Imatges de pàgina
PDF
EPUB

de cámara, reconocieron á S. A., y certificó el secretario, Mateo Vazquez, que era cadáver. Llegó la noche y entraron en turno los monteros hasta la mañana en que volvió Ruy Gomez con el duque de Feria y los físicos, quienes reconocieron de nuevo el real cadáver y certificaron otra vez la certeza de su muerte. Entonces el conde de Lerma se presentó á Felipe II pidiéndole permiso para embalsamar al régio difunto. El rey lo otorgó, y los cirujanos operaron en el cuerpo de S. A., estrayéndole las entrañas y los ojos con los demás despojos, que encerraron en une caja de hierro, y que depositaron en la bóveda de la parro quia de San Gil, rellenando el cadáver de yerbas aromáticas con esencias y demás drogas, segun el método antiguo. Vistiéronle los ayudas de cámara á la usanza de aquella época, con capa corta bordada, chapines, guantes, espadin y chambergo con pluma blanca. Colocáronle los gentiles-hombres sobre un bufete cubierto con paño de terciopelo carmesí y almohada de seda; besaron su real mano, retirándose despues todos, escepto los que le custodiaban.

Se adornó una sala con ricos tapices y alfombrado, con cinco altares, y un cadalso de brocado de seda con treinta blandones de plata alrededor, en cuyo sitio pusieron los gentiles hombres el real cadáver, dentro de un ataud de carmesí con galones de oro y cantoneras doradas, y encima un paño de glasé con las armas de la casa de Austria. Hacian la guardia los archeros, y en el escalon junto á la tumba estaban los monteros y mayordomos del rey con los gentiles-hombres, el conde de Lerma y el príncipe Ruy Gomez. A las cinco de la tarde entró la real capilla música con los jefes de palacio y los gentiles-hombres, colocándose en los bancos y faldistorios con los capellanes de honor y el cardenal Espinosa, revestido de pontifical, comenzando las vísperas de difuntos, y despues los nocturnos y responso, que duraron hasta las nueve de la noche. Despues se presentó el ilustre D. Juan Idiaquer, presidente del supremo consejo de las Ordenes, con los caballeros de la militar de Santiago, poniendo encima del real cadáver el hábito de la misma.

Al siguiente dia muy de mañana comenzaron las misas privadas, viniendo el cabildo parroquial de San Gil con cruz alzada á entonar el responso: á las nuevé, la real capilla, con igual solemnidad que en el dia anterior, cantó

la misa de Requiem, que celebró el cardenal. Concluido el oficio, se franqueó la entrada al público, interrumpiéndose á las dos de la tarde para dar lugar á que la comunidad de monges de San Gerónimo del Buen Retiro cantase las vísperas á orquesta y el nocturno, continuando hasta las nueve de la noche, en que volvió á suspenderse hasta las once, para que las parroquias entonasen los responsos.

Al otro dia continuó la entrada pública, interrumpiéndose únicamente cuando venian á hacer los oficios las comunidades religiosas que habia entonces en la córte, y mientras la capilla de señoras religiosas Franciscanas Descalzas Reales cantó la vigilia y misa. Por la tarde entró el venerable cabildo eclesiástico á entonar el último responso, que ofició de pontifical el arzobispo de Otranto, del supremo consejo de Italia.

Entierro de S. A. R.

El dia 29 á las cuatro de la tarde formaron las tropas española y tudesca, ocupando un inmenso gentío la carrera desde el alcázar al convento de Santo Domingo el Real. A las seis de la tarde salió de palacio el entierro, asistiendo los colegios, cofradías y sacramentales, las comunidades religiosas, el cabildo de señores curas y beneficiados, la real capilla, las clases de palacio y los jefes. Llevaban el ataud de S. A. R. los gentiles-hombres de boca, y á su lado iban el duque del Infantado, el de Medina de Rioseco, el príncipe de Eboli, D. Antonio de Toledo, el condestable de Navarra, el marqués de Sarriá, el de Aguilar, el conde de Olivares, el de Chinchon, el de Lerma y el de Orgaz, con el virey del Perú. Detrás seguian los capellanes de honor con capas pluviales, llevando las insignias pontificales, y revestido el obispo de Pamplona con mitra de color blanco. Despues, en clase de prelados asistentes, D. Juan Bautista Costanco, arzobispo de Rosano, nuncio de Su Santidad en la córte de Felipe II, con el cardenal Espinosa, el arzobispo de Otranto y el obispo de Segovia, D. Diego de Covarrubias; continuando el cortejo fúnebre los embajadores y los supremos consejos de Castilla, de Aragon, de la Inquisicion, de Italia, de Indias, de las Ordenes, de Hacienda, de Estado de Portugal, de Estado, de la Guerra, de Flandes y de Cruzada: delante de estos tribunales iba el ayuntamiento

y los alcaldes de casa y córte. Presidian los príncipes de Bohemia, bijos del emperador Maximiliano.

Con este órden, y con las debidas pausas, seguia el entierro de S. A. R., cantándose varios responsos durante la carrera, mientras que las campanas de la capital hacian sentir su clamor continuado.

Al llegar el cadáver del príncipe al monasterio, se cerraron las puertas, por ser tradicion que así sucedió cuando llegó á este real convento el cadáver del rey D. Pedro el Justiciero. Entonces, el duque de Feria se acercó al pórtico, llamando con el puño de la espada de parte del rey, como patrono y soberano que era; y como no las abriesen, hizo pasar recado á la priora doña Beatriz de Pinedo para que las franquease, la cual pidió la órden del rey para ser allí sepultado el príncipe. Llegóse con ella Mateo Vazquez y la entregó á la prelada, la que mandó que fuese recibido el cadáver real con las solemnidades de costumbre. Presentőse el R. P. prior del convento de Santo Domingo de Atocha, y á su presencia, el duque de Feria llamó por tres veces à S. A. R., y conio no contestase, dijo al prior: «decidle à la señora de este convento que S. R. A. es difunto.»

Entró el cortejo fúnebre en la iglesia, colocando á pocos pasos de la puerta segunda, en un bufete con paño de brocado, el féretro de S. A. R., y allí le entonaron un responso los religiosos del convento de Atocha, haciendo la ceremonia de reconocerle el prior, revestido con pluvial negro. Despues tomaron el ataud régio los gentiles-hombres, llevándole hasta el pie del túmulo. El templo estaba enlutado con magníficas colgaduras guarnecidas de plata, formando pabellones sostenidos con pesadas borlas. Veíanse varios escudos con las armas de la casa de Austria, de Portugal, Italia y Flandes, atravesados con un lambeo azul, como en señal de que la muerte era de heredero primogénito. Luego que ingresó la pompa fúnebre, fué colocado el cadáver de S. A., descubierto, sobre la tumulacion, divisándosele por la elevacion únicamente el chambergo y la pluma, luciendo á su alrededor infinitas hachas plateadas, que, con las muchas cornucopias que en diferentes sitios habia, formaban una vista sorprendente y agradable.

Luego que ocuparon sus sitiales los príncipes de Bohemia y sus faldistorios, los grandes dignatarios de palacio

[ocr errors]

la grandeza, gentiles-hombres de cámara y de casa, y asimismo los mayordomos del rey y el cuerpo diplomátieo, presidido por el nuncio de Su Santidad, y los prelados con el cardenal en el presbiterio, dando la guardia los archeros de Borgoña, rodeando el túmulo los monteros y reyes de armas con hachas, y las damas de honor y dueTas, con otras señoras de la grandeza, colocadas en una tribuna portátil que se levantó en la capilla de los Barreras, y otras para los consejos y funcionarios del Estado en diferentes sitios de la iglesia, dió principio el oficio solemne, entonando con pausa los capellanes salmistas, que estaban en un coro tambien portátil, frente al de la capilla de música, el Subvenite Sancti Dei, á lo que siguió el Invitatorio á orquesta, alternando los sochantres con los salmos Verba mea auribus y las Antifonas, y los colegiales y la capilla de música con las lecciones y despues la misa de Requiem, que celebró de pontifical D. Gaspar de Quiroga, obispo de Cuenca.

Luego bajó del presbiterio y leyó el Non intres in judicium cum servo tuo, sentándose despues en un faldistorio con almohadones negros, y calada la mitra de color blanco, asistido de los demás ministros, y en los lados correspondientes, tambien sentados en otros faldistorios, revestidos de pontifical, el obispo de Pamplona y el de Segovia cantó la capilla música el Libera me Domine, y despues cada uno de los tres prelados dijo un responso, tomando en seguida los ornamentos pontificales, al lado del Evangelio, el cardenal Espinosa, y lo mismo el nuncio de Su Santidad y el arzobispo de Otranto y el de Sevilla, alternando en los responsos. Concluidos estos, los capellanes músicos entonaron la Antífona In Paradisum dedueant te Angeli; tomando los gentiles-hombres el féretro de S. A. R., le entraron en el coro de las religiosas, que estaban de ceremonia con velas en las manos, cruz y ciriales, habiendo roto al efecto una parte de la pared de la iglesia para el ingreso en el mencionado coro. Otorgaron el depósito el M. R. P. Prior de Atocha, como prelado de las religiosas, y el R. P. confesor mayor de las mismas y la señora priora. Pusieron el cadáver sobre una mesa cubierta con un paño de damasco del coro, acercándose el duque de Feria, capitan de la guardia, con el estoque desnudo, haciendo las ceremonias de costumbre y entregando el cadáver de S. A. R. á los monteros: cerraron las cajas

los pizarreros, despues de quitarle las insignias los respectivos Capítulos. Hecho esto, las dos vicarias de coro entonaron el Ego sum ressurrectio et vita, continuándole las otras religiosas, conforme al ritual dominicano, y entre tanto los monteros bajaron el féretro en que estaba depositado S. A. R. á la boveda, que bendijo el nuncio de Su Santidad, mientras que la capilla cantaba el Benedictus; y, concluido el responso, empezaron los cantores á rezar el salmo De profundis, mientras los maestros de obras tabicaban el panteon del príncipe. Desnu láronse los prelados y se despidió todo el cortejo fúnebre, quedándose las religiosas en sus asientos rezando el salmo Miserere.

Celebracion de honras por S. A. R.

La decoracion y magnificencia que el amor de Feli pe II desplegó en las fúnebres exequias del príncipe su hijo, fué cosa admirable; escede á toda comparacion: no es posible que en estas cortas páginas podamos describir tantos adornos y alegorías, tantas colgaduras y tan bello gusto, tantos millares de antorchas, tanto lujo y esplendor. Baste decir, que fué preciso romper la bóveda del templo por la alzada del suntuoso catafalco que se construyó, cubriéndose desde la parte esterior con un elevadísimo dosel debajo de toldos: más de cien esculos de reinos y provincias decoraban las paredes del templo: históricas armaduras dejábanse ver en el catafalco y en diferentes sitios del templo, pertenecientes á las conquistas del emperador y á la batalla del Salado.

La reina Isabel y la princesa doña Juana, con los príncipes de Bohemia, hicieron los honores fúnebres al régio difunto. Siete prelados, revestidos de pontifical, presidieron el oficio; la gran capilla música de Felipe II entonó un bellísimo Requiem, de composicion sublime. Embajadores y grandes, títulos y tribunales, concurrieron á las reales exequias. El maestro de S. A. R., Honorato Juan, electo obispo de Cartagena, estaba encargado de pronunciar la oracion fúnebre. Empero Felipe II consultó al consejo, y sus ministros votaron en contra del discurso que presentó el célebre predicador, porque habia pensamientos exagerados y libertades oratorias: crevóse prudente el que se suprimiese el sermon de honras, y así se hizo, para evitar apreciaciones que temian los magnates de aquel monarca, y que acaso hubieran comprometido al orador.

« AnteriorContinua »