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antepuso y por él olvidó el amor tierno de su propio hijo. Gran razon hay para que con hecho tan señalado queden mas obligados los vasallos de V. M. á servir tan gran merced, y principalmente esta ciudad, que de obligacion y voluntad ha sido tan leal al servicio de V. M., lo ha de ser en todo lo que V. M. mandare, cuya C. R. M. guarde Nuestro Señor.»

Estas cartas, las hizo estensivas á los supremos consejos. Mandó el rey terminantemente no le diesen el pésame ni hiciesen oficio por el príncipe, pues era su padre y sabia lo que á todos convenia. Pero aunque Felipe II procedió con la justificacion referida, como la causa principal se ignoraba, y nadie sabia lo cierto del caso, aterrorizó la resolución á todos, dando que decir particularmente en los reinos estranjeros, que hablaron diferentemente de ella, inventando y añadiendo de una manera escesiva, motivado todo á la ignorancia del su

ceso.

Permaneció el príncipe arrestado diez dias, sirviéndole los de su cámara y mayordomos; pasado este tiempo, el duque de Feria cesó en la custodia de S, A. R., encargándose de ella Rui Gomez. Nombró el rey para el mismo efecto al conde de Lerma y seis gentiles hombres de casa y boca, con ocho monteros de cámara. Tomáronles á todos juramento Rui Gomez y Martin de Velasco, del consejo y cámara, recibiéndoles pleito homenaje ante Francisco del Hoyo, secretario de cámara, prometiendo guardar al príncipe con toda fidelidad, y que no permitirian la entrada á ninguno en el aposento de S. A. R. sin órden espresa del rey. Se acomodó esta guardia de caballeros y monteros en una pieza grande de la torre contigua al cuarto del príncipe. El conde de Lerma tenia su cama debajo de la de S. A. R., y de noche, para dormir, la ponia á sus pies. Hacian la guardia cada noche dos caballeros y dos monteros, repartiendo las horas de manera que siempre hubiese de vigilante un caballero y un montero. Estuvieron por el dia á cada puerta dos soldados de guardia, teniendo las llaves de todas las puertas los monteros. Llevó el príncipe D. Cárlos con inucha resignacion y sufrimiento esta disposicion de su padre, sin mostrarse nunca entristecido: ocupaba el tiempo en leer las crónicas de España y las de otros reinos, hablando con mucha amabilidad á todos. En el estío se dió con esceso al agua,

la que siempre habia de ser refrescada con nieve: la cama tambien la hacia regar con la misma agua: andaba descalzo, y las mas veces desnudo, durmiendo sin precaucion de los aires: su alimento consistia solo en dulces y frutas con esceso: no eran suficientes los de la servidumbre para evitar su falta de método, pues de todos se burlaba. Estos escesos y otros que serian consiguientes, fueron lo bastante para hacerle perder la salud, originándosele unas tercianas dobles, motivadas del frio que recibia al acostarse en tanta humedad, y unos vómitos acompañados de disentería, efecto de la relajacion del estómago, que le causaron una espantosa pestracion, de manera que el dootor Olivares, protomédico de cámara, tan luego como le visitó, pronosticó mal de la salud del príncipe, determinando aplicarle los mas prontos y eficaces remedios. Pere ya era inútil. La enfermedad superaba la medicina. Pidió el primer médico una reunion con los demás facultativos: estos eran los de cámara y los de mas nombradía en la córte: asistieron los ministros de Felipe II y los presidentes y decanos de sus consejos, los que oyendo el dictámen de la junta, quedaron en sesion para deliberar el modo de anunciar al rey el peligro del príncipe. El duque de Feria se presentó á S. M. haciéndole relacion de la enfermedad de S. A. R. El maestro Fr. Diego de Chaves y el preceptor del príncipe se acercaron á la cama del paciente, exhortándole á la conformidad cristiana; y S. A. R. mandó á su maestro Honorato Juan, electo obispo de Cartagena, se saliese á la ante-cámara, y que el Rmo. padre Chaves quedase con él, pues queria hacer confesion. En seguida ambos advirtieron á los ministros que rogasen al rey tuviese á bien dar la bendicion al príncipe.

La reina Isabel de Valois pidió á Felipe II dispusiese el que administrasen el viático á S. A. y que se acordasen rogativas por su salud; los médicos no fueron de la opinion de la reina, ni tampoco los ministros: los primeros, en razon á lo arriesgado que era el suministrarle el Santísimo Sacramento, por los frecuentes vómitos que padecia; y los segundos, por temor á las contínuas murmuraciones del pueblo acerca de la prision del príncipe, y á que desde que circuló la noticia de su enfermedad, un numeroso gentío se habia agolpado á las inmediaciones del alcázar, alarmado con el envenenamiento del príncipe, que ellos suponian. Una señora sexagenaria vivia

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retirada en una casa junto á la obra del monasterio de Santa María de Angeles, llamada doña Leonor Mascareñas, natural de la villa de Dalmada (Portugal), hija de Fernan Martinez de Almada y de doňa Isabel Pineira, que habia sido dama de la reina María, esposa del rey D. Manuel, la cual habia venido á España cuando se casó la princesa doña Isabel con el emperador D. Cárlos I, siendo despues aya de Felipe II, y sucesivamente del príncipe Cárlos, que uno y otro la tuvieron por madre y respe taban mucho: así, cuando el mencionado Felipe II la dió el título de aya del príncipe, le dijo: Mi hijo queda sin madre; vos lo habeis de ser suya; tratádmele como tal. Cuando dicha señora supo la grave enfermedad que aquejaba á S. A., abandonó su morada, de la que no salía, y en una silla de manos se dirigió al alcázar, pasando al cuarto del rey á pedirle permiso para ver al príncipe. Felipe II otorgó á lo que doña Leonor pedia, y esta, entrando en la cámara del príncipe, lloró sobre su lecho; y como no la conociese, por lo fulminante de la calentura, y comenzase á mostrar síntomas alarmantes, pidió al cardenal Espinosa le aplicase la Extrema-Uncion. El rey consultó al confesor de S. A., y este opinó era inminente el peligro. Entonces el cardenal, acompañado de cuatro capellanes de honor, trajo el óleo desde la real parroquia de San Gil, ungiendo al príncipe. Despues el obispo de Pamplona le leyó la recomendacion del alma. El príncipe seguia agravándose cada vez más, y para sosegar al pueblo en sus infundados discursos, que cuando no se quieran calificar de malignas sospechas, se han quedado en la clase de meras conjeturas, muy dificiles de aclarar, segun lo reservado del asunto y de sus verdaderas causas, se dió un manifiesto, en el que se decia que la enfermedad gravísima del príncipe dimanaba de la predisposicion que habia en su naturaleza de antemano, y al propio tiempo que se hacia saber al pueblo la reconciliacion que habia tenido con el rey su padre, y que se encargaba visitasen al Señor, que estaba espuesto en la real parroquia de San Gil y en el convento de San Felipe el Real: que igualmente visitasen los santos simulacros de Nuestra Señora de Atocha y de la Almudena, en cuyos templos se hacian rogativas privadas por la salud de Š. A.

La real capilla de S. M. asistió en la iglesia del monasterio de San Gerónimo á vísperas, completas, maitines

y laudes, siendo inmenso el gentío que acudió á esta en particular, y bastante crecido en los demás templos insinuados.

A las diez de la noche anunciaron las campanas del real convento de la Trinidad lus solemnes maitines que con asistencia del ayuntamiento se cantaron por la salud de S. A. R. A la misma hora concurrió en rogativa la grandeza al convento de la Merced.

El rey Felipe II era padre del príncipe Cárlos, y más por impulso natural que por ruego de otros, salió de su real cámara acompañado del duque de Feria, del príncipe Ruy Gomez de Silva y de D. Antonio de Toledo; pasó al cuarto del príncipe, y le salió á recibir el conde de Lerma. Los médicos de cámara fueron interrogados por el rey acerca de si cabria alguna esperanza de salvar la vida de su hijo. Estos contestaron que en lo humano no la habia. Entonces Felipe II quiso llegarse á la cama y dar el último abrazo á su hijo; pero el P. Fr. Diego de Chaves y el obispo electo de Cartagena hicieron presente al rey que el príncipe estaba muy bien dispuesto para morir como católico, y que la presencia de su padre podria tal vez inquietarle, y de hablar recibirian ambos mayor pena, y que esta entrevista aprovecharia pocɔ á todos.

El príncipe tenia los ojos abiertos estraordinariamente (y sin embargo, carecia ya de la vista), fijos en el techo de su cama; colorada la cabeza sobre muchas almohadas, por la grande fatiga que le agitaba; cubierto de un sudor frio y copioso; totalmente desencajadas las facciones, oyéndosele un quejido penetrante á la par que lastimero. Al lado del agonizante lecho estaba el obispo de Pamplona, el confesor de S. A. R., dos médicos y algunos gentileshombres.

Al llegar Felipe II, Ruy Gomez de Silva y D. Antonio de Toledo se pusieron delante, y por entre los hombros de ambos le echó la bendicion el rey, retirándose muy abatido. Doña Leonor Mascareñas levantó un poco la cabeza del príncipe con las almohadas para que el rey le viese.

Otorgó el príncipe su testamento ante Martin Gastellu, su secretario. Encomendó su alma y criados á S. M. para que les hiciese bien, suplicándole le perdonase y le diese su bendicion, mandando se repartiese la mayor parte de su recámara á iglesias y hospitales pobres: que su cuer

po se llevase á San Juan de los Reyes de Toledo, por su devocion, donde se fundase un colegio, y en tanto que esto se hacia se depositase en el monasterio de religiosas de Santo Domingo de esta córte.

Antes de su muerte se despejó bastante, pidiendo él mismo recibir el Viático. Entonces el obispo de Pamplona pasó á la parroquia de San Gil y le trajo á S. D. M. con mucho acompañamiento de hachas que llevaban pages y gentiles-hombres, grandes y jefes de palacio. Al lado del prelado administrante venia el nuncio de Su Santidad, ocupando la derecha del palio, y á la derecha el cardenal Espinosa.

El rey, la reina y SS. AA. salieron á acompañar al Santísimo Sacramento. El príncipe le recibió con mucho fervor y recogimiento, dando muestras de piedad y devocion, como asimismo de arrepentimiento de lo pasado. Con igual aparato volvió el Santísimo á la espresada parroquia á las diez y media de la noche, desde cuya hora el príncipe se exhortaba á sí mismo con actos de contricion. A las once comenzó á trastornarse algun tanto, anhelando por ver al rey su padre; pero los ministros no lo tuvieron por oportuno.

A las doce le sobrecogió un accidente mortal, continuando en agonía hasta la una de la madrugada. El venerable padre Fr. Alonso de Orozco, del órden de San Agustin, le asistia en aquellos últimos instantes, y en sus brazos espiré á la una y cuarto de la misma madrugada del dia 24 de julio de 1568, á la edad de 23 años y 16 dias.

Los ayudas de cámara le colocaron en una buena postura, dejándolo en la cama; los monteros permanecieron haciéndole la guardia, y el duque de Feria poco despues les hizo entrega solemne del cadáver de S. A. R.

Ceremonial para esponer el real cadáver del principe Cárlos.

A la mañana se quitaron las colgaduras de raso que habia en la cámara de S. A. R. A las ocho vinieron los capellanes de S. M., y revestido de pontifical el cardenal Espinosa, entonóse por los capellanes de coro un solemne responso jante la cama del príncipe. Colocáronse cuatro altares celebrándose misas hasta el medio dia. Por la tarde vino el príncipe Ruy Gomez con los médicos

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