seguro de los sitios donde poderse poner á cortar la velocidad del fuego y estension de las llamas, que apenas daban lugar á cortes inmediatos: el cuidado de librar la vida á tanto número de personas que habitaban en la plaza en cuartos muy altos, escaleras estrechas, y mucha gente acostada, desprevenida, turbada, y no acertando casi con sus bultos y los de su familia, todo presentaba un espectáculo horroroso.

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Sin embargo, fueron tan activas, prontas y acertadas las providencias del gobernador del Consejo, empleando á los alcaldes de córte, de barrio y de sus rondas, y el cuidado del superintendente general de policía, el señor don Mariano Colon, con la suya respectiva; el esmero de la tropa comandada por sus jefes inmediatos; las diligencias de los señores tenientes de la villa, individuos de su ayuntamiento, del maestro mayor arquitecto, D. Juan de Villanueva, y demás arquitectos de Madrid, alarifes, cubas, bombas, etc., que se temieron mayores males si no hubiera habido tanto cuidado y desvelo. No desplegaron menos actividad en tan funesta catástrofe el gobernador interino de la plaza, el príncipe Branciforte, y el corregidor D. José Antonio de Armona, que, hallándose ausente, vino muy pronto á la córte.

A pesar de tanto desvelo, las más de las familias cercanas al principio del fuego no pudieron salvar sino sus personas, y aun no sus ropas para poder salir vestidos, sin tener a donde poder ir á pasar la noche ni el resto de

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los dias. Juntóse á esto que, á escepcion de los pisos ba→ jos que ocupaban los mercaderes, todos los demás habitantes eran de cortos haberes, y por consiguiente, perdidas sus pocas prendas y alhajas, era natural quedasen reducidos á la mayor indigencia.

Pero el rey D. Cárlos IV entregó inmediatamente un millon de reales al gobernador del Consejo para socorro de aquellos atribulados, y la reina doña María Luisa y Sermos. infantes 450,000 rs. para el mismo fin. El supremo Consejo acordó una cuestacion general por su parte, estensiva á todo el vecindario, con la aprobacion del rey. Igualmente, el Excmo. Sr. D. Pedro Lopez de Lerena, consejero y secretario de Estado del despacho de Hacienda, ofreció por sí y por medio de los tribunales, secretarías y oficinas de su departamento, disponer que concurriesen á suscribirse personalmente, así para alivio como para procurarlo.

Las comunidades religiosas, desde el punto del incendio, acudieron á las casas para ayudar á sacar las personas y muebles que pudiesen, y tenerlos en guarda y consolar en semejantes aflicciones á los atribulados. En algunas comunidades previnieron de órden del Consejo abundancia de raciones para que fuesen á comer los que no tuvieran disposicion para ello, y para los pobres trabajadores.

Otros se emplearon en rogativas, implorando la misericordia divina, y los Trinitarios Descalzos trajeron en aquella noche en procesion la imágen de Jesus Nazareno á la vista del incendio, y la colocaron hasta el dia 18 por la mañana en la iglesia parroquial de Santa Cruz, adonde tambien el cabildo de señores curas párrocos y beneficiados habian traido la imágen de San Roque.

La Real Academia de la Historia empaquetó sus volúmenes y preciosos manuscritos, trabajando á porfia por salvarlos todos los señores académicos, para lo cual habia ya carros prevenidos, y entre los que más se distinguieron por su celo é interés en lo perteneciente á este bello gabinete (permítasenos decir), fué nuestro esclarecido abuelo D. Antonio de Capmany y Montpalau, que no se separó un momento de allí, en cumplimiento del cargo que ejercia. En tal estado de alarma y terrible conflicto, se mandaron cerrar los teatros y suspender la corrida de toros que estaba anunciada para el dia 19.

Los habitantes de la parte incendiada y sus cercanías por el pronto colocaban sus muebles en las calles y plazuelas inmediatas con guarda de religiosos y de tropa, hasta que, ó bien por sí, ó en casa de sus amigos, ó por las disposiciones gubernativas, en los conventos y otros parajes, se fueron conduciendo y acomodando. Y en efecto, se vió mucha compasion y generosidad en los vecinos, que con la mayor ternura recibian en sus casas á sus amigos y conocidos y aun estraños, ó bien sus efectos y alhajas, depositándolo todo fielmente.

Son notabilísimos los bandos que mandó fijar el Excmo. señor conde de Campomanes, apercibiendo con penas terminantes á los mozos de cordel, tragineros ó cualquiera otra persona que, aprovechándose de aquella calamidad, estragese muebles, é igualmente al prendero que los comprase, mandando hacer una requisa en averiguacion de lo que faltase.

La Real Sociedad Económica ofreció proveer de herramientas á los trabajadores que en el incendio las hubiesen perdido y por su pobreza no pudieran adquirirlas, privándose por esto de ejercer sus oficios. En fin, fueron tantas las disposiciones acertadas del gobierno en aquel conflicto, que era preciso insertar todos los edictos para saberlas apreciar, y no lo hacemos por temor de incurrir en la nota de difusos. Pero no omitamos el decir que en tan trágica noche y en el siguiente dia hubo muchas desgracias. Hoy, mas adelantadas las compañías de incendios, dan mejores resultados en momentos tan críticos; por lo demás, para lo que entonces habia, se hizo bastante en semejante catástrofe.

La Plaza Mayor entonces estaba fundada sobre pilastras de piedra berroqueña que formaban, como ahora, soportales muy capaces, con cinco suelos hasta el tejado: su grandor, el de hoy, 434 pies de largo y 334 de ancho y 1539 en circuito: tenia 466 ventanas con sus balcones de hierro, y en las fiestas públicas cabian 50,000 personas. Se construyó en el reinado de Felipe III, para lo que se derribó la antigua, que se construyó en tiempo de don Juan II: duró la obra dos años, concluyéndose en 1619, costando meros de un millon: la dirigió Juan Gomez de Mora, y es notable por su amplitud, por la igualdad de sus edificios, per la multitud de tiendas, concurso de gentes, y antiguamente lo era más por los comestibles que

allí se vendian; pero no porque hubiese en ella objeto alguno singular perteneciente á las bellas artes: sin embargo, es de consideracion la casa llamada de la Panadería, á donde suelen concurrir los reyes en ocasion de fiestas reales.

Este edificio se levanta sobre un pórtico de pilares y columnas dóricas de piedra berroqueña. Las columnas que estan á la parte esterior arrimadas á los pilares, son veinte y cuatro con veinte y tres arcos entre ellas: hay dos lápidas en los estremos, en que está escrito en la una cómo reinando Felipe III y por su mandado se derribó la plaza antigua, habiéndola labrado de nuevo en dos años: en la otra se espresa que, reinando Cárlos II y gobernando la reina doña Mariana de Austria, su madre y tutora, con motivo de haberse quemado la real casa de la Panadería en 20 de agosto de 1672, se reedificó desde los cimientos, mejorada en la fábrica y traza, etc., y que se acabó en diez y siete meses, año de 1674.

Enmedio de la fachada está el escudo de armas reales ejecutado en piedra. A los lados de ella se levantan dos torres, y entre las ventanas hay pinturas de claro y oscuro en que se representan niños y otras figuras, que ejecutó D. Luis Velazquez.

El segundo diseño para la reedificacion de esta casa fué, segun Palomino, trazado por Donoso. Este mismo artista y Claudio Coello pintaron el salon donde suelen los reyes concurrir á ver las fiestas reales: la ante-cámara, cuyas pinturas pertenecen á los mismos artistas, y la bóveda de la escalera figuran adornos de arquitectura, escudos de las armas de España y de las de Madrid, alegorías, etc.

Fernando VI dió su real permiso para que en esta casa se estableciese la Real Academia de San Fernando, y en ella permaneció hasta su traslacion á la calle de Alcalá, con cuyo motivo, habiendo acudido á S. M. la Real Academia de la Historia, obtuvo el beneplácito del rey para celebrar en este edificio sus sesiones literarias y colocar sus manuscritos, libros y monumentos.

La Academia de la Historia tuvo su origen en las reuniones de varios literatos desde el año de 1735. Fueron tomando incremento las ideas que allí se trataban, pertenecientes á varios ramos de literatura, hasta que, establecido su sistema, mereció la aprobación real y una dota

cion de monumentos y otros usos, á juicio de tan eminentes miembros.

La Magestad Católica de Felipe V en 1738 dió su real cédula á favor de la misma Academia, aprobando sus estatutos, y fué desde luego elegido por director D. Agustin Monasterio y Luyando, que, mediante el destino que desempeñaba en la secretaría de Estado y el interés que se tomaba por los aumentos de esta corporacion científica habia contribuido eficazmente á que se efectuase un establecimiento tan útil.

Segun las constituciones de esta Real Academia, el cargo honorífico de director se hizo por eleccion de los mismos individuos, siendo el primero que le obtuvo el conde de Torrepalma, embajador de S. M. en la córte de Turin, persona muy amante de las letras.

Desde 1746 mandó el rey D. Fernando VI que se perpetuase el cargo de presidente en el Sr. Montiano, quien le conservó hasta su fallecimiento, despues del cual recayeron todos los sufragios en el Ilmo. Sr. D. Pedro Rodriguez de Campomanes, fiscal del consejo y cámara de S. M., persona de gran reputacion literaria.

La Real Academia de la Historia tomó posesion de la casa llamada de la Panadería, trasladando á ella su selecta biblioteca y escelente coleccion de medallas, que despues ha ido aumentando por varias adquisiciones, en que se comprenden los museos pertenecientes al marqués de la Cañada, al de Saceda y otras muchas bellísimas colecciones que han depositado en este gabinete varios individuos. Tambien los monarcas han procurado enriquecerla con sus donaciones. Es hoy notabilísimo el número de manuscritos que ha reunido, las obras que ha publicado, los monumentos, diplomas, cartas, lápidas, dibujos de medallas, de escudos de armas, de planos geográficos y de ciudades, con otra multitud de preciosidades que encierra.

El objeto de esta reunion de hombres doctísimos es el indagar los puntos mas difíciles de nuestra historia en la parte cronológica y geográfica, en limpiarla de consejas y aclarar los hechos, buscando en ellos la verdad. Hoy, como siempre, se compone de muchas ilustraciones, y es uno de los cuerpos mas honoríficos de la córte.

En el patio de esta casa de la Panadería hay una fuente con la estátua de la diosa Diana, bien ejecutada en

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