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jasen, como lo hicieron, á lo profundo del cimiento del arco total de la parte del Evangelio, donde se asentó; cubriéronla con cal y piedra, y se levantó el cimiento mientras el cardenal iba diciendo las oraciones, acabándose todo á un tiempo, el cubrirse el cimiento y echar el cardenal la última bendicion: fué un acto solemnísimo. S. M. volvió al colegio á buscar á la reina, regresando otra vez á palacio.

La reina, aunque visitaba con frecuencia á las religiosas en el convento de Santa Isabel, las quiso tener mas próximas á su real alcázar, por lo que pidió al rey la real casa del Tesoro (1), la que S. M. le concedió al punto, para hospedar en ella á las religiosas. Entre tanto llegó el tiempo de la jornada del real sitio de San Lorenzo, á donde se trasladó la córte, donde la reina se sintió con síntomas de parto, dando á luz un infante, con cuyo fáusto motivo se llenó de regocijo el reino. Pero muy luego hubo un acontecimiento terrible con haberse comprometido la salud de la augusta reina. Al punto que se divulgó la noticia, principiaron las rogativas en el monasterio de San Lorenzo y las iglesias de la córte sujetas al real patrimonio. Administró el pro-capellan mayor, con la misma solemnidad y gala que en el dia de Corpus, los Sacramentos á la reina, que estaba en una cama de brocado de seda y maderas de ébano con molduras y encages de plata, con planchas doradas, con los escudos de armas de España, Flandes, Cerdeña y las Dos Sicilias, debajo de un dosel tambien de brocado, que fué regalado por el conde de Mansfelt cuando los esponsales de SS. MM., quienes le hicieron conducir á este real sitio. Otorgó la reina su real testamento, encomendando en él al rey su esposo la construccion del convento de la Encarnacion; y el lunes á 6 de octubre, estando acompañándola el rey y su confesor, el P. Gerónimo de la Compañía de Jesús, y todos los facultativos de la cámara, dió S. M. dos boqueadas y murió tranquilamente, sin descomponérsele el semblante: tenia entonces la reina la edad de 26 años, 9 meses y 8 dias.

(1) Que estaba en la calle de su nombre, y era una de las mejores de aquel sitio, donde está la plazuela de Oriente, la cual desapareció, como otras, en la invasion francesa.

Suceso que refieren con ternura las historias. Fué sepultada despues de las reales exequias en el panteon de los soberanos. Si hubiésemos de describir aquí la suntuosidad de los funerales que celebró la corte, seria asunto de muchas páginas; es forzoso omitir, en gracia de la brevedad. Vengamos ahora á tratar de nuestras Agustinas Recoletas, que ayudaron á su gran señora con lágrimas y oraciones en todo el discurso de su enfermedad y muerte: sintieron, como era justo, y en particular la madre Jesus María Ana, que la amaba tiernamente, y comunmente á el amor correspondia el sentimiento, dolíase de carecer de tal reina y tal patrona, mayormente dejando las cosas tan en sus principios, que apenas se descubrian los cimientos. Luego que falleció la reina, mandó Felipe III al duque de Lerma que escribiese á la madre Jesus María Ana, asegurándole que se cumpliria la real voluntad de la reina, y que la obra del nuevo convento se continuaria con decision; porque si la real fundadora habia faltado, quedaba en el corazon del rey el amor mas vivo. A esta carta acompañaron otras de los testamentarios de la reina, que dieron las mismas seguridades.

El rey Felipe III regresó á Madrid, pasando al palacio del Buen Retiro, mientras se preparaba el catafalco en San Gerónimo para las honras fúnebres de la reina, cuya descripcion vamos á hacer ligeramente. Se enlutó la iglesia con bayetas y glasés de oro, con multitud de cornucopias y ambleos amarillos, viéndose sobre los arcos de las capillas génios sosteniendo escudos de armas pertenecientes á la casa de Austria y de Castilla; en los machotes veíanse pintadas varias figuras alegóricas y trofeos de la muerte, tribunas y estrados para los convidados. En la nave principal se elevó un magnífico catafalco de gusto romano, con un targeton que desplegaban ángeles, en que se leia:

«Quebróse la perla y margarita preciosa. La esmeralda con su brillantez y verdor se ha deshecho. >> En otro rótulo, sostenido por dos lloronas, se leia:

«¿Quién á la rosa cuando va á brotar, antes que el boton se derrame en el bello azafate de su rueda y se desplegue con toda la ambicion de las encendidas hojas, cortada inmaduradamente, la verá marchitar con ojos serenos?»>

Dos matronas, tambien llorosas, desarrollaban otro lienzo, cuya rotulacion decia:

«Suceso que no puede referirse sin lágrimas, no porque haya de llorarse á la que pasó á mejor vida; mas ¿por qué hemos de dolernos inconsolablemente, porque dejamos de tener tal reina? ¿Por qué corazon tan duro? ¿Qué entrañas, cortadas de un peñasco, alimentadas con leche de hircanas y de tigres, podrán oir sin lágrimas el inopinado tránsito de la reina doña Margarita?>>

En otro que desplegaban un grupo de virtudes, se leia: «Fué reina de las voluntades por sus grandes virtudes. El natural admirable, el ánimo piadoso, la condicion apacible, el ingenio vivo, liberal y generosa la mano; en la intencion benigna y en las resoluciones prudente; increible el celo de la religion, raro el amor á los pobres, estima del sacerdocio, grande el fervor del espíritu, adornado con el don de lágrimas, con el cual hizo propicio á Dios con sus reinos, que en sus dias gozaron de suma felicidad.»

Otro rótulo, que sostenian tambien grupos de querubines, ponia lo siguiente:

«Vuela, job alma felicísima! entra en la posesion del reino de la vida, y desde el trono que sin temores gozas, mira por los reinos que dejaste.»>

Sobre una de las gradas del catafalco habia una está→ tua de la muerte, cubierta con un negro manto, con la segur en la mano, indicando descargar un golpe sobre la figura de la reina, que coronada estaba á sus pies, y en un targeton que habia debajo, decia:

«Cortó en medio del curso de su vida esta flor el Criador, trasladándola al jardin de la bienaventuranza.»

Habia otro grupo con varias figuras armadas con casCO Y lanzas llorando, y en la rotulacion se leia:

«Lloró el reino por haber á un mismo tiempo faltado en la muerte de una sola todas las virtudes. >>

Delante de una encumbrada pirámide estaba la está➡ tua de la reina sobre nubes, y dos ángeles estendian una cinta en que se leia:

«Tu fé y tus obras te tienen junta con Cristo; el espacio breve de tu vida se compensará con la eternidad.»

Rodeaban al túmulo real multitud de hachas amarillas, y el pavimento cubierto de paños negros; en la puerta principal habia un trasparente con los blasones de Flandes y de otros Estados, y en medio la figura de la reina vestida de blanco, entregándola una matrona que representaba la España, otra que simbolizaba las virtudes, y por debajo se leia:

«Dios ha premiado tus virtudes adornándote con la hermosa estola de su gloria, colocándote en el coro de sus reinas escogidas. Faltaste á este aire comun, aumentóse el amor de tus vasallos, y mientras dure en tu posteridad la monarquía de España, que ha de esceder los siglos, será dulce y eterna tu memoria; vivirás en los corazones y en los lábios de los hombres: ¡oh tú, qué reinas en los cielos con Cristo!»>

Fueron las vísperas y nocturnos el dia 17 de noviembre con asistencia de la córte y de los tribunales, oficiando la capilla música del rey, y al siguiente dia se celebraron las tres misas de pontifical que se acostumbran en las honras de los reyes.

La primera misa fué del Espíritu Santo, con ornamento encarnado, que celebró el cardenal Borja; la segunda misa fué votiva de la Vírgen, que ofició con ornamento blanco el cardenal nuncio de España: ambas misas fueron solemnísimas á grande orquesta, con gloria y credo, descubierto el retablo, como en las fiestas de primera clase, y la tercera fué de requiem, con terno negro, que celebró el cardenal arzobispo de Toledo, cubierto el retablo. Despues subió al púlpito el padre Gerónimo de Florencia, de la Compañía de Jesús, predicador de S. M. y orador famoso, quien pronunció la oracion fúnebre. Luego se entonaron los responsos, que ofició el primero el obispo capellan mayor del rey, el segundo el cardenal Borja, el tercero el cardenal nuncio, el cuarto el arzobispo de Sevilla y el último el de Toledo. Felipe III asistió á todo desde la tribuna real con trage de luto. Las exequias fueron suntuosísimas, y la concurrencia numerosa y brillante.

-El rey, en la tarde de las honras, antes de trasladarse á

su real alcázar, fué al convento de Santa Isabel á recibir el pésame de las religiosas y á visitar á la venerable madre Jesús María Ana de San José, ofreciéndoles llevar adelante la obra del nuevo monasterio. En efecto, mandó desocupar el edificio del Real Tesoro y prepararlo en forma de convento, mientras se iba fabricando el nuevo. El dia 4 de febrero de 1612, cuatro meses despues de la muerte de la reina, fueron á Santa Isabel por las religiosas la condesa de Lemos, ta duquesa de Peñaranda, la condesa de Paredes, el duque de Lerma, el de Peñaranda, el patriarca de las Indias y el corregidor de la villa, y llegaron á las cinco á la casa del Tesoro. Vinieron la madre Jesús María Ana de San José, Sor Francisca de San Ambrosio, Catalina de la Encarnacion, Aldonza del Santísimo Sacramento é Isabel de la Cruz. Las que hallaron en el convento de Santa Isabel, allí quedaron. El rey las envió un mensaje, y al siguiente dia las vino á visitar por la mina (1), alegrándose mucho de verlas, pues recordaba el aprecio que las tenia la augusta reina su esposa.

Por ser tan corte el número de las religiosas, fué la venerable madre trayéndolas de otros monasterios, eligiendo las mas célebres en santidad de vida. En 23 de marzo llegaron Sor Isabel de los Angeles y Ana de San Miguel, del convento de la Encarnacion de Valladolid, y del de Medina del Campo Sor María Isabel de San Agustin. Recibieron el velo en Madrid en el monasterio de la calle del Tesoro, Sor Inés de la Asuncion, Micaela del Espíritu Santo, Magdalena de Cristo, María de Jesús, Beatriz de Santa Mónica, Luisa de las Llagas, Josefa de San Gabriel, María Bautista, Mariana de la Santísima Trinidad y Antonia de San José.

A pesar de la estrechez de esta casa, se celebraban los oficios divinos con gran solemnidad, concurriendo á mu chas fiestas la capilla del rey, asistiendo el mismo mynarca á la mayor parte de ellas, esmerándose en magnificencia y lujo cuando profesó la jóven condesa de Miranda, cuyos votos prestó á presencia del rey, en manos del patriarca de las Indias, limosnero y capellan mayor

(1) Aún existe el arco casi cubierto en la bajada desde las cocinas al Campo del Moro, frente á la plaza de Oriente.

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